El caos como recurso

Por Javier Pardo de Santayana

(Camiseta serigrafiada, de camuflaje)

Llamamos caos a un estado de confusión total. Y esa es la situación en que nos encontramos, lo cual nos mueve a preguntarnos si alguien se puede beneficiar de ella.

De mi época de veranos franceses recuerdo la noticia de un peculiar asesinato cometido contra una familia inglesa que acampaba en el país vecino. Según decían los comentaristas, el sospechoso se libraba repetidamente gracias a comportarse de manera caótica con el curioso truco de mentir a destajo. Quiero decir que mentía sin importarle desdecirse, sin pretender ser lógico, porque el objeto era envolverse en un estado de permanente confusión.

Fíjense ustedes ahora en la eficacia del desconcierto creado entre nosotros, cuando hoy sufrimos los efectos de una globalización que proporciona un permanente chaparrón informativo en el que resulta casi imposible distinguir entre noticias verdaderas y falsas, y por añadidura se produce un enorme barullo que disfrazará fácilmente la mentira. Súmese a esto la existencia de organizaciones expresamente dedicadas a crear confusión como procedimiento de medrar en la política y unas redes sociales con la mala baba que ustedes bien conocen, amén de la aplicación de técnicas publicitarias que aprovecharán las posibilidades que la confusa situación les brinda. Nadie diría que en el primer cuarto del siglo XXI pudiera imponerse como ya se ha impuesto la falsedad que hoy nos contamina.

Y es que la confusión funciona porque beneficia a muchos, singularmente en el ámbito político. Ahí tienen ustedes cómo se mueven hoy los mecanismos representativos de una “ciudadanía” tocada ya con grave riesgo para el sistema democrático, en un ambiente en el que podemos observar ese profundo foso que se ha abierto entre la que fue la intención de los votantes y la realidad de quienes al final les representan, pues entre una y otra cosa media toda una sucia trama de  equilibrios y de enjuagues – de sumas y de restas – que tergiversa la voluntad expresada por las urnas.

Nos encontramos, efectivamente, en una situación en la que para muchos el desideratum sería que las cosas se enredasen y torcieran sin el menor respeto por la lógica y no digamos por la congruencia, ya que su resultado es el desenganche voluntario de quienes pudieran distinguirse por su buen criterio, su buena formación y su cultura, que se verán forzados a apearse para no implicarse en tal locura.

Así, no siendo imprescindibles la razón ni la lógica, tales virtudes se hallarán ausentes del sistema, y la sinrazón podrá ser utilizada con ventaja para crear un ambiente favorable a romper moldes y alcanzar los objetivos deseados por los beneficiarios de una situación caótica. En suma, un desconcierto que propicia la destrucción de la nación y del sistema democrático; un ambiente de sálvese quien pueda en el que quedarían sepultados los argumentos razonables y sólo la propaganda y la agitación serían útiles.

Ya sólo faltará completar esta faena revistiendo el caos creado con determinados lemas y detalles que dejen patas arriba el escenario. Todo será esperar algunas horas, porque el ruido no sólo tapa los oídos sino que hará que nadie reaccione ante las expresiones del odio y del desprecio, ese alimento de una lucha que se desea destructiva.

Cuanto más aparatosas y chocantes sean las expresiones encontradas más se contribuirá a la revolución que se pretende, ya que de nada sirve la experiencia. Cualquier reacción será ocultada por los ruidos, y cualquier exceso valdrá para la causa, mejor cuanto más sorprendente y arbitrario sea. Y ya no habrá, por tanto, ocasión para la lógica, para la discusión o la confrontación de pareceres, y cualquier cosa valdrá para la causa. Nuestra palabra será más efectiva cuanto más improcedente y más absurda.

Así convertirán en guardería infantil el Parlamento y harán exhibición de cachivaches y camisetas serigrafiadas para ganar primeros planos. Y nos insultaremos mutuamente aunque lo que parezca insulto sea un apellido. Proliferarán los auténticos rufianes y sacaremos pancartas alusivas, que el caso es degradar aquel recinto. Hasta se discutirá a la Real Academia sobre la utilización del femenino porque no mola la lengua de Cervantes. Y se seguirá creando nuevos dioses. Se aprovecharán los vientos favorables para la mentira ya que hay artistas que saben fabricarla.

Pero sintámonos tranquilos, porque después de todo no hay problema, ya que antes de que estos planes se culminen quienes pudieron oponer su buen criterio – todos los hombres y mujeres bien informados y sensatos – abrumados por tamaña incongruencia, tanto odio y tanto ruido, habrán tirado ya de sobra la toalla.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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