Por Javier Pardo de Santayana

 

Estamos en la hora de un ocaso gris con una luz incierta, decadente. La inmensa plaza, colmada habitualmente de gentío, se encuentra sumergida en el silencio, desierta y tristemente solitaria. Sólo se atreve a atravesarla un hombre que lo hace muy despacio, bajo una lluvia que salpica el pavimento. Se trata de un anciano con dificultad para moverse. Cualquiera sentiría pena de él al verle de esta forma, sufriendo a cada paso que avanza a alguna parte.

Su destino es una cruz muy sencilla de madera en la que está colgado un hombre. El crucifijo es pobre igual que la figura: no se trata de una imagen del Crucificado como las de los imagineros españoles; se trata de una imagen tosca, como vencida y maltratada por el tiempo. El presentador nos dice de que se trata de una imagen milagrosa que libró de la peste a la ciudad el año 1600.  Y la cruz está a la puerta de una catedral inmensa pero también vacía y solitaria. No es de extrañar, por tanto, la impresión que causa este contraste entre la desconcertante exhibición de decadencia que domina el panorama y lo que siempre fue lo habitual en éste: una invasión de gentes procedentes de muchos otros puntos del planeta enarbolando letreros y banderas y con la alegría solemne y bulliciosa de las grandes jornadas religiosas.

Seguramente quien no estuviera al tanto de los últimos sucesos se preguntaría si era cierto lo que sus ojos la mostraban; si lo que estaba viendo ahora no sería quizás una molesta pesadilla. Y, sin embargo, el panorama que describo responde a la realidad más palpitante. Es más, creo que ningún paisaje que no permitiera como éste contemplar al representante de Cristo entre nosotros avanzando hacia la cruz bajo la lluvia  en solitario y en esta incierta hora del ocaso podría describir más eficazmente la situación en que vivimos, no ya sólo nosotros, sino la Humanidad entera,.

Muchos ojos estaban, sí, pendientes del momento para seguirlo ilusionadamente en sus pantallas, porque conviene decir que nuestro protagonista no avanza totalmente solo, ya que desde cualquier parte del mundo millones de miradas están siguiendo su camino hacia la cruz desde el entrañable confort de sus hogares. Y el momento no es desde luego para menos, porque, efectivamente,  la imagen observada en las pantallas se sitúa en el centro de una gran tragedia que esta ya transformando nuestras vidas: el surgimiento inopinado de un flagelo de dimensiones bíblicas que no sólo constituye una amenaza global para la raza humana sino que pondrá patas arriba todas las dimensiones y facetas del gran teatro de los hombres. Se trata pues, de una situación jamás vivida por los actuales habitantes del planeta; de un acontecimiento nuevo y sorprendente tan solo equiparable a una gran guerra como las que nos sacudieron el pasado siglo. Un acontecimiento que supera los actuales techos de la ciencia médica, y que al mantener aislados a los hombres confinados entre los muros de sus casas, anula o hace insuficientes muchas de las experiencias adquiridas y de la confianza depositada por el ser humano en sus flamantes gobernantes y científicos.

Hasta el punto es esto cierto que hasta parece ya ridículo ver a unos y otros humillados por la presencia de un ser inobservable que nos trae sin avisar la muerte, y empeñados en comprender lo sucedido para poner al menos algo en orden mientras las relaciones humanas se ven alteradas totalmente por la paralización – sin fecha final que se conozca – de casi todas las actividades y procesos.

En esta situación el camino hacia la cruz de un Papa en soledad bajo la lluvia es un camino de contrición y de esperanza. Es la hora en punto de todos los relojes.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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