Los Tres Reyes Magos y sus suplantadores extranjeros

Por Javier Pardo de Santayana

 

(Vestido de San Nocolás )

Siempre fue difícil manejar la tradición de los Tres Reyes venidos del Oriente. Todos los niños españoles guardan en su memoria los nombres de los tres: Melchor, Gaspar y Baltasar; muchos incluso les reconocerán según el color de su piel o de su barba. Y también se sabrán toda la historia: lo de que por Navidad vendrían a sus casas para colmarles de juguetes, para lo cual sólo se requería el previo envío de una carta. Al menos ésta fue la tradición aquí en España, la que nosotros conocimos y que si no era fácil de mantener entonces lo sería por temor a los “chafones”, es decir, a los que – ¡horror! – hoy llamaríamos “spoilers”. O a los posibles fallos en los preparativos necesarios para el éxito.

En la mayor parte de las casas los niños encontraban los regalos cuando, recién despiertos, acudían al lugar en que depositaron sus zapatos, ingenioso sistema para identificar el punto en que Sus Majestades o sus pajes deberían colocar aquéllos. Ocasión para ver también si los egregios visitantes habían hecho los honores a las vituallas y bebidas que la familia colocó para aliviar su sed y su hambre.

Pero cada uno interpretaba la fiesta a su manera. Por ejemplo, en mi casa les esperábamos despiertos, lo cual añadía las dificultades consiguientes: alguien tendría que escaquearse con algún pretexto, o bien habría que recurrir a algún pariente o algún vecino generoso. Y así lo seguiríamos haciendo nosotros mismos con los nietos. La diferencia es que mis años infantiles coincidieron con la guerra y – lo que fue peor – con la posguerra en Madrid, así que los regalos eran más bien modestos.

En cuanto al momento de la revelación en que mi improbable lector está pensando, los padres se agenciaban según juzgaban procedente: algunos según algún sistema aconsejado por los medios. En esto mi experiencia no resultó traumática, ya que mi madre me pidió sencillamente que la echara una mano “puesto que estaba ya al tanto de la cosa”, falsa afirmación que sin embargo colaría sin gran problema por mi parte.

La diferencia principal con lo de ahora es que los regalos eran entonces pocos, y muchos de ellos compartidos. Así nosotros, siendo seis hermanos, tuvimos un único balón que durante lustros  cuidamos con esmero, como también una sola bicicleta a la que en caso de ser utilizada por mi hermana mayor se la desmontaría la barra horizontal y se la añadiría una red para evitar que la falda se enganchara.

En todo caso, los juguetes duraban mucho más que ahora – en realidad toda la vida hasta que reventaban o sufrían algún percance irreparable – mientras que ahora la mayor parte de ellos no se utiliza más allá de un par de días en las debidas condiciones. Y he de confesar que sólo  imaginar el partido que cualquier miembro de mi generación podría haber sacado de la mayor parte de ellos me produce un profundo abatimiento.

Ya he señalado más arriba determinados detalles del arraigo de la tradición de nuestros Reyes Magos,  durante mucho tiempo tan sólo profanada por su conversión en espectáculo gracias a las famosas cabalgatas en las que se mezcla lo divino con lo humano por decisión de los ayuntamientos. Lo digo porque ahora, además de toda la parafernalia añadida ya desde hace tiempo y que poco tiene que ver con estas fiestas navideñas, se nos han colado de rondón dos personajes que en realidad son uno: Papá Noel, primero, y luego el inefable Santa Claus.

Sabido es que los tres Reyes Magos “españoles” eran en realidad tres “Hombres Sabios” como muy propiamente subrayan los ingleses – the “Three Wise Men” les llaman – pero menos sabido suele ser el hecho de que la tradición de los países del norte de Europa y Norteamérica tiene también origen religioso, ya que decir “Santa Claus”, es decir “San Nicolás de Bari”, un santo en cuya ejecutoria está el haber devuelto a la vida a varios niños fallecidos. Y lo que resulta aún más curioso es que allá donde se fraguó esta tradición que no es la nuestra, los niños imaginan que San Nicolás viene de España, es decir, de tierras cálidas y no polares como se les suele mostrar continuamente: curiosa circunstancia que nosotros aquí desconocemos. Como ignoramos también que lo de “Noel” del famoso papá que no es papá francés, se traduce por Noël, “la Navidad”.

En todo caso el lío está en la calle. Primero comenzamos por admitir su historia cuando el idioma de moda era el francés y los perfumes más famosos de París, y ahora no se nos caen de la boca Los Tres Reyes Magos y sus suplantadores extranjeros el “Santa Claus” y las palabras en inglés. Ya ni nos llama la atención – cosa asombrosa – adjetivar de “Santa” y no de “Santo” a un viejo varón con barba y con barriga.

El resultado es un inmenso lío para los niños y los padres, que esto es lo que sobre todo quisiera recalcar en este artículo. Como naturalmente, su utilización para sacar los dineros al contribuyente. Así que habrá regalos a granel de todas clases, y los habrá que se repartirán en Nochebuena o Navidad e incluso al entrar el nuevo año. Y ya no sabremos si los traerán los unos o los otros, porque los niños querrán que se los traigan todos: Santa Claus, Papá Noel y Reyes Magos, aunque al final, tras una extracción precipitada de sus lucidos envoltorios, tanto los de los niños como muchos de los destinados a personas mayores, acaben arrumbados y sin uso mientras los dos barbudos gordinflones se transforman, con sus renos y todo, en la mejor expresión publicitaria del opulento gremio del Comercio.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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