Palomas de ciudad

Por Carlos de Bustamante

( Palomar en el Campo Grande. Acuarela de J. M. Arévalo. 46×35) (*)

Porque como ya saben y se lo he comunicado mil y una veces, a este viejo Rezongón le gusta el campo. Más: está enamorado del campo, la naturaleza toda y de la flora y la fauna en él. Como oriundo de raíces montañesas, amo la majestuosidad de las cumbres, de los valles y barrancos por los que el senderismo, o en su caso escalada, es un cuasi inigualable placer. Nacido sin embargo en la vieja Castilla, amo la soledad de páramos y ondulaciones sin fin del terreno por donde por la terrible estepa castellana “al destierro con doce de los suyos, polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga” o así. Sí, porque de puro terrible y desolada, Castilla tiene su particular, y difícilmente igualable encanto y belleza.

Tras el inevitable para mí desahogo, voy al “tema” antes de que me enrolle…más. Ustedes como yo habrán visto en andaduras por pueblos y ciudades cómo las zuritas de capital proliferan como los hongos. Hasta tal punto que son “o terror dos mares” en edificios, balcones y ¡tejados! Anidan por doquier en un ejemplo de prolificidad asombrosa. Como yo habrán visto cómo sin respetos colombófilos conviven con los humanos en una cercanía tan próxima, que llegan en su atrevimiento o hambre, a picotear de la misma mesa donde los humanos tomamos el aperitivo. Pasean por calles y aceras en busca de las migajas que pudieran desprenderse de los bocatas de los que almuerzan por la vía pública. En curiosa disputa con los gorriones de capital, ven observan y se acercan sin miedo a los niños que gastaron las propinas en gusanitos y otras chuches de no sé qué ingredientes, pero, al parecer, muy del gusto de las palomas.

Y en los balcones… Con reminiscencias de la querencia en remotos ancestros, hacen de ellos (de los balcones) el observatorio desde el que vigilan los lugares donde hay posible alimento. Y de paso, por no sé qué especial instinto, depositan indefectiblemente el excremento, por lo general, diarreico. Apetecibles las chuches; pero al parecer por demás indigestas.

Es atrayente la estampa de la referida convivencia. Y como en la ciudad no es probable la existencia de depredadores humanos, por la suciedad que generan, las amas de casa tuvieron que buscar defensa no violenta; por aquello, digo, de los animalistas. Cintas de colores, discos que giran con la brisa como molinillos vistosos… Espanta palomas, en fin, que pronto son del todo inútiles. Los ediles no animalistas tuvieron que recurrir a soluciones drásticas: esterilizar machos y hembras “Columbus”. ¡Voto a bríos que ha surtido efecto! Apenas si veo, ¡y mira que observo! zuritas de ciudad bañarse en la copa de la fuente en la plaza de Santa Ana. Y si alguna suelta merodea por la terraza del café-bar justo debajo de mi vivienda, es, por lo general, una pobrecita enferma que, con el plumaje desvaído y mal peinado, deambula ajena al peligro de viandantes y vehículos.

Mas, como creo haberles comentado hace no demasiado tiempo, tenemos en la capital un bello sustituto, digo sustituta, a las esterilizadas o enfermas. Por razones que no logro razonar, no en bandadas, pero sí en más ejemplares de los que caben en mi asombro: la torcaza campera y salvajemente esquiva se nos ha hecho adicta al asfalto. Y no comprendo el porqué. Paloma más bien solitaria, salvo cuando se reúnen para emigrar -o vuelven en el tiempo en que maduran las bellotas de nuestros montes- a zonas más cálidas o con mayores posibilidades alimenticias; las torcazas, pues, no suelen verse por bandadas en el campo. Cierto que tienen especial querencia hacia donde mejor pueden entregarse al sueño o a llenar el buche, pero no, no es tan sociable como las de su misma familia, tórtolas, zuritas camperas o palomas de ciudad.

Pues héteme aquí que sucede lo que nunca pude imaginar: la esquiva torcaz, la solitaria torcaza, la que se alimentaba de yeros, algarrobas o semillas de plantas diversas se ha convertido en omnívora.

¿Huye de la superabundancia de cazadores? ¿Ahora no encuentra en los campos leguminosas, bellotas de encinares, robledales o alcornocales…? ¿Será que los herbicidas ya no permiten realizar los ciclos a la vegetación espontánea rica en frutos para ésta y otras aves? Probablemente de todo un poco. Lo cierto es, que como forzosamente quien se lo dice, las torcazas son frecuentes en calles y plazas de la ciudad. Como si de ciudad se trataran.

Visto lo visto, nada me extraña que cambie el ciclo climático; que bajo los mares se hallen vestigios de la época paleolítica. Que las cigüeñas no emigren; que lejos de lagunas, charcas, y lugares abundantes en batracios, culebras etc., manjar de las zancudas, acudan en bandadas a los vertederos de ¡basuras! Que grajos y grajuelas hayan desaparecido. Que las tórtolas autóctonas hayan emigrado a Turquía y las turcas a nuestros lares. Que los cangrejos abundantes en ríos, arroyos y albercas se hayan “americanizado”… Y ¡ay!, que el artista torero, haya de cambiar de oficio por el de pastor de ovejas, o que las reses bravas, orgullo de tierras hispanas, tengan que abandonar las dehesas para convertirse en mascotas de compañía para animalistas u otras, con perdón, “raras avis”.

Para finalizar me pregunto: ¿De dónde se proveen de pequeñas piedrecitas las aves que, como las palomas y mayoría de las de su especie, las necesitan para que del buche pasen sus manjares a la molleja donde triturar los alimentos que ingieren? ¿Será que los carnívoros son ahora herbívoros, que los rumiantes han dejado de serlo?, que los carroñeros ya no lo son?, que los de estómago simple lo son de ahora compuesto?, ¿qué los solitarios son ahora sociables?, ¿que los animales salvajes son ahora amantes de las urbes y el tráfago urbano….?

Y en otro orden, ¿qué los espiritual sea ahora material? ¿Qué los dioses de hoy sean los vientres o las llamadas vergüenzas? Que Dios único sea Belial, Belcebú, Satanás etc., etc.? ¿No será, en conclusión, que el hombre cuerdo se ha convertido en “majareta” y los animales se han humanizado…? El mundo al revés ¿no? Pues que me lo expliquen.
Y si de nuestras más firmes creencias se trata, ¿es que la ofensa a Dios –el pecado- ya no lo es?; o que confesarse es tridentino y que eso ya no se lleva? Pues permítanme que les diga venga o no a cuento: no será el Rezongón quien se adapte a estos tiempos y modas, sino que seguiré aunque sea en lucha constante conmigo mismo y con los demás que cuanto aprendí desde niño no ha cambiado, bien sea espiritual o material. No me gusta, en fin, que las torcazas merodeen por la ciudad, ni que las impolutas antes cigüeñas retocen y se alimenten en los vertederos de basuras. Vuelvan a sus lares los que son del campo. Los toros bravos a las Dehesas, y de allí a la lidia en las plazas. El penitente a los confesionarios; y permanezca el culto público en nuestras calles plazas y…¡templos! Lo que nada tiene que ver con la chupa y calzón de nuestros antepasados. “Cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento”.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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