Lo que hacen cavilar unas avispas  

Por Javier Pardo de Santayana

(Una avispa velutina, comunmente conocida como avispa asiática)

Una foto llega desde Cantabria, a donde nuestro hijo se ha acercado tras el aislamiento  forzado por el coronavirus. Se trata de la aparición de un avispero; de una enorme bola inesperadamente  surgida en la ventana de nuestro dormitorio.

En otro tiempo se habría ocupado probablemente de ella Manuel nuestro vecino, que habría aplicado a este caso su sabiduría omnitemática. En realidad algo bastante parecido ocurría casi cada año con las abejas de la casa grande, en cuya balconada tendían a instalarse las abejas. Pero ahora las cosas han cambiado, y ya no es obligación de cada uno, sino responsabilidad de los gobiernos, así que – según descubro – el problema recae sobre el capítulo “Emergencias”. Es decir que se trata de un asunto tan importante que corresponde al 112, así que lo que debe hacerse es conectar con el ayuntamiento, y éste llamará a los responsables, hoy objeto de planes que se integran a mayor nivel de responsabilidad que antes.

Dicho y hecho, y no más que al día siguiente se hará todo lo necesario para la eliminación de la enojosa plaga conforme a todas las prevenciones y exigencias. Así que sólo queda ya la reflexión. Y ésta, naturalmente debe centrarse en la enorme diferencia que, según parece, existe entre estas avispas – las “asiáticas” – y las normales de toda la vida, que fueron siempre solitarias, mientras que las de ahora montan incluso nidos – que no propiamente “colmenas” – que llegan a medir 80 cm de diámetro y pueden albergar los 2000 individuos de la especie.

¿Que por qué se les persigue? Pues por el carácter de plaga de esta para nosotros nueva raza, ya que sus alimentos preferidos – que para la avispa de siempre fueron los pequeños pulgones – se encuentran ahora en las abejas, constituyendo de esta forma una amenaza para los principales colonizadores del planeta, hoy en vía de desaparición por esta causa.

Así que quizá sea indicado recordar a mis lectores las principales diferencias entre avispas y abejas, no siempre bien conocidas y en cuyo ámbito acaban de irrumpir los enemigos de una especie al parecer indispensable. Porque hasta ahora, aunque recelásemos de ambas por el temor al consabido picotazo, admirábamos de las abejas su laboriosidad y su predilección por la belleza de las flores hasta el punto de perdonar incluso la amenaza de su dolorosos picotazos y tratábamos de evitar que desapareciesen, conscientes como éramos de su papel fundamental en la conservación de otras especies vegetales. O sea que nuestra actitud hacia la abeja era bastante mejor que la adoptada en relación con las avispas, y eso que no siempre supimos que las primeras morían cuando picaban a alguien mientras que las segundas seguían tan campantes.

Admirábamos también la fertilidad de la famosa abeja reina, paridora de una prole de miles de zánganos y obreras que tan sólo dependían de ella, y también el denodado trabajo de estas últimas. Y, sobre todo, agradecimos el increíble regalo de la miel y la cera, esos simbólicos productos mientras odiamos desde niños el peligro de las viles avispas, tan hostiles y amenazadoras, no ya en grupo, sino incluso de forma individual, ya que jamás aportarían otra cosa que un agudo dolor insoportable. Y más si uno era, como muchos suelen ser, alérgico.

Sí, en efecto, la avispas y abejas constituirían algo así como los poderosos símbolos del mal y el bien entre los hombres: del trabajo y el fruto de un denodado esfuerzo colectivo – increíblemente organizado y generoso – que las abejas defenderían, aun al  coste de su propia vida, al execrable ejemplo de quien parece ver un enemigo en cualquier parte y disfruta con el dolor ajeno; algo para lo cual siempre estará dispuesto.

He aquí pues, con el advenimiento de estas avispas malparidas, la irrupción de una nueva forma de peligro que violenta el equilibrio conocido con nuevas costumbres animales que no sólo perturban nuestras propias vidas sino también las de otras especies animales e importantes especies vegetales.

En todo caso uno se sorprende de la rapidez con que tan solo en unos pocos meses de pandemia llegamos a encontrar lo que encontramos; es decir un enorme nido en nuestra propia casa, lo que habrá requerido la decisión de trasladarse – que presupone la sutil apreciación de que ha cambiado su ambiente habitual y ya no existe apenas en la zona actividad humana – así como la elección argumentada de un lugar concreto; en este caso del hueco de una ventana debidamente orientada al mediodía. Y nada menos que la construcción en él de una gran bola que habrá requerido la acumulación de fibras de madera masticada y multitud de marranadas de ese tipo; todo ello en un contexto colectivo de pequeños seres voladores.

Así nos quedaremos cavilando sobre cómo medirán el tiempo y coordinarán sus acciones esos pequeños animales hasta hace poco extraños a nosotros, y como el progreso de los hombres exige establecer procedimientos que permitan eliminarlos con eficacia y prontitud, mientras la Humanidad se esfuerza por encontrar al mismo tiempo cómo hacer frente a un virus misterioso que la mantiene pendiente de la muerte.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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