Escenas veraniegas. Un pato en la piscina

Por Javier Pardo de Santayana

(Pato. Acuarela de Viktoriia Manuilova )

Me atrevo a escribir este artículo porque sé que lo entenderá por lo menos un lector posible tan amante del campo y de la naturaleza que hasta creó un museo relacionado con los aperos de labranza.

El caso es que desde hace algún tiempo vengo observando un cambio en mi paisaje diario, que. contra la más probable suposición del vulgo, difícilmente puede ser atribuible al cambio climático de marras. La cosa tiene que ver con el pequeño panorama que veo desde mi porche del jardín, y es el olvido en que me tienen actualmente algunos de los animales que otrora me solían visitar.

Me atrevo a decirlo porque, por muy acelerado que esté el proceso, un lustro y pico no es tiempo suficiente para marcar tan claramente una tendencia, y, por otra parte, las transformaciones del entorno han sido en este caso mínimas. En efecto, desde que pusimos el jardín ya no volvió a colocarse en ella ni un ladrillo, y la urbanización en la que vivo quedó tal como si se hubiera congelado. Sólo en estos últimos no digo meses sino días veo algunos incipientes y modestos signos de recuperación de aquella actividad febrilmente constructiva que conocimos hace un tiempo, así que para mí los cambios que vivimos son un auténtico misterio. Y el que más siento es el de la Avelina, nombre con que bauticé a la humilde lavandera que me visitaba diariamente. Venía siempre del mismo sitio – como de la entrada de mi casa – y se daba un buen paseo matutino por delate del porche. También, si estaba aparcado el coche fuera me dejaba un recuerdo personal en los retrovisores. Pues bien, ahora está como desaparecida.

El mirlo sí sigue viniendo con mayor frecuencia, pero considerablemente menos que antes. Al señor mirlo y la señora mirlo, que se distinguen bien uno del otro, los veo, pero más bien de tarde en tarde, como siempre: correteando por los bordes, y semiocultos por la parte baja de la hiedra. Antes tenían hasta localizado su nido en un rosal trepador de la piscina, pero ahora deben anidar en otro lugar, aunque no muy lejano, pues lo que no faltan nunca son las bajas: este año me parece recordar que fueron tres los que se ahogaron, y miren que lo siento.

En cuanto a los gorriones, que durante tanto tiempo frecuentaron este rincón de la naturaleza casi diariamente, siguen cayendo en grupo en el jardín como si fueran a ocuparlo, y picotean como si estuvieran muertos de hambre para inmediatamente echar de nuevo el vuelo sin tan siquiera despedirse. Luego tardan muchísimo en volver.

Y todavía podría citar a las palomas, que fueron multiplicando su presencia e incluso se instalaron con nosotros en la copa de una mimosa de las cuatro estaciones que teníamos por árbol de crecimiento moderado mas que crecería de tal forma que, además de inundar el césped y la piscina con las hojas amarillas y secas del otoño, acabó por representar cierto peligro para el tejado de la casa y la accesoria. Así que nuestro hijo decidió talarlo totalmente

Y en esas estábamos cuando nos llegó un pato volando. Habíamos tenido hace unos tres años la entrañable visita de un erizo que encontramos nadando en la piscina y libramos quizá de que muriera ahogado. Pero nunca nos vino a visitar un ave de su especie; como mucho algún avión o alguna golondrina en vuelo bajo. Así el ver acercarse a un pato comme-il-faut y verlo nadar por la piscina fue un gran golpe de efecto para la familia. Lo presenció nuestro hijo y le sacó una foto que nos mando al hogar santanderino.

Habíamos supuesto que este visitante no esperado vendría de alguno de los embalses no lejanos que suelen albergar paisanos suyos: los que en las cercanías del invierno cruzan el cielo con su formación en uve. Y registramos su presencia como una tentación provocada por el brillo del sol sobre las aguas unido al calor, quizá, de la canícula. Y conservamos la fotografía de ese instante como si fuera de un suceso irrepetible.

Así que cuál no sería nuestra sorpresa cuando pocos días después, estando mi mujer y yo bañándonos, el pato – que quiero suponer el mismo – apareció de nuevo y con la mayor serenidad del mundo descendió de nuevo de su vuelo y se intentó dar un baño en la piscina. Con la mala suerte para él que inmediatamente después de conseguirlo, las perritas, que no andaban lejos de él, se precipitaron con intención de echarle o, más probablemente, de meterle el diente. Y, como es natural, salió volando.

Quizá si le ha gustado la experiencia la repita otra vez algún otro verano.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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