Reflexiones sobre un estado de ánimo

Por Javier Pardo de Santayana

(Viñeta de Nieto en ABC el pasado día 9)

Puestos a observar con atención la sorprendente situación causada por el coronavirus, podemos resaltar como relevante el desentumecimiento de los resortes espirituales, incluida la recuperación de la pasión por el bien ante un fenómeno que muestra en toda su crudeza la debilidad del ser humano.

Porque la Humanidad ha vivido guerras sin cuento, pero en ninguna situación tuvo esta sensación de que un peligro de muerte rondaba a todos y cada uno de los habitantes del planeta, puesto que nunca estuvo toda la Humanidad bajo el peligro de una amenaza rondándole la espalda. Claro que no hace tanto que se globalizó ya totalmente, y que esto ha propiciado la extensión de un sentimiento común de compasión hacia quien sufre como reflejo de la creciente preocupación por el futuro propio. De lo cual nace una necesidad de apoyo mutuo casi imposible puesto que la primera reacción del ciudadano ha sido aislarse del vecino. Pero esto le ha movido a su vez a buscar apoyo mutuo, operación en la cual uno descubre al otro, que es él mismo por cuanto vive una situación muy semejante; trance en el cual cada uno necesitará que su vecino le aporte un cierto atisbo de alegría. Y de esa necesidad común de conseguir ayuda para sobrevivir unidos llegará a surgir a veces incluso la imaginación creativa.

Tal como hice constar en el comienzo del artículo, estas acciones y reacciones constituyen una exaltación del bien que acabará provocando la presencia de la alegría en un ambiente de desgracia al tiempo que una preocupación por el futuro, no solo de nuestros enfermos familiares sino también de cada uno de nosotros.

Muchas barreras artificiales de defensa ante el prójimo caerán, por consiguiente, entre quienes antes las alzaban, de forma que vecinos que apenas se saludaban intercambiarán ahora gestos de amistad y de compañerismo. Y se establecerán nuevas relaciones que debieran mantenerse como avance social. Y surgirán emocionantes sentimientos de admiración hacia personas cuya simple apariencia nos hizo recurrir a la caricatura. Y podremos descubrir el verdadero valor de mucha gente que se encontraba cerca de nosotros, como también de instituciones cuyo esfuerzo y entrega solimos exigir sin valorarlas.

Así que ya de pronto no nos sirven las palabras de siempre y los juicios improvisados se convertirán en expresiones dictadas por el reconocimiento de la existencia de un prójimo cercano y de un peligro compartido. Expresiones que mostrarán nuestro agradecimiento y nuestra solidaridad de una forma más expresiva y más sincera que antes, o tomarán la forma de iniciativas originales, curiosas o simpáticas que servirán para matar el tiempo en las penosas circunstancias de un enclaustramiento.

En este contexto compartido poco contarán ya las ideologías polvorientas sacadas del desván de los recuerdos como no sea para montar alguna escena cómica, y aun parecerán absurdas las manifestaciones de odio, ya que nadie se sentirá tan distinto del otro en la desgracia. ¿Dónde quedan aquellas torpes mesas amañadas para fraguar la destrucción de España, o aquellas hordas destructoras del mobiliario público, sino como muestra de un desvarío tan improductivo como estúpido?

Suprimidas las celebraciones públicas de la Semana Santa por evidentes razones de seguridad, pero vigente la penitencia de vivir enclaustrados y con una amenaza en perspectiva, la oración brota en las almas españolas más espontánea que nunca. Podrá desaparecer más adelante – Dios lo quiera – este virus oculto que nos cerca, pero cualquier intento de romper el sentimiento que hoy nos une debería caer en el ridículo como han caído quienes urdieron enfrentamientos y mentiras para apoyar ambiciones personales o introducir el caos en nuestras vidas.

Todos ellos deberán darse de bruces con una realidad no controlada y espontánea: la de una gran nación ya vacunada de ideologías destructivas; una nación en que la gente no aplaudirá solo a los suyos, sino que lo hará sencillamente, como ahora, al contemplar el bien puesto en acción.

Una nación que demostró saber sufrir, soñar, rezar unida.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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