Remembranzas. 3. “Polvorilla”

Por Carlos de Bustamante

(Casa de la familia Bustamante en la plazuela de san Miguel)

Fue hace muchos, muchos años. Después de tres, extremadamente azarosos en lo que fue Protectorado Español de Marruecos, mi Carmen -fallecida repentinamente hoy hace un mes ( tres meses cuando escribo esta remembranza) adquirió tal fortaleza de cuerpo y espíritu, que, aún con 20-21 años, durante los dichos tres años -antes, en medio y después de la Independencia del Protectorado-, estaba más que preparada para afrontar cualquier situación que le deparase la vida en la “tranquilidad” de la Península.

Y las situaciones para ponerle a prueba, le vinieron, ¡vaya que le vinieron! Pero de fáciles ¡nada! Con un hijo y sin posibilidad de acceso por el momento a vivienda militar, nos instalamos en la casona familiar de la “plazuela” de san Miguel en Valladolid.

Con catorce -14- balcones a la calle y fachada a tres calles, aquella casa fue de un contraste escalofriante con ‘la casita del moro´ recién dejada en Xaüen. En esa casona tuvimos tres hijos. Los tres engendrados africanos. La necesaria explicación, enseguida:

A los cuarenta días de nacer nuestro primogénito y único varón, criado africano, un nuevo embarazo coincidió con la disolución del Regimiento. Pude elegir Valladolid con carácter preferente en un nuevo destino. 7º Grupo de Automóviles.

Así pues, perdidos en 400 metros de la casona dicha, prosiguió el embarazo de mi Carmen, tan notorio como el trabajo en el piso. Descomunal en largo, ancho y alto.

Fallecida mi madre dejando cuatro varones solteros, al quehacer ordinario de la mansión, se le añadió a la mi Carmen embarazadísima la solícita atención de cinco catedrales con los que, solteros, hizo las veces de madre.

Y le llegó la hora del parto. Prematuro. Fue como sigue:

Tenía por entonces un coche el mayor de los hermanos. Un viejo Citroën más viejo que la tos. Pero una vez arrancado el motor a vueltas de manivela, claro, como que ya se sabía el camino de la Dehesa; creo que el único que le era posible en su decrépita ancianidad. Intrépida mi Carmen, dado su avanzado estado de gravidez, enfilamos con él, renqueante, la “carretera de Soria”. A no menos de ¡40 km/h! Tomado el desvío de la “carreterilla”, nos llevó hasta el caserío. Pero tan bacheado estaba el camino y la suspensión del Citroën tan deteriorada, que un socavón hizo que a mi Carmen se le escapara un ligero quejido. Por exclamación tan desacostumbrada, sometí de inmediato al viejo cacharro al precipitado viaje de regreso a la capital. Sin tiempo para acudir al hospital, el propio doctor (Francia) al que di aviso, hizo de comadrona. En parto precoz con siete meses de embarazo, nos vinieron dos niñas mellizas tan parecidas como dos gotas de agua (¿): “Pepsi cola y Coca-Cola”. Sin el invento de la incubadora en los hospitales, con la dirección del doctor, improvisamos una en el dormitorio inmenso: una estufa eléctrica con placa como de cocina siempre encendida con una cazuelita de agua sin parar de hervir. Temperatura constante vaporizada y prohibición absoluta de visitas. Legos en la novedosa situación y con el susto en el cuerpo, los cuatro solteros paseaban de continuo pasillo arriba, pasillo abajo rezando Rosario tras Rosario por la nueva familia tan repentinamente aumentada. Dos féminas de que, con excepción del servicio, jamás hubo en casa.

¿Servicio…? ¿Qué empleada de hogar se comprometía a trabajar en un domicilio de cinco varones, una sola mujer y varios niños con requerimiento de atención máxima? Visto el panorama, la que entraba por una puerta salía en breve por la otra. A la atención máxima que requerían las “mellis” (cucharaditas o gotas de leche maternizada o materna cada hora) se le unió a la nueva niña ama de casa, las múltiples exigencias de la repentina familia numerosa de niños y adultos.

Repuesta con rapidez del parto, surgió la “polvorilla”. Mi Carmen se multiplicaba en labores tan numerosas como exigentes. Volaba por pasillos y salones, sin más ayuda que el cariño y agradecimiento de la repentina prole a su cargo. Y a fe que, de Infantería africana, no hubo obstáculo que se le pusiera por delante con la mejor de las soluciones para todos y cada uno de los tres hijos pequeños más cuatro adultos gigantes a los que, con verdadero amor de hermana, atendió como la mejor de las madres. En `edad de merecer´ mis hermanos, el lavado, planchado y cambio de camisas, pantalones etc., era continuo. Polvorilla en su elemento. Con la sonrisa siempre en los labios, supo ganarse el cariño de todos los hermanos. Los que, dicho sea de paso y en honor a la verdad, contribuyeron generosamente y cada uno según sus posibilidades a los cuantiosos gastos de la casona y familia de repente numerosa. Y más importante, quisieron a mi Carmen como a la hermana que nunca tuvimos. Cariño entonces y dolor ahora por su sorprendente por inesperado fallecimiento. Dios os lo pague hermanos.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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