Por Javier Pardo de Santayana
( El estadio de Mordovia Arena)
Si hay algo novedoso y trascendente en el campeonato mundial que está ahora en curso – y mire usted que el fútbol da lugar a anécdotas de todo tipo – ha sido el comportamiento de los hinchas japoneses, quienes, terminado su encuentro contra Méjico, se dedicaron a recoger la basura acumulada en donde ellos vieron el partido. Ya saben ustedes que no es broma, que esto ha ocurrido de verdad en un estadio: el del Mordovia Arena.
Verdaderamente ¡qué vergüenza nos debe dar a todos este detallazo! Porque si hay un lugar en el que se desmadren hasta los señores más conspicuos es en los campos de fútbol, donde hasta los ingenieros industriales se desatan en epítetos hacia los jugadores y no digamos hacia el árbitro, al que suelen llamar de todo menos guapo. Y cuando se trata de jalear un gol marcado por el equipo propio, toda contención se hace imposible. Usted habrá sido testigo, estoy seguro, de entrevistas hechas “en caliente” a algún político de pro tras un encuentro, y su imagen no será la de un hombre ponderado sino la del entusiasta a punto de una apoplejía. Y eso que intentará mostrarse ecuánime. Diría yo que el amante del deporte, y singularmente el futbolero, es un sujeto aislado de la lógica al que se le permite irse de caña y mostrar abiertamente su vulgaridad más acusada.
Este desmadre alcanza, naturalmente, a los excesos, y en este sentido uno de ellos suele ser el comer y beber en demasía, de manera que su aspecto exterior suele desdecir de su supuesta pasión por el deporte. En efecto, el nerviosismo suscitado por la incertidumbre sobre el resultado, la violencia que a veces se desarrolla sobre el césped, y la decepción final de la derrota o el entusiasmo por la victoria conseguida, se acompañan de una ingesta desmedida de bocadillos y cerveza. Y el resultado es una abundante cosecha de basuras de carácter orgánico y de papeles procedentes de envolturas y paquetes.
Recuerdo yo de mis años infantiles que un buen señor que compartía grada conmigo y con mi hermano en el Estadio Metropolitano se sacó de la chaqueta un buen ladrillo que nos mostró a nosotros y a quienes más cerca de él estábamos, con objeto de escenificar sus intenciones. Con lo cual venía a decir que su destinatario sería un jugador del otro contendiente o bien el árbitro y en su defecto, los linieres, puesto que como hincha del propietario del terreno no parecía procedente que optara por utilizarlo contra los propios socios. Lo digo para que se haga usted idea de la variedad de tipos de basura que cabe acumular en los terrenos españoles; pues en esto no creo que hayamos cambiado demasiado de costumbres a tenor de lo que cada día veo yo en las calles de nuestras ciudades y urbanizaciones.
Basta para ello fijarse en cómo suelen encontrarse los espacios destinados al trasiego de basuras, con frecuencia cercados por bolsas, latas y papeles que podrían haber sido introducidos sin el menor esfuerzo en los lugares designados precisamente para esto. Hablo naturalmente de los contenedores de todos conocidos, casi siempre rodeados de cajas de cartón y cachivaches inservibles. Hasta en la iglesia de mi pueblo, en cuya entrada suelen sentarse mientras juegan con sus respectivos móviles chicos y chicas de bachillerato a comer pipas y fumar cigarrillos, la acumulación de papeles y de cáscaras es algo perfectamente cotidiano. Fíjense usted que un día de fiesta en que mi mujer y yo íbamos de tiros largos nos metimos en la sacristía para pedir unas escobas y barrer toda la porquería acumulada. Lo cual me mueve a preguntarme qué enseñan hoy los padres y maestros, porque de otras cosas los chicos quizá puedan saber mucho, pero en educación cívica están igual que como en geografía y en historia de España, en lo que, según parece, andan bastante en calzoncillos.
¡Verdaderamente qué lección nos han dado los aficionados japoneses, y qué vergüenza nos da constatar que – hablando “en fino” – somos bastante descuidados en materia de limpieza y pulcritud, por no decir “unos cochinos”! ¿Y qué diremos de las faltas de respeto a la bandera y a las altas instituciones del Estado? Pues que en educación ciudadana y de la otra estos muchachos orientales nos dan sopas con honda. ¡De qué van ellos a silbar al himno de su Patria! Y me refiero al “Kimi ga yo” cuya letra es un poema que dice cosas como “que su reinado dure permanentemente” refiriéndose a su Emperador: un “jefe del Estado” a quien nadie jamás de los jamases se ocurriría ultrajar a base de silbidos o con la quema de un retrato suyo.
Claro que también tenía un gran nivel poético aquello de nuestro Himno que decía: “Gloria a la Patria, que supo seguir- sobre el azul del mar – el caminar del sol”, bella y expresiva imagen de la grandeza de la Patria nuestra., Pero ahora a los poetas que dicen esas cosas les niegan los nombres de las calles por “fascistas”. O sea que además de tener mucho cochino suelto tenemos también bastantes ignorantes. Y, no digamos, malababas.