Bulos y medias verdades

Por Carlos de Bustamante

(Viñeta de Ramón en El Norte de Castilla el pasado día 4 de marzo)

No sé mis queridos amigos y probables únicos lectores, si estoy o no `enganchado´ al móvil; ese pequeño artefacto de las nuevas generaciones que, no sin mil y una dificultades lo hemos hecho igualmente propio; los que hace los años que cuasi se pierden en los tiempos, también lo hemos adaptado como equipaje imprescindible.

Pero no me negarán, mi amigos, que, pese a ventajas indudables, que las tiene, también es una pesadilla. Cerca siempre de nosotros   por aquello de la dureza de oído, sufrimos continuos sobresaltos.  Si no son llamadas con el sonido al máximo, por idem lo del oído, son avisos más tenues, pero con exasperante frecuencia, que nos indican la llegada de un whatsapp, con el indicativo   de hacerlo `viral´. Por una atracción irresistible -enganchados- leemos noticias bomba del día. Con inexplicable nerviosismo, lo reenviamos a nuestros `contactos´ confiados en la primicia de la notición.

Las más de las veces, más cuanto más importante sea el `mensaje´, se nos queda la boca como en nuestros tebeos de la infancia: arrugado con mil rayas de desazón:  la notición era más falso que Judas Iscariote.   Lo que   se conoce   como bulo o mentira. Tampoco es infrecuente que sean sólo   medias verdades, tanto o más perniciosas que el bulo a secas.

La cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque alguna persona en concreto sufriera de difamación o maledicencia.   Díganme entonces mis amigos cómo se desface el entuerto, porque con efecto   multiplicador, el bulo ha corrido como u reguero de   pólvora incendiada.

Copio un texto leído en estos días que, para los católicos, es   sumamente   aclaratorio, si es que fuera preciso de la importancia de   decir y amar la verdad:

Cuántas debilidades, cuánto oportunismo, cuánto conformismo, ¡cuánta vileza!», decía el Papa Pablo VI refiriéndose «a esas buenas personas, que olvidan la belleza y la gravedad de los compromisos que les unen a la Iglesia». Esta misma situación, que quizá en estos años se ha puesto más de manifiesto, nos llevará a aborrecer la falsedad, por pequeña que nos pueda parecer, porque «la mentira se opone a la verdad como la luz se opone a las tinieblas, la piedad a la impiedad, la justicia a la iniquidad, la bondad al pecado, la salud a la enfermedad y la vida a la muerte. Por tanto, cuanto más amemos la verdad, tanto más debemos aborrecer la mentira». No se trata de saber hasta qué punto se pueden decir cosas falsas sin incurrir en falta grave. Se trata de aborrecer la mentira en todas sus formas, de decir la verdad entera; y cuando por prudencia o caridad no se pueda, entonces callaremos, pero no inventaremos recursos formalistas que tranquilicen falsamente la conciencia9. Debemos amar la verdad en sí misma y por sí misma, y no solo en cuanto afecta al daño o al provecho propio o del prójimo. Debemos aborrecer la mentira como algo torpe e innoble, cualquiera que sea el fin con que se la emplee. Debemos aborrecerla porque es una ofensa a Dios, suma Verdad.

Leías en aquel diccionario los sinónimos de insincero: “ambiguo, ladino, disimulado, taimado, astuto” … —Cerraste el libro, mientras pedías al Señor que nunca pudiesen aplicarte esos calificativos, y te propusiste afinar aún más en esta virtud sobrenatural y humana de la sinceridad»6.

Si no estáis dispuestos a ser sinceros, a mirar en vuestros corazones y enfrentaros con la verdad, es inútil el diálogo.

Se trata de aborrecer la mentira en todas sus formas, de decir la verdad entera; y cuando por prudencia o caridad no se pueda, entonces callaremos, pero no inventaremos recursos formalistas que tranquilicen falsamente la conciencia. Debemos amar la verdad en sí misma y por sí misma, y no solo en cuanto afecta al daño o al provecho propio o del prójimo. Debemos aborrecer la mentira como algo torpe e innoble, cualquiera que sea el fin con que se la emplee. Debemos aborrecerla porque es una ofensa a Dios, suma Verdad.

En mi opinión y antes de `hacer viral´ la noticia, deberíamos informarnos de fuente fidedigna y   no enviar a nuestros contactos por no romper la `cadena´.  Y que conste que no pretendo aconsejar; yo… ¡digo nada más!

Mucho más habría que decir sobre los móviles.  Tal vez en otra ocasión Dios mediante volveré sobre el tema.  Y como por rezongar que no quede, tampoco creo oportuno caer en la cuando menos bobadita esa, referida en la televisión de los teléfonos fijos, de:  ` A Dios pongo por testigo…´ Burda imitación de la burda expresión   de la `peli´ lo que el viento se llevó de poner `a Dios por testigo de no volver a pasar hambre´.   Mas como `allá cada cual con su cada cuala´ libres somos de hasta tirar piedras contra el propio tejado de la paciencia del Testigo que de forma innecesaria por absurda se cita.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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