Virus y globalización

Por Javier Pardo de Santayana

(Israel Paez. Ilustración 9)

Todo empezó cuando el Presidente Kennedy decidió ganar a los rusos la carrera del espacio y hubo que miniaturizar a tope los complicados circuitos electrónicos. De esa necesidad procede, por ejemplo, la posibilidad de utilizar el teléfono que llamaremos impropiamente “móvil” pero que en todo caso no es esclavo de una poderosa fuente de energía externa y así se puede hablar con él hasta con las antípodas e incluso ver a aquel con quien se habla. Pero para que esto se hiciera de verdad posible había que contar con el estorbo de las complicaciones de un conflicto que mantendría en pie de guerra a media humanidad contra la otra. Así que tal posibilidad no pudo hacerse real hasta que concluyó la “guerra fría”

Se trataba, a partir de ese momento, de aprovechar la globalización para crear un mundo mejor relacionado y en consecuencia más pacífico. Una sociedad humana basada en los avances de Occidente. Me refiero a un Occidente democrático en el que se encuadraría un importante proceso tenido por modélico: la construcción de una Europa en paz y razonablemente unida que respondía a una expresión de hondas raíces culturales pero que desgraciadamente se fue perdiendo en manos de una generación de  líderes mediocres. Y en estas circunstancias llegó el virus para poner todo patas arriba, así que la globalización serviría sobre todo para que los contagios se produjeran con una rapidez inusitada: visto y no visto, atravesó los cielos, las tierras y los mares, y afectó a millones de personas en cuestión de pocos meses.

Así que aquella maravilla que fue la globalización de finales del pasado siglo, que nos permitió relacionarnos con cualquier punto del planeta en tiempo real y sin distinción de clases, aumentaría los contactos humanos, y les daría mayor continuidad y cercanía además de proporcionar un mejor conocimiento del “vecino” y sus problemas y propiciar la paz y el buen entendimiento entre los hombres. Mas acabaría por ser también culpable de la rápida extensión de una amenaza planetaria, con lo cual aquella posibilidad inicial de comunicación en pocas horas por el “éter” hasta los sitios más lejanos de la Tierra serviría también para llevar la muerte con la mayor facilidad y rapidez hasta el confín del orbe. Y se convertirían en peligros precisamente las virtudes que la dotaran de mayor facilidad y posibilidades para el contacto mutuo.

Mas los efectos del famoso virus no quedarían solamente en esto, puesto que, contra su aparente vocación primera, la globalización obligaría al reforzamiento de fronteras y hasta al confinamiento de familias. Esto sin contar con el establecimiento forzado de separaciones y de límites que tenderían a aislar territorios y personas; estas últimas incluso mediante una ocultación singularmente significativa de partes del cuerpo que suelen ser definitorias de la personalidad de un ser humano.

O sea que la globalización – aquella baza que permitiría mejorar el mundo que se heredó del siglo XX aproximando a las personas y facilitando el encuentro y el conocimiento mutuo de la gente de todos los países, razas y culturas – acabaría sembrando el temor por todo el mundo

Lo cual nos hace vivir como un momento clave en el que, por una parte vemos decaer el entusiasmo y la ilusión por vencer definitivamente los males recurrentes a lo largo del pasado siglo ofreciendo el buen ejemplo de una Unión modélica en su enfoque como paradigma de un espíritu orientado a demostrar que sí es posible abandonar los desencuentros para crear un espacio de paz y de progreso – un espacio en el que todos se sentirían  reforzados – y, por otra sufrimos agobiados por la difusión de una pandemia que sólo ha unido a todos en el pánico y en una simplificación de nuestras vidas hasta el límite.

Porque, en efecto, ahora estamos tan solo unificados por el miedo mientras nos miramos con recelo los unos a otros. Adiós, por tanto, al bienestar y la complejidad de aquellas orgullosas sociedades que con sus maletas de sueños imposibles inauguraron el siglo XXI.

Aparquemos por tanto nuestros sueños, que aunque se hagan reales las vacunas, habrá tanto trabajo por hacer para recuperarse, que lo más seguro es que tardemos un largo tiempo ya de entrada para llagar al punto de partida y restañar las heridas del camino. Y eso que, ya de entrada, se nos acumularon los parados.

Esperemos, puesto que no parece haber otro remedio, que la actual generación de gobernantes supere su inepcia o sacuda su letargo, o que otra generación formada en la austeridad como la nuestra vuelva a creer en el futuro y nos permita oír de nuevo palabras de esperanza: expresiones proféticas como las que nosotros oímos en su día, cuando aún se nos tenía en cuenta.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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