Por Javier Pardo de Santayana
(Viñeta de Serrqno en El Español el pasado 5 de noviembre)
Creíamos ser especialistas en meter la pata, y sin embargo constatamos que nuestra torpeza es compartida. Es más, llegamos a la conclusión de que no somos los únicos en desvariar; que incluso se diría que el siglo XXI, que entró con el espectacular derribo de las Torres Gemelas a manos de quienes teníamos por indocumentados y carentes de conocimiento, se está consolidando como un desastre para el Occidente que salió triunfante de la experiencia de dos guerras calientes y una fría.
Tan es así que ya estamos viviendo la decadencia del país más poderoso y consistente del planeta; del líder que debía protegernos y echarnos una mano en nuestra ruta hacia el futuro. Y mira que éste parecía bien encaminado tras la la experiencia de un siglo de prueba.
Según parecía entonces – no hace tanto – bastaría con mantener el rumbo y aprovechar las lecciones aprendidas. El contexto parecía favorable: Se trataría solamente de sacar partido del prestigio que ganó el pensamiento occidental y hacerlo prevalecer para sentirnos fuertes cuando llegara la hora de la prueba. Europa no era tan sólo ya un proyecto sino una realidad prometedora y atrayente convertida en modelo para otras regiones del planeta. Había sí, que ser consecuentes: evitar que se desperdiciara lo obtenido y preparase para afrontar los nuevos tiempos que se iniciaron con una tragedia inesperada al comenzar el nuevo siglo: la exhibición de osadía de quienes siempre fueran perdedores.
Pero estúpidamente los ingleses practicaron la ruleta rusa y se lucieron. Así que, casi sin quererlo, se dijo adiós al gran proyecto, y, perdido el norte, también los norteamericanos despreciaron aquella idea de futuro e hicieron cambiar la perspectiva. Ya el presidente Obama dijo adiós a Europa comenzando de esta forma su alejamiento de unos europeos que, como se ve, tampoco estaban muy dispuestos. Y su sucesor, ya no digamos, pues no sólo abandonaría de forma ya definitiva a nuestro continente, sino que practicaría el aislamiento blasonando de un exclusivo interés por su propio proyecto nacional, si bien hay que decir que con acierto en cuanto a sus resultados económicos. Mas todavía quedaba la esperanza de que cuando menos, ganara quien ganara, las elecciones norteamericanas nos mostrarían un ejemplo de buen funcionamiento democrático. Había, pues, que reflexionar y unirse. Y poner manos a la obra.
En cuanto a España. como contagiados por este ambiente de abandono de lo esencial, resonarían ecos parecidos pero como retrotraídos a los años treinta del pasado siglo. Tan es así que hasta volvieron, como si se tratara de algo nuevo, deplorables recuelos de los antiguos vicios. Hasta mostraron su patita los nuevos comunistas, y los sucesores de los terroristas que, contagiados por este desmadre, empezarían a mover el rabo junto con todos los antisistema.
Y en eso estábamos ahora cuando también el prestigio de quien liderara a los países libres cayó en picado clamorosamente. Así que lo que ahora estábamos viendo entre nosotros como un ejemplo de descomposición política y moral acabaría repitiéndose allá donde siempre encontramos el ejemplo de buen funcionamiento democrático: en efecto, ahora mismo, cuando les escribo, la noticia es que después de varios días sigue sin conocerse a ciencia cierta quien es el actual presidente norteamericano pese a haberse celebrado ya las elecciones. Y la razón es que el que que parecía ya saliente no está de acuerdo con el resultado y se propone presentar varias querellas con el pretexto de que hay trampa.
Pero si el ejemplo norteamericano era ya casi lo único a lo que podíamos agarrarnos…