Ya lo decía yo

Por Javier Pardo de Santayana

(Viñeta de Nieto en ABC el pasado día 10)

Hoy me permito ofrecer a mi improbable lector un artículo que publiqué en este mismo blog hace la friolera de diez años y medio – concretamente el 9 de febrero del año 2010 – con motivo de las medidas adoptadas entonces para frenar la famosa gripe A. La publicación hacía mención del contenido de un antiguo relato mío fechado casi otros diez años antes – el año 2001, recién inaugurado el nuevo siglo – cuando la vida transcurría sin perturbaciones que pudieran afectar a la salud como las que ahora nos afligen. Ambos se titularon simplemente “El virus”.

He aquí su texto:

Hace tiempo escribí un relato al que titulé “El virus” en el que imaginaba una situación más o menos kafkiana: el temor a las enfermedades contagiadas a través del trato obligaba a los hombres a refugiarse en un mundo virtual hasta que éste era también contaminado por un virus informático que afectaba a los mecanismos cerebrales.

La situación ideada volvió a mi recuerdo cuando, para atajar la famosa gripe A – sí hombre, tiene usted que acordarse, que hablaron mucho de ella… – se nos aconsejó por televisión que nos abstuviéramos de besos, apretones de mano y otras muestras físicas de afecto. No nos lo dijo cualquiera, señores, que nos lo dijo el Gobierno de España, nada menos.

Luego, la amenaza se disipó como la niebla  cuando comienza a calentar el sol. La gripe A desapareció de nuestro imaginario cuando la gente empezó a constatar que aquélla no era la plaga que anunciaban. Alguna empresa farmacéutica hizo su agosto, y esto fue todo. Por cierto, ¿qué harían con los veintitantos millones de vacunas que sobraron? Porque, si no me equivoco, caducaban a los cuatro meses.

Bueno; el caso es que mi imaginación no andaba errada. Ya, de entrada, han empezado por ponernos en guardia contra la hermosa tradición de escenificar el deseo de relación mutua entre los seres humanos. Por eso le digo a usted que no me extrañará que llegue un día en que el Gobierno nos muestre en las pantallas cómo intercambiamos nuestras bacterias al apretar la mano del amigo o al besar a la mujer amada, o cómo nuestros pulmones absorben el aire que poco antes estuvo en la boca de aquel mendigo carrasposo y desdentado. Quizá veamos también con repugnancia cómo los seguidores del laureado Adriá Ferrán manipulan esos pequeños platos en los que ahora meten los dedos, y hasta acabaremos desertando de los restaurantes. Ya nos pasó algo parecido cuando nos hicieron caer en la cuenta de que las mantas que nos cobijan y las almohadas sobre las que reposamos nuestras cabezas están pobladas de repugnantes ácaros; pero esto será aún peor, porque la prohibición llevará la marca del Gobierno de España.

Hace poco vi ese sketch de Intereconomía en el que aparece un hombre sentado en un restaurante. El camarero le quita el cigarrillo: “Lo siento, caballero, pero no puede usted fumar; lea usted el letrero; lo prohibe el Gobierno”. “Bueno, si es así, qué le vamos a hacer”, responde, resignado, el hombre, y añade: “Entonces haga el favor de servirme una cerveza”. Casi sin dejarle terminar, de nuevo el camarero: “¿Pero qué me está usted diciendo, caballero? ¿No sabe que le multarán si le cogen conduciendo con una cerveza dentro del cuerpo?”. El sufrido cliente, ya desanimado, insiste con un hilo de voz: “Espero que al menos pueda tomar algo; una hamburguesa doble, por ejemplo, que me estoy cayendo de hambre, por favor”. El camarero salta, casi indignado: “¿Pero está usted loco? ¡Si eso es puro colesterol! ¿Es que no oyó usted a la ministra?” Así que el hombre se levanta y se va confuso y perplejo. ¿Qué solución podríamos recomendarle?, se pregunta el espectador. Y he aquí la respuesta: la única solución es que prohíban de una vez a ese contumaz inquisidor que nos prohíbe todo y que parece querer disponer de nuestra vida y nuestros bolsillos.

Sí, esto es cierto. No tardará el día en que la fiebre censora de esta gente, transformada ya en un incontenible orgasmo, nos obligue a despegarnos de los demás ciudadanos, incluidos parientes y amigos, despojados todos de su antigua consideración de prójimos y transformados ya en potenciales bombas de relojería. Entonces, como en mi relato, nos encerraremos con nuestro ordenador para vivir por fin, no una existencia virtuosa, sino una vida virtual. Hasta que llegue aquel virus informático que nos vuelva a todos locos…

Para colmo, estos supercontroladores son aquéllos a los que se les caía la baba con el Mayo francés… Sí, hombre, acuérdese usted: aquél del famoso “prohibido prohibir”.

NOTA a fecha de agosto de 2020: Sirva esta evocación para dejar constancia personal de haber pronosticado con una antelación de veinte años lo que nos está sucediendo en nuestros días. Naturalmente con la diferencia de que el artículo del blog que hoy les ofrezco se refirió a una situación que quedaría en casi nada, mientras que el peligro que hoy nos mantiene acongojados tiene toda la gravedad pronosticada en mi relato original, justificando así muchas de las prohibiciones. 

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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