Por Mayte del Riego. Introducción de Carlos de Bustamante.
(Carta real a mi hermano Paco)
Cuando tras el obligado reposo de actividades me disponía a reanudarlas, héteme aquí que recibo de la que fue amiga íntima de mi esposa Carmen que descansa en paz desde hace ya más de un año, el precioso escrito que transcribo, para mayor difusión que contrarreste la labor salvaje de quienes sin más argumentos que los inspirados por un odio que se remonta a los terriblemente necesarios de nuestra pasada guerra civil.
Cursaba mi Promoción-X de la A.G. M.- el 2º periodo de los tres últimos meses de nuestra carrera, cuando “novato” ingresó nuestro hoy rey emérito Juan Carlos primero.
Por afinidad de intrepideces y en menor medida por genealogía, Paco, mi hermano, verdadero Hijo del Trueno (Boanerges), trabó una amistad tan íntima, que, aumentada, aún perdura. Botón de muestra la carta adjunta que acompaña a este post. Aunque sería en extremo prolijo relatar aventuras y desventuras de estos nuevos Boanerges, no renuncio a ser más extenso en escritos sucesivos de los que me atrevo a garantizar una sonrisa o tal vez carcajada. Tiempo al tiempo. Cedo la tinta y cálamo a mi amiga escritora Mayte de Riego, que les narrará brevemente el porqué de tan pomposo como justificado título del presente artículo.
“Niño y adolescente, así conocimos en Donosti al Rey emérito, Juan Carlos. Junto con su hermano pequeño -Alfonsito- hizo el bachillerato en el Palacio de Miramar con otros chicos de su edad.
Los dos -entonces infantes de España- forman parte de la memoria de la ciudad.
Muchas etapas tiene la vida. Aquella tuvo su felicidad como corresponde a niñez y adolescencia. Pero siempre empañada por la separación obligada de padres y hermanas.
Vino demasiado pronto la trágica muerte de Alfonsito a los catorce años. Cuánta huella de dolor en la familia. Es un capítulo denso en las Memorias que dejó escritas Doña Mercedes, la madre, que sufrió el zarpazo de la enfermedad. No es fácil para ninguna madre sobrevivir al hijo.
En otra entrada de este blog hablé del tema y dejé una reflexión sobre el Rey Juan Carlos que traigo a este triste presente.
Sí, hay una gran soledad en el Rey, porque él solo ha afrontado la trayectoria de una vida, muy impuesta por circunstancias que podía haber evadido, para realizar, -como todos queremos- «mi vida, la que elijo, la que quiero». Él no ha sabido de eso ni de niño.
La vida se impone, pero las heridas del alma son difíciles de curar y reverdecen, incluso en las etapas más avanzadas de la vida. Cuando en la intimidad de tu alma haces balance de días, años… Y viene a tu memoria un instante fugaz que quisieras que nunca hubiera existido.
Cuántas reacciones y comportamientos, tienen una causa íntima, profunda que, aunque el paso del tiempo atemperen, en cualquier momento vuelven a aflorar. No caigamos en la frivolidad de amañar vidas ajenas, envolviéndolas en comentarios, pareceres y sobre todo acusaciones interesadas e injustas» `.
Es verdad que Juan Carlos trajo la democracia, pero ya antes había hecho muchas cosas, muy ignoradas por España y los españoles. Y ha seguido haciéndolas a lo largo de su vida.
A la altura de este siglo XXI, y en una sociedad libre y democrática nadie debería sorprenderse de que un Rey, como ser humano, sea vulnerable. Él lo ha sido. Está bien que actúe la justicia, pero está de más la condena arbitraria y a título de ideología y de partido.
En una escena evangélica, llena de sabiduría práctica, Cristo apeló a la conciencia para salvar a la mujer hundida en su propia miseria. Ante la evidencia del propio pecado, nadie se atrevió a tirar la primera piedra porque todos tenían la experiencia del mal. La mujer quedó justificada.
Ahora hay mucha prisa por enjuiciar y condenar a otros, antes que lo haga la justicia aplicando la ley. Las conciencias están más endurecidas que las piedras y no reconocen el propio mal, ni el odio injustificado. Con qué osadía se tira la primera piedra y se abre camino a las que vienen después.
Sí, la Monarquía repele a algunos. No admiten la fuerza y coherencia de la persona que asume una misión y se dedica a ello de por vida. Lo vemos ahora en Felipe VI. Difícilmente se adquiere esa madurez a golpe de ideología y de intereses de partido. No hay más que ver el panorama de España. Hasta un líder, como Churchill, necesitó la consideración y el respaldo de la Corona. Bien lo saben los ingleses y, a pesar de los pesares, la mantienen. Sin duda favorece a la democracia porque el Rey es patrimonio de todos.»