Una especie de suicidio colectivo

Por Javier Pardo de Santayana

(Ancianos paseando. Acuarela de Kubi)

Me permito recordarle a usted, improbable lector mío – aunque al principio no le venga a cuento, que tras la experiencia nada menos que de un siglo, los europeos decidimos, en comunión con los norteamericanos, que había llegado ya el momento de aprovechar la situación vivida y su experiencia para instalar entre nosotros un sistema de paz protegida con la intención de eternizarla. Se trataba de una decisión bien meditada y radical que se orientaba sobre todo a asegurar una paz definitiva entre nosotros y a hacer coincidir a todos los países europeos en un planteamiento común que tendría su fortaleza y su razón de ser en la coincidencia de todos en ciertos principios esenciales que se identificarían con las bases de una cultura compartida.

Tuvieron entonces las palabras un tono moral y filosófico que apuntaba muy alto y muy profundo, y las voces de sus promotores sonaban a proféticas, ya que albergaban cierto sentido religioso que conectaba bien, no sólo con la tradición de Europa, sino también con la importancia de la empresa. Además los grandes principios en los que se basaba habían calado ya en el ambiente general del mundo libre e incluso ido bastante más allá para vertebrar las raíces de las grandes organizaciones internacionales.

La unión se verificaría con el entusiasmo requerido y sus premisas se entendieron dentro de una perspectiva histórica, conscientes todos los países de que se fraguaba una iniciativa de gran rango con vistas  a un futuro de paz que rompería con los bancos pintados del pasado y constituía la propuesta rompedora de un modelo convertido en solución factible. Y todos conocemos la entusiasta respuesta recibida.

El efecto, la reacción ante el proyecto rayó en el entusiasmo, y a él se adherirían no sólo los vencedores de la guerra fría sino también, y con mayor motivo, los países anteriormente sometidos a la tiranía comunista, que valoraron más que nadie la libertad adquirida.

Pero aún había más, pues al entrar en este club cada uno de ellos, como también los que de siempre habían militado juntos frente a la amenaza, pasarían a pertenecer a lo que sería una tercera gran potencia mundial en todos los sentidos, que en esto se vería convertida la Unión constituida de tal guisa.

Y Europa se mostró como un modelo posiblemente exportable de futuro, claro está que siempre que se consolidara y superara sus posibles crisis iniciales. Lo que jamás se pudo suponer es que pudiera producirse un olvido total de lo que fue nuestro pasado más reciente, como también que no se haya entendido su objetivo principal y la razón de su existencia como Unión Europea, a no ser porque cayera en la ceguera de minimizar la importancia histórica y trascendental de la razón de ser del nuevo empeño.

¿Quién en su sano juicio podría imaginar que íbamos a ser tan insensatos como para malograr un mecanismo de paz y desarrollo como sería una Unión continental basada en una cultura compartida y con una vocación de permanencia, demostrados como están sus beneficios y conocidos como eran sus antecedentes de luchas intestinas y de guerras? ¿Cómo ante los primeros signos de desunión y decadencia no se alzan, indignadas, nuestras voces?

¿Cómo parecemos insensibles ante el retorno de una situación en vías de debilitar los esfuerzos realizados para garantizar la paz y el bienestar de todos? ¿Es que no recordamos ya cuál es el resultado de fomentar nuestras diferencias y ver a los vecinos como enemigos potenciales? ¿Añoramos de verdad los tiempos que pasamos enfrentándonos por razones de poder, estética o prestigio como era propio de los viejos tiempos? ¿Es posible tamaño infantilismo en pleno siglo XXI?

¿Y cree usted, improbable lector de mis escritos, que el progreso que debemos implantar en este nuevo tiempo tiene algo que ver con los cerriles manifiestos comunistas importados de impresentables  tiranos sudamericanos – de la talla de Maduro y compañía –  que propugnan que les imitemos y han convertido en articulo de lujo desde las aspirinas hasta el papel higiénico?

¿Cómo es posible que los españoles les votemos si no es como por consecuencia de una penosa educación que nos convierte en ignorantes pulsadores de teclas?

Y, sobre todo, ¿cómo no se ha alzado ya desde hace tiempo un indignado y sonoro clamor en el cielo europeo con el que los muchos ciudadanos sensatos y conocedores de la historia denunciaran que lo que está ocurriendo es una especie de suicidio colectivo?

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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