El Prado “invita” a pintoras del siglo XIX y principios del XX

Por José María Arévalo

(Frutas, 1911. Óleo sobre lienzo de Julia Alcayde y Montoya -1855-1939)

Del 14 de octubre al 14 de marzo de 2021 el Museo del Prado presenta la primera exposición temporal tras su reapertura el pasado 6 de junio, “Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931)”, la primera muestra temporal. Estaba previsto que se inaugurara en marzo pasado, pero la pandemia obligó a posponerla. Realizada primordialmente con fondos propios, pero también de las colecciones reales de Patrimonio Nacional y de otras públicas y privadas, reflexiona sobre el papel de la mujer y los diferentes roles que desempeñó en el sistema artístico español desde el reinado de Isabel II hasta el de su nieto Alfonso XIII. En este tiempo, el Museo se convirtió en elemento central de la compra y exhibición de arte contemporáneo y desempeñó un papel sustancial en la construcción de la idea de escuela española moderna.

Belliure, Zuloaga, Raimundo de Madrazo

El recorrido se estructura en dos partes, una con obras firmadas por hombres con  la mujer como tema principal, y un segundo bloque que muestra a una serie de autoras de la época, en muchas ocasiones por primera vez, y muchas completamente desconocidas.

Precisamente se trata, con esta exposición, de “dar visibilidad a las pintoras del siglo XIX y primeras décadas del XX y explicar el molde patriarcal al que tuvieron que hacer frente”, como ha explicado el comisario, Carlos G. Navarro.

Obras de José Belliure y Gil, Mateo Inurria, Ignacio Zuloaga o Raimundo de Madrazo comparten protagonismo con anónimas pintoras como María Roësset Mosquera, Flora López Castrillo, Aurelia Navarro Moreno, Jane Clifford -una de las primeras fotógrafas-, la copista Emilia Carmena de Prota o Concepción de Figuera, que firmaba como Luis Lármig.

(Paso de una procesión por el claustro de San Juan de los Reyes, Toledo. Óleo de Elena Brockmann de Llanos 1865-1946 )

También hay varios cuadros de reinas que fueron pintoras como Isabel II, que cuenta en la muestra con una copia de la Sagrada familia del pajarito de Murillo, y de pintoras de bodegones y miniaturas.

130 obras ganadoras de premios

Comisariada por Carlos G. Navarro, conservador del Área de Pintura del siglo XIX de la pinacoteca, presenta una selección de más de 130 obras que, en gran parte, participaron en exposiciones internacionales o fueron ganadoras de premios de exposiciones nacionales creadas en 1853 para fomentar el progreso del arte español y constituir una imagen ideológica de la nación.

Enmarcada en un periodo cronológico que va desde los tiempos de Rosario Weiss (1814-1843) hasta los de Elena Brockmann (1867-1946), “Invitadas”, en su primera parte, ilustra el respaldo oficial que recibieron aquellas imágenes de la mujer que se plegaban al ideal burgués. El Estado legitimó estas obras mediante encargos, premios o adquisiciones, y fueron aceptadas como valiosas muestras de la madurez de sus autores, al tiempo que se rechazaban todas aquellas que se oponían a ese imaginario. El contexto en el que se validaron estas representaciones sirve de antesala a la segunda parte de la muestra. En ella se abordan aspectos centrales de las carreras de las mujeres artistas, cuyo desarrollo estuvo determinado por el pensamiento predominante en su época, que diseñó su formación, participación en la escena artística y reconocimiento público. Para conformar y visibilizar este segundo episodio se han elegido los nombres imprescindibles, desde las románticas hasta las que trabajaron en el quicio de las vanguardias.

Miguel Falomir –recoge Hoyesarte.com-, director del Museo Nacional del Prado, considera precisamente que “uno de los mayores atractivos de la exposición radica precisamente ahí, en no haber acudido a la periferia sino al arte oficial de la época. Es posible que alguna de estas obras sorprenda a una sensibilidad contemporánea, pero lo hará no por su excentricidad o malditismo, sino por ser expresión de un tiempo y una sociedad ya periclitados”.

El Museo del Prado quiere saldar su deuda histórica con las mujeres

La descarriada, la mujer florero, el objeto de deseo o la santa. Muchos han sido los estereotipos que el arte español ha legitimado y muchas las artistas olvidadas que trabajaron en él. Todas ellas están en “Invitadas”, la exposición «más ambiciosa» del Museo del Prado para saldar su deuda histórica con las mujeres, indica el director de la pinacoteca, Miguel Falomir, quien añade que esta muestra es también «la más compleja desde el punto de vista conceptual», con un trabajo de investigación de dos años.

Para ofrecer un mapa más preciso del arte firmado por mujeres no solo hay pintura y escultura, también hay bordado, una de las «artes menores» a las que se relegaba a las mujeres; y cine, con varias obras de Alice Guy, una pionera de la ficción que ha sido sepultada por la historia pese a que llegó a filmar más de 1.000 películas.

El filme que pone fin a la muestra es Las consecuencias del feminismo, una película muda en la que Guy recreó una sociedad ficticia en el que los hombres se encargan de las tareas del hogar y las mujeres trabajan y pasan buenos momentos en los cafés.

El Museo del Prado, igual que el resto de grandes pinacotecas del mundo, ha sido criticada por la falta de mujeres en su colección, aunque Falomir recalcó el compromiso de visibilización de la mujer en su programación. Se suma, además, a las dedicadas a Clara Peeters en 2016 y a Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana del año pasado.

Pintoras en miniatura

La muestra dedica un apartado especial a “Pintoras en miniatura”. A imitación de los usos y costumbres aristocráticos, cultivar la pintura se convirtió en un complemento más –como el piano o el canto– de la formación de toda joven de la sociedad decimonónica de buen tono. Sin embargo, al no tener acceso a las enseñanzas que impartían las Academias de Bellas Artes, la educación artística de las mujeres se limitó a la recibida en las escuelas de dibujo o en los talleres de otros pintores. A pesar de ello, algunas llegaron a exhibir sus habilidades como pintoras aficionadas en las exposiciones públicas, donde la crítica las tachó de “graciosas” o “encantadoras”. Las pocas que llegaron a desarrollar una carrera profesional –provenientes en su mayoría de familias de artistas– se dedicaron principalmente al retrato en miniatura o a la copia de obras, por lo general religiosas, de grandes maestros del pasado. Sus carencias formativas y su sometimiento a las reglas del decoro de la época las abocaron así a un destino casi ineludible como miniaturistas, copistas o maestras de dibujo, actividades que desarrollaron en gran parte dentro del entorno cortesano. Sus carreras se consideraron menores y recibieron, hasta nuestro tiempo, un trato condescendiente.

Señoras “copiantas”

Otro apartado se titula Señoras “copiantas”. Durante buena parte del siglo XIX la copia de los maestros del pasado fue la actividad artística esencial de las mujeres. Primero se consideró adecuada por decorosa, pero poco a poco esa actividad, que además paliaba en cierta medida las limitaciones derivadas del veto a su formación académica, se convirtió en un desempeño con posibilidades lucrativas que las llevó a reclamar una consideración profesional. Las mujeres presentaron así sus réplicas a las exposiciones públicas y se hizo habitual su presencia copiando obras en los museos, aunque muchas tardarían en acudir solas. La mayoría de ellas se inscribieron en los libros de registro del Museo del Prado añadiendo junto a su nombre la palabra copianta –feminización del término copiante que evidenciaba su deseo de profesionalizarse–, y solo unas pocas se refirieron a sí mismas como pintoras o artistas. Entre las copistas femeninas que figuran en los registros se encuentran algunas pintoras que llegaron a alcanzar un considerable reconocimiento público como Rosario Weiss o Emilia Carmena, quien sería nombrada pintora honoraria de Isabel II. La propia soberana concurrió a diversas exposiciones de bellas artes con copias de su mano.

(Marina,1912. Óleo sobre lienzo de Flora López Castrillo 1878-1948. Madrid, Universidad Complutense)

Reinas y pintoras

Otro apartado lo dedica a “Reinas y pintoras “. Tanto María Cristina de Borbón como su hija Isabel II se sumaron con especial ímpetu a la tradición de las reinas pintoras y exhibieron con frecuencia obras de su mano, especialmente copias de grandes maestros, en las exposiciones celebradas en la Academia de San Fernando y el Liceo Artístico y Literario de Madrid, pero también en las recepciones organizadas en sus respectivos palacios. La prensa ensalzó no solo sus sobresalientes cualidades, sino el ejemplo que daban como protectoras de las artes. Durante sus sucesivos reinados un número considerable de pintoras y miniaturistas fueron nombradas académicas de mérito, y de estas, muchas –como Teresa Nicolau, Asunción Crespo, Rosario Weiss o Emilia Carmena de Prota– fueron acogidas en el ámbito cortesano para desempeñar su trabajo.

Isabel II favoreció especialmente con su mecenazgo a las pintoras, de las que adquirió diversas obras con las que adornó las estancias del Palacio Real, práctica que continuó en el exilio, donde confió el retrato de su legítimo heredero, el futuro Alfonso xii, a la artista francesa Cécile Ferrère. Esta protección real se mantuvo durante los reinados siguientes y sirvió de paradigma para las casas de la nobleza española.

Las viejas maestras y las “verdaderas pintoras”

Quizá el apartado más interesante sea “Las viejas maestras y las `verdaderas pintoras´”. “El acceso restringido de las mujeres a una formación artística reglada favoreció su dedicación desde la Edad Moderna a aquellos géneros que la jerarquía académica consideraba menores, como el bodegón, la miniatura o, en menor medida, el retrato. El propio Museo del Prado atesoraba obras de tres maestras antiguas, Clara Peeters, Catharina Ykens y Margarita Caffi, que marcaban la senda de prestigio que debían seguir las pintoras modernas. Al mismo tiempo, la pintura de flores y frutas se asociaba con determinadas cualidades y virtudes consideradas femeninas, como la capacidad de observación, la minuciosidad, la delicadeza, el cuidado del hogar, e incluso la

castidad.

La presencia de las mujeres en los certámenes fue aumentando a medida que avanzaba el siglo, llegando a alcanzar cifras notables, como en el caso de la Exposición Nacional de 1887, a la que concurrieron más de sesenta expositoras. La crítica ya no pudo obviar su asistencia, y, aunque en muchos casos siguió manteniendo un tono condescendiente, sustituyó progresivamente el término de “aficionadas” por el de “verdaderas pintoras” al referirse a muchas de las autoras de lienzos de flores y frutas. Algunas como María Luisa de la Riva llegaron a alcanzar un considerable prestigio internacional, a lo que sin duda contribuyó su residencia en París, cuya escena artística permitía una participación más activa de las mujeres.

(La pintora Madame Anselma  –Alejandrina Gessler- 1865. Óleo sobre lienzo de Henriette Browne -Sophie de Bouteiller-, 1829-1901. Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)

En este apartado incluye obras de María Luisa de la Riva y Callol de Muñoz (1865-1926), como el óleo “Uvas de España”, de 1895; de Julia Alcayde y Montoya (1855-1939) con “Frutas”, de 1911, que fue Segunda medalla en la Exposición Nacional de 1912; y de Fernanda Francés y Arribas (1862-1938), con “Jarrón de lilas” hacia 1890. .

Julia Alcayde

La asturiana Julia Alcayde –explica la web del museo- se formó en Madrid, donde se especializó en bodegones, floreros y escenas de caza, aunque practicó también otros géneros. Este bodegón, en el que dispone directamente las frutas sobre la tierra, como hiciera a menudo en sus composiciones de madurez, recibió una segunda medalla en la Exposición Nacional de 1912. A pesar de ello no fue adquirido por el Estado –que tampoco compró ninguna de sus obras premiadas en otras ediciones–, por lo que la autora lo legó al Museo de Arte Moderno por disposición testamentaria.

Anfitrionas de sí mismas

Y el último apartado que vamos a comentar, “Anfitrionas de sí mismas”. En las últimas dos décadas del siglo XIX la presencia de mujeres artistas en los certámenes públicos aumentó de manera notoria. Parte de la crítica llegó a reconocer la valía de muchas de ellas –a las que tildó incluso de “legítima esperanza del arte español”– y, rebajando el tono condescendiente, juzgó su obra con independencia de su condición de mujeres, al menos en apariencia. La mayoría de las alabanzas siguió encubriendo sin embargo un claro sesgo diferenciador, patente en comentarios como los que afirmaban que Elena Brockmann pintaba “como un hombre” o que Antonia Bañuelos era “el mejor pintor de su sexo”.

Las jóvenes pertenecientes a un ambiente familiar cosmopolita y receptivo a la creatividad, como Helena Sorolla o las citadas Bañuelos y Brockmann, gozaron de mayor libertad para desarrollar sus carreras, frente a aquellas otras que, como Aurelia Navarro, sucumbieron a la presión social. Ya en el siglo xx se sucedieron distintas iniciativas para enmendar la escasa consideración de las artistas –como la celebración, en 1903, de la Primera Exposición de Pintura Feminista en el Salón Amaré de Madrid–, aunque ninguna lo consiguió plenamente.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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