Primavera enclaustrada

Por Javier Pardo de Santayana

(Ropa tendida. Acuarela de Angel Garcíarubio en Hispacuarela de Facebook.)

Como un castigo bíblico vivimos una primavera de latidos estériles, de colores inciertos, de horizontes carentes de perfiles. Un presente que pretende escapar en busca de otras realidades aún inciertas. Un hoy que sólo sueña en ser mañana porque no puede ser ayer. Un cada día que se limita a repetir aquellos viejos trucos indispensables pero que ya no cuadran; tan sólo imitan una realidad inexistente. Nada de lo anterior parece útil ya, pues sólo importa la supervivencia.

Ahora mismo, cuando ya se cuentan por millares quienes fueron barridos por el virus antes de que pudiéramos salvarlos, intentamos convencernos a nosotros mismos de que es preciso volver a una normalidad que ya se intuye nueva. Pero en realidad nada ha cambiado, pues la amenaza está donde ya estaba, y continúa oculta pero activa. Pues si la situación cambió fue porque al final optamos por blindarnos y dejar todo en suspenso pendiente del futuro, así que hasta la solución hoy apuntada no responde tanto a la lógica como a un autoconvencimiento sin gran base. Se manejan los números y se dan por significativas unas cifras menores de muertos y contaminados que no responden a la eficacia de los medicamentos sino a la aplicación de unas medidas drásticas que exigen romper el funcionamiento de una sociedad compleja y obligan a volver a las andadas cuando, como digo, la amenaza se mantiene incólume y tan insidiosa como antas del enclaustramiento. O sea que la situación en nada ha variado verdaderamente salvo en la sensación de haber sido capaces de mantener el tipo pese a todo y haber sabido soportarnos a nosotros mismos en unas condiciones impensadas.

Así que ya empezamos a estar dispuestos a probarnos de nuevo enfrentándonos ahora nuevamente a una amenaza, ante la cual sólo tenemos como único recurso verdaderamente nuevo la experiencia de haber sido capaces de pasar aquel primer envite, que es como decir haber sido capaces de cambiar nuestros hábitos de vida y soportar, siquiera temporalmente, la paralización de todo el entramado de una sociedad que se autotituló “del bienestar”, un título que ya nos suena a impropio.

Cierto es que de algo valdrá el ejercicio de voluntad y disciplina realizado, y más aún el haberlo aceptado y aún asimilado, pero no encuentro la razón para relajar sin más el sacrificio cuando se sabe a ciencia cierta que fue éste, y no otra cosa, lo que creó la impresión de una mayor tranquilidad ante el peligro. Por tanto, la impresión generalizada – más física desde luego que mental – de que ha disminuido ya el peligro no tiene demasiada base salvo porque consideremos que ahora tenemos mayor y más perfecta conciencia del peligro toda vez que hemos sufrido sus efectos en nuestra propia carne. O porque, con vistas al futuro que está ya en puertas, las fuerzas vivas han movilizado muchos recursos estructurales en forma de obstáculos, elementos de protección – algunos, por cierto, muy sofisticados – y soluciones para materializar más fácilmente las medidas de separación entre personas con la esperanza en que funcionen. Dios lo quiera.

El resultado de lo cual es que nos estamos debatiendo entre contradicciones peligrosas, sea en nuestros comportamientos personales y sociales como en lo referente a los deseos y la lógica o entre lo real y lo deseable. O en el conflicto entre razón y sentimiento.

A esos contrasentidos evidentes contribuyen incluso las palabras: mucho se habla de “confinamiento” – según mi diccionario un galicismo y sobre todo una palabra con cierta preferencia por describir un sentido de imposición o de castigo – que fue acuñada en detrimento del para mí preferible término de “enclaustramiento”, que tiene cierto matiz de voluntariedad en cuanto a quien lo experimenta.

Y puestos ya en la tesitura de rizar el rizo para escapar de una realidad desagradable, vemos utilizar algunos términos traídos por los pelos, como el de “desescalada”, que ya son ganas de inventarse cosas raras y fastidiar a la Academia de la Lengua. Menos mal para los infractores, que la otrora prestigiosa institución que debería cuidar por nuestro idioma parece estar últimamente facilona y dispuesta a admitir cualquier barbaridad innovadora. Tanto que, según tengo entendido, ya ha admitido palabras como “brunch”, pronunciada supongo como la pronuncian nuestros amigos norteamericanos. Como nos han colado ya lo de “Girona”, que hemos de pronunciar con un sonido que no se encuentra en la lengua castellana.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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