Al parecer no es tiempo de silencios

Por Javier Pardo de Santayana

(El pensador de Rodin)

Contra lo que pudiera parecer, el silencio no es el sonido de la nada; quiero decir con esto que, en términos prácticos, lo que tomamos por silencio es simplemente el sonido que oímos cuando no existen ruidos en nuestro entorno perceptible, que es cosa distinta. También a veces aplicamos este término a una situación en la que somos nosotros los que estamos callados. Así decimos entonces, por ejemplo, que “permanecemos en silencio” como si fuera una excepción permanecer callados o porque se diera por supuesto que la vida genera siempre algún sonido aunque no se pretenda.

Y es que cualquier actividad del ser humano tiende a identificarse con sonidos propios aún sin necesidad de expresar intencionadamente nada y por muy elemental y sencilla que sea. Incluso los sonidos naturales del ambiente se perciben muchas veces como exigiendo algún tipo de respuesta puesto que todos tienen una causa. En tal sentido – incluso en esas circunstancias – lo que llamamos “el silencio” podría ser una expresión de algo que nos atañe, a la manera de cuando oímos un sonido, pues tendemos a buscar su causa y el mensaje que transmite por si estuviera exigiendo una respuesta que en ocasiones pudiera ser librarnos de un peligro o desarrollar una acción determinada.

Así que el ser humano vive y se desenvuelve dentro de un mundo de sonidos diversos que le harán sentir y le estimularán a incorporarse al gran concierto de las voces. En este ambiente de estímulos vivimos como vivieron también nuestros antepasados desde el comienzo de los tiempos, y en este ambiente resolvimos poner nombre a cada cosa e incluso transformar los sonidos en música o poesía.

Y así, desde los tiempos de Maricastaña, o sea para nosotros desde siempre, el sonido se articula en un lenguaje estructurado que concede cuerpo al pensamiento y que tan necesario es para todos que ha invadido el ambiente de los hombres hasta acotar, como hace ahora, casi todos los espacios del silencio. De forma que éste queda relegado prácticamente al ámbito del sueño, que es como nos negamos espacios constructivos y nos forzamos a nosotros mismos a casi no parar  en nuestro esfuerzo permanente por implicarnos en los retos que los estímulos exigen. O sea que nos sentimos incapaces de aprovechar la capacidad de reflexión propia del ser humano.

El resultado de esta actitud nuestra ante el silencio es por consiguiente trágico, tanto para cada uno de nosotros individualmente como para la sociedad en general. Tan sólo las mujeres y los hombres santos y muy pocos otros seres especiales serán capaces de parar el carro y degustar y aprovechar el tiempo, arrastrada como está la mayoría a no parar en una actividad sin pausa porque no nos queda el tiempo del silencio para detener el reloj y entrar en la contemplación pausada de la vida o en la conversación con uno mismo y la conciencia, ya que falta el silencio y si lo hay lo evitaremos inmediatamente porque en el fondo nos estorba.

Pero el caso es que en el camino dejaremos de lado muchas veces tanto nuestra fe como nuestra conciencia, que sólo afloran plenamente en el silencio, con el más que probable resultado de una desmesurada dependencia de los medios, y así veremos a los jóvenes presa de la fascinación de los nuevos inventos y de un desconcierto moral, que les perturba, Como también generaciones descreídas y pasto de una propaganda interesada que sabe estimular y aprovechar el general despiste.

Por tanto – y con esto termino – adiós silencio, con cuya desaparición se está perdiendo la extraordinaria baza de disfrutar de un tiempo creativo fundamental para la expansión del pensamiento, el arte y la filosofía. O para la búsqueda de la belleza, la reflexión, y el ejercicio de la sabiduría. O sencillamente para un encuentro con el alma.

Y adiós al examen de conciencia y a la serenidad creativa; que se hace necesario dejar paso a la improvisación precipitada y al desprecio a la autocrítica – esos frutos del ruido – ya que, señores míos, no parece ser tiempo de silencios.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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