Casualidades que quizá no lo sean tanto

Por Javier Pardo de Santayana

( “1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular”,  de Roberto Villa García y Manuel Álvarez Tardío )

Hoy es, en el momento de escribir este artículo, 24 de octubre del año diecinueve.

Me acerco a la iglesia de mi pueblo con el fin de oír la misa vespertina. El evangelio se refiere a un mensaje de Cristo que nos habla del futuro. Es simplemente una advertencia: nos dice que no vayamos a pensar que trae la paz sin más, que su mensaje no será recibido por el mundo sin violencia. Algo que quedaría refrendado no sólo por su propia muerte en la cruz, sino también por la de sus apóstoles y la de una generosa mayoría de primeros cristianos.

Y, naturalmente, cualquiera se pregunta cómo sería posible que aquellos hombres pusilánimes, que aterrorizados por la muchedumbre y por las voces del poder se esconderían aquel día aciago simulando no conocer a su Maestro, se decidirían a exponer sus vidas saliendo a las calles y a las plazas para anunciar la Buena Nueva con tal temple y valor que todos ellos acabarían ofreciendo el sacrificio de sus propias vidas. Prueba mayor de la resurrección no cabe en una Historia aparente de fracaso. Pues curiosamente, su sacrificio no sólo no detendría estos impulsos sino que se convertiría en acicate, y el cristianismo acabaría extendiéndose por todo el mundo conocido pese a que sus adeptos siguieron siendo masacrados. Como lo son ahora, cuando veintiún siglos más tarde – no más lejos que el pasado año – la religión más perseguida en todo el mundo seguiría aún siendo la cristiana.

Pero que voy a decir a mis lectores españoles, que saben perfectamente que no más lejos que en mis propios años infantiles, aquí mismo, en España se produjo la mayor matanza de cristianos: de entrada, 7000 religiosos nada menos. O sea que aquel trágico anuncio que nos ha traído hoy el evangelio es cosa que ya se confirmó cumplidamente. Aquí uno mismo, viendo el retablo de la iglesia, no puede dejar de imaginar a aquellos milicianos entrando con el rostro del odio y destruyéndolo. Y me pongo en la piel de los cristianos de aquellos días de plomo, – tan reales como pudieran ser los de hoy en día – que demostraron ser así de auténticos, y me pregunto luego si nosotros, los cristianos españoles de este siglo, mantendríamos también tanta firmeza.

Hasta aquí llega mi propio comentario sobre un evangelio que me lleva al total convencimiento de que el Calvario fue en todo caso la única respuesta lógica y posible. Quiero decir que la respuesta del hombre a la anunciada Buena Nueva no podía ser otra que incluir la muerte a manos de los hombres.

Mas la casualidad parece haber querido que el anuncio de que los cristianos seremos perseguidos se repite también en nuestros días. Precisamente uno de mis últimos artículos trataba de la ruidosa  irrupción de los políticos en el silencio y en la paz de Cuelgamuros para arrebatar allí a los monjes la custodia de quien quiso erigir aquella cruz de piedra que preside el lugar y se alza poderosa como mirando hacia la capital de España. Pues, según percibo en estos días, muchos de nuestros compatriotas  están completamente convencidos de que, para quienes andan urdiendo la venganza, el objetivo final es nada menos que la destrucción de aquel símbolo de Fe que todavía se alza sobre el Valle.

Y aquí viene otra casualidad aparente: el hecho de que en la misma fecha en que hoy escribo me llega otra noticia coincidente: la del fallecimiento de un conocido historiador, “estudioso – dice el comentarista- de la República y la Guerra Civil”. Y vea usted la cita que nos hace el periodista: nos recuerda que el difunto participó en algunas polémicas “de índole político” (mejor sería decir política) entre las cuales se encuentran las causadas al arremeter contra el trabajo “Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular”, libro recientemente escrito por dos historiadores españoles que los expertos califican de impecables. Y la propuesta de que “la mejor solución para el Valle de lo Caídos”:  sería nada menos que “reducirlo a ruinas” (!).

O sea que, salvando las distancias, el susodicho “historiador”se alineaba con los talibanes destructores de los famosos budas. Como los milicianos comunistas de la Segunda República Española, que se cargaban o incendiaban nuestros hermosos templos centenarios en brutales acciones que al parecer algunos políticos añoran; bestialidades que se acompañaban casi siempre con el asesinato de curas, monjas, y cristianos padres de familia.

Es decir, que quienes parecen convencidos de que el objetivo final es acabar eliminando la grandiosa Cruz de los Caídos bien pudieran no andar descaminados.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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