Una ciudadanía sin respuesta

Por Javier Pardo de Santayana

(Viñeta de Ramon en El Norte de Castilla el pasado día 19)

Cuando uno ve esa mayoría que se supone dotada de sentido – esa mayoría a la que como españoles que viven en el siglo XXI y fueron a la escuela se supone medianamente inteligente – y observamos su comportamiento, no podemos por menos de asombrarnos porque les suponemos, como mínimo, capaces de ejercer presión sobre cualquier minoría de alienados o de embaucadores que perturbaran el discurso lógico, intentaran colar una mentira o prosperaran a costa de nosotros.

Nos asombramos, digo, al ver como la mayoría hace el tancredo ante tanta tomadura de pelo como engullen cuando numerosos compatriotas nuestros rompen los límites que otrora contenían sus excesos, y ante la falta de respuesta se permiten, no sólo ejercer una insoportable violencia impulsada por el odio, sino incluso exhibir su chulería.

Resulta, en efecto, inexplicable que la mayoría de nuestros conciudadanos no ejerza su poderosa superioridad moral sobre unos impresentables mequetrefes que al no recibir una condena decidida de la gente no encuentra empacho en practicar su atrevimiento hasta desarrollar una violencia gratuita pero perfectamente organizada revelando así su predisposición a delinquir. Claro que hacerlo les resulta gratis; tan es así que al no encontrar una condena tan seria como se supone por parte de una opinión pública consciente que se oponga seriamente a sus desmanes, se ven en condiciones favorables para desarrollar nuevos niveles de osadía a la hora de vomitar su odio irrefrenable. De ahí que les veamos crecidos estos días  hasta el punto de – cosa inaudita – decidirse a asaltar una comisaría y amenazar con hacerlo también con los juzgados.

Y no crean ustedes que lo han hecho en el calor de su entusiasmo destructivo. Porque la principal característica de estas nuevas hordas españolas es precisamente que están constituidas por grupos altamente organizados en que cada insurgente va dotado de una mochila con los artefactos y productos necesarios para destruir el mobiliario urbano y los establecimientos comerciales o provocar incendios en las calles y vehículos, incluidos los de la misma policía, que para ello cuentan, a mi juicio, con la pasividad y el temor de la ciudadanía en aplicación de la más típica teoría revolucionaria y anarquista de la extrema izquierda.  He aquí una acción que cuenta incluso con el apoyo de parte de un gobierno que favorece tan criminal propósito, pero también con el silencio o la pasividad del resto.

Tamaño atrevimiento es la expresión del odio compartido por esas hordas bien alimentadas, pero también, y esto es lo novedoso en nuestro caso, por nuestro poder político oficial, que hasta tal punto llegará a atreverse. Es decir, con el sí de personajes que se pretenden democráticos mas que, aunque tal cosa parezca mentira, apoyan igualmente  el vandalismo y la confrontación entre españoles en este grado de peligrosa intensidad pensando que de todo ello sacarán provecho.

La situación es tal que obliga a uno a preguntarse cómo es posible que tal cosa suceda sin que inmediatamente se produzca una decidida reacción en contra, no ya por parte de nuestros gobernantes, algunos de los cuales serán precisamente los primeros en animar a quienes de tal manera se comportan, sino por la inmensa masa de ciudadanos que atónitos observan unos desmadres que se dirían ajenos a una Europa del siglo XXI tras la experiencia acumulada en el pasado. En efecto, lo que parece natural ante tamaña exhibición de violencia y odio es que la inmensa mayoría de españoles heridos y sorprendidos por una situación contra natura que sólo encuentra precedente en las famosas quemas de conventos aplaudidas por los predecesores de estos nuevos sembradores de odio, reaccionaran decidida y colectivamente en bloque.

Así que no sería malo plantearse si los votantes españoles no necesitarán unas mayores dosis de reflexión y de criterio ante el mundo en que nos encontramos. Y si nuestros intelectuales,nuestros pensadores, nuestros educadores y nuestros líderes políticos, no deberían tratar de identificar la grave enfermedad que aqueja a nuestra desorientada sociedad de ahora y profundizar sobre las razones de esta innegable decadencia.

Quizá descubran entonces que un problema de fondo de esta debilidad patente bien pudiera localizarse en el contagio, no sólo de un virus inclemente, sino también de un egoísmo engendrador de falta de respeto al prójimo que se concreta, por ejemplo, en la actual moda de conceder un cierto marchamo de categoría a cualquier transgresor en cualquiera de sus formas. Como quizá también en la presión política que intentará sacar partido al “cuanto peor mejor” y jugará con campañas psicológicas apoyadas en el bulo y la mentira. Y, por qué no, en el mal ejemplo que sobre los principios y comportamientos se brindará como normal a unas familias ya casi siempre desestructuradas. Y en el temor de los padres a aconsejar a sus hijos o, sin ir más lejos, en el desprecio hacia la norma establecida para contener una pandemia. O en esas nuevas doctrinas sobre la sexualidad que tratan de imponernos los actuales gobernantes a la fuerza aprovechando nuestro desconcierto. O en las leyes orientadas a cargarse a los ancianos enfermos y a los bebes nonatos para que no molesten. En suma, en el desarreglo moral según el cual no hay una sola base sólida a la que agarrarse porque todo cuanto existe es relativo.

Situación que de seguro contribuye a despistar y desarmar a un ciudadano – perdón, o ciudadana – que, estando como está sumido – o mejor, sumida – en una especie de mal sueño por la presencia de un virus invisible que le sitúa en un contexto de peligro de muerte ante el cual en muchos casos echará de menos el consuelo de un sentido religioso de la vida ( algo que fue inherente a su cultura milenaria ) se muestra ahora confuso y sin recursos ante las inesperadas manifestaciones de odio de nuestros nuevos e insolentes bárbaros.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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