Los sonidos del alma (I)

Por Javier Pardo de Santayana

(Acuarela de Tansu Özmen en Facebook)

Ya advertí a mi improbable lector que el justo y conveniente descanso de nuestro editor me obliga a buscar con cierta prisa tema para varios artículos que cubran el vacío y que mi situación actual pueda favorecer en algún grado. Y también revelé que el pasado verano se inauguró una novedad curiosa y atractiva: uno de mis sobrinos organizaría una especie de Universidad de Verano supongo que inspirada a la existente en Santander. No tuve yo la suerte de estar entonces disponible, mas me propuse intentar estar presente este verano y preparar alguna que otra cosa. Y una de ellas fue tratar sobre la relación entre la música y la poesía. Porque, en efecto, ambas son algo así como primas hermanas porque las dos tienen que ver con los sonidos.

Supongo que en el comienzo de los tiempos una de las pocas cosas que se conocían fue el sonido. El paisaje circundante del ser humano se limitaba a tres materias esenciales: la tierra, el mar y el agua. Y había cosas que sonaban; por ejemplo, el río, el viento y los relámpagos. Y supongo que descubriría que él también podía producirlos: incluso modularlos. Y de esta forma se le ocurriría lo que es un mandato bíblico: poner nombres a las cosas. Y luego, con el tiempo, a las acciones e incluso a las sensaciones. Pero también utilizaría los sonidos para llamar o avisar de algún peligro. Y en eso descubriría el ritmo. Vería que el ritmo podía producir un efecto difícil de explicar, pero que ganaba la atención de quien lo oía. Así sucedía en el pasado con los relatos de las hazañas o con la narración de los sucesos.

Así que de una forma misteriosa pudimos descubrir que con ciertos trucos podíamos librarnos de la realidad escueta y cotidiana, de la utilización de la palabra y los sonidos para manejarnos en las cosas cotidianas y así empezar a penetrar en lo inefable. Y tengo la impresión que lo hemos conseguido pero sin saber cómo ni por qué, ya que no creo conocer a nadie que en realidad pueda explicarlo.

Lo que sí sé es que el hombre es sensible en la medida que siente impresiones reales que le transportan a algo así como unos espacios interiores en los que conectará con la belleza. Y que la sensación de conseguirlo y de sentirse actor a la vez que receptor de lo que escucha le hacen  imaginar que salen de su alma, que en esto no compiten sino colaboran tanto la música como la poesía: en hacernos descubrirnos a nosotros mismos.

Pero naturalmente el hombre tiende a sistematizar cuanto descubre. Y así bautizará determinadas cosas y establecerá normas al respecto. Y hablaremos de prosa y de poesía, y de consonancia y asonancia y se inventará incluso la forma de “escribir” la música, que es como ya rizar el rizo. También ganará en efectividad y en posibilidades, no sólo de continuidad de lo alcanzado sino también de capacidad de penetración en el misterio.

Sin embargo buscando siempre algo nuevo, con el tiempo llegará al manierismo; incluso a deshacer lo andado hasta alcanzar extremos radicales. Y en la poesía llegará a prescindir de la consonancia que imponía un ritmo, y después de pasar por la asonancia acabará por escribir palabras premeditadamente sin sentido que obligarán al lector a buscarlo con la idea de que en este esfuerzo él mismo hará surgir en su interior imágenes y sensaciones nuevas, que hasta ese extremo se ha llegado, como se ha llegado en la música al rap o a la dodecafónica.

Así que uno se pregunta hasta dónde podría llegarse en el futuro. Quizá suceda lo que el filósofo español Javier Gomá nos ha avanzado en relación con la pintura:  que ya estamos llegando a tope, de forma que de ahora en adelante todo lo que se haga será ya algo así como una vuelta a lo pasado (él lo hace  a partir del famoso cuadro de Duchamp que representa un inodoro; yo lo diría también de muchas obras que pueden ser cualquier cosa menos arte).

Para terminar mostraré  como modelo una poesía recogida de una separata literaria de ABC con el nombre y los perfiles del correspondiente artista. En este caso se llama Luis Santana, es vallisoletano, y merece una página entera del periódico donde se dice que ha publicado varios libros de poemas. Y dice el crítico que “persigue lo poético mismo”. El título: “Mira cómo la sangre de Cristo fluye por el firmamento” (observen el segundo terceto).

En su copa de mármol

apuran mi sangre

las tres personas

 

Acepto nadar en los oídos

de los pacientes cuarto menguante

de la sien de arena

 

Ausenta los padecimientos con tu sangre

Cristo anestesiado y perfecto

inclinado a su color.

 

O este otro del mismo autor titulado ”Abrigo de pelo”:

 

El abrigo que el hijo lleva

ahora

antes

contuvo sangre que hervía

cansancio animal sobre femeninas dunas.

 

Túpida hilatura salivosa

crujido solar

que no soporta la noche.

 

El abrigo que el hijo lleva

ahora

es préstamo necesitado,

como espesura de juguete único.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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