Por Javier Pardo de Santayana
( Acuarela de Rafael García Bonillo. Exposición 1977 en bonilloquegranacuarelista.blogspot.com)
Quizá no sea mala idea empezar este artículo que espero cierre la serie de “los sonidos del alma” con esta DECLARACIÓN DE INTENCIONES que carece de rima; que sólo tiene ritmo.
No quiero nada que sea del otro mundo.
Sólo tocar tu corazón muy suavemente,
llegar a tus sentidos.
Decir alguna cosa
sencilla, que se entienda
y se sienta por dentro.
No entrar en la burbuja
del falso mundo de los intelectuales;
quemarme al aire
y al sol de la mañana.
Yo no quiero decir cosas absurdas
que asombren a los necios,
que me hagan parecer inteligente
porque no se comprenden.
Yo quisiera reflejar mi alma,
lo más profundo de ella,
donde también están la luz
y la belleza,
y ese calor que necesita darse
y caldear el corazón del mundo.
Algo que suene un poco
como si fuera música,
como si fuera la música que falta.
Yo sólo quiero
añadir a la vida
una banda sonora.
SÍ; quizá lo que nos falte precisamente esto para vivir la vida con ese plus de emoción y de belleza que echamos de menos en nuestro día a día. Reflexione mi improbable lector sobre lo que ocurrió con la historia del cine: empezó con unas notas de piano que se añadirían fuera de la proyección para paliar la falta de sonido, y luego, en lugar de eliminarla cuando ya al cine se le añadió la voz humana y entraron los sonidos del ambiente, se conservó como música de fondo. No se temió que estos sonidos añadidos desvirtuaran la credibilidad de una realidad ficticia, que, por el contrario, se perfeccionaría porque el truco funcionó como sabemos, y hoy hay músicas de fondo que, no se cómo ni por qué, directamente asimilamos a un paisaje del lejano oeste, o a un momento de amor, o de peligro, o de terror. incluso. Sonidos misteriosos que nos hacen vivir aún más intensamente las emociones de la intriga.
Sï; quizá sea esto – una banda sonora – lo que se eche de menos en la vida. Y, como no existe, hay que ponerla; pero no sólo con los versos.