Por Carlos de Bustamante
OLYMPUS DIGITAL CAMERA
(Ovejas en Montealegre. Acuarela de José María Arévalo. 34×46)
Tas varias interrupciones en esta serie, por Semana Santa y cuesiones de actualidad, la reanudamos hoy con gusto. Unas 300 churrillas careaban esparcidas por el monte. Bosque intrincado de espesura por infinidad de robles centenarios tan apretados que lo hacían cuasi -y sin cuasi- intransitable. La vegetación, era sin embargo verdadero Edén para las “uvejas” de Perico, el buen pastor.
Sentado en lo alto de la duna que formó el viento invernal al desplazar la arena de “quisió ande”, vigila su ganadillo con ojo de halcón hasta donde la vista le alcanza a penetrar la selva del robledal cargado de “abellotas”. Criado pastor desde “quisió” las generaciones entre el ganado de esta especie, mira inquieto al sol y a su sombra negra proyectada sobre la blancura impoluta de la arena. Sabe así con precisión si está próxima la hora de `encerrar´. Duda…, se rasca impaciente los cuatro pelos bajo la gorra, y “deseguida”:
– ¡Arruza, dalas que vengaaaaan! Deja su perro el mendrugo de pan, duro como `chistos´ que se estaba “apretando” y parte veloz `arrodeando´ la parte del monte `ande cariaban las uvejas´ la golosina de las bellotas, con perdón, `abellotas´ quise decir. Capitán general de su tropa, camina pedro sonriente por delante de las churrillas que caminan perezosas.
Arruza con parsimonia desacostumbrada o contagiado de pereza, titubea cansino tras el hatajo. Los balidos de una `uveja´ rezagada llaman la atención de Perico que hace alto de inmediato para tornar en apoyo de la rezagada. A escape sabe el pastor el motivo de los balidos peculiares del parto de este ganado. No por acostumbrado deja de conmoverle la escena: a los sucesivos intentos de acercarse Arruza a la recién parida, suceden otras tantas huidas precipitadas por las embestidas furiosas de la primeriza en defensa de su lechazo. Los acariciadores lametones dejan blanco como la nieve al recién nacido que `deseguida´ intentó ponerse en pie en busca de la leche tibia de la madre. No hubo lugar ni tiempo, pues un nuevo lechacillo, idéntico al anterior, precisó de los cuidados de limpieza de la joven madre.
TERNURA titularía el pintor capaz de plasmar en lienzo la bellísima estampa que componían la recién parida los mellizos y los ojos del buen pastor sobre la escena al natural.
Pueden las `criaturas´ ponerse en pie y mamar la leche de las ubres repletas de la madre, pero imposible “entavía” seguir el paso del hatajo hasta el aprisco. Saca Perico el contenido de las alforjas: cuatro mendrugos de pan y una `miaja´ de escabeche sobrante del almuerzo e introduce `cadáuno´ de los mellizos en cada seno de las alforjas. Van las criaturas dentro con solo la cabeza y el inicio de las patucas fuera. La `uveja´ recién parida, sigue tras el buen pastor con balidos inenarrables. Los mismos, pero éstos atiplados de los mielgos asomados como `micos´ en el refugio improvisado de las alforjas.
Lástima de pintor que pudiera plasmar esta escena, que, como la ternura, titularía AMOR.
Otra vez en cabeza de sus churrillas -Perico las trata como suyas- camina `agudo´ al caserío. Sabe que ha comenzado la parición y como no sea sobre los hombros, ya no tiene `ande´ llevar más criaturas. En llegando, mira y remira al ganado y aunque no sabe de números echa en falta una `uvejilla´ por nombre Careta. Otra historia en verdad bucólica que continuará próximamente si Dios es servido.
