Amor, sentimentalismo, afectividad. IV

Por Carlos de Bustamante

(Acuarela de Eva Carballares en Hispacuarela de Facebook)

Continúo   con la magistral exposición  del profesor José María Yanguas (Profesor de Teología Moral. Pontificio Ateneo de la Santa Cruz), a la luz, naturalmente cristiana de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá de Balaguer de quien fue alumno aventajado.

Suponiendo algún interés por el tema en cuestión (ojalá no me equivoque), que tiene de todo menos baladí, prosigo con lo escrito por el doctor Yanguas, que se apoya, abiertamente ahora, en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá de Balaguer.  Pero   antes, permitidme que os comunique   lo que ya el eminente don Jesús Urteaga escribió en su libro universalmente conocido: “El valor divino de lo humano” en el que, sin referirse concretamente a sentimientos…etc., nos dejó muy claro desde el título que, tratando de virtudes, mal pueden ser `divinas´ si antes no son humanas.

Discípulo como don  José  Mª del mismo  maestro, anticipa  de alguna manera lo que  el  autor de referencia trata  de una  forma  muy concreta:

III. El amor de Dios en las enseñanzas de san Josemaría

La pregunta que el escriba hace a Jesús, el joven Maestro que predicaba con singular autoridad, acerca del primer mandamiento de la ley (cfr. Mc 12, 28ss), el primero y principal de todos los mandamientos, posee en boca de quien la plantea mayor trascendencia de la que puede parecer en un primer momento. Es la cuestión de lo que ocupa el primer puesto en la voluntad de Dios. La respuesta de Jesús comienza con la cita del texto de Dt 6, 4-5: «Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas». La profesión de fe en el único Dios, su solemne reconocimiento como único soberano del hombre, tiene como inmediata consecuencia el deber de amarlo. El sujeto de dicho deber es la persona en su totalidad: todo lo que ella es, con su entera existencia y con todo lo que posee.

  1. a) La caridad principal exigencia de la santidad

En perfecto acuerdo con toda la tradición cristiana, san Josemaría ha visto en la identificación con Cristo la clave de la santidad, la esencia de la vida cristiana: «Ser santo es ser buen cristiano: parecerse a Cristo. El que más se parece a Cristo, ese es más cristiano, más de Cristo, más santo». La identificación con Cristo se logra ante todo por la gracia recibida en los sacramentos, pero exige, además, correspondencia a la gracia, empeño por conocer y amar al Señor, por reproducir sus mismos sentimientos, siguiendo el ejemplo de San Pablo (Gal 2, 20).

La caridad, el amor de Dios y del prójimo, juega pues un papel decisivo en la vida cristiana. San Josemaría subraya con acentos vivos esta verdad. La vida cristiana se edifica sobre la caridad: «Los hijos de Dios nos forjamos en la práctica de este mandamiento nuevo», dirá con frase vigorosa. La vía trazada por Jesucristo, camino de muerte y resurrección que debe recorrer quien desea seguirlo de cerca, «se resume en una única palabra: amar». Si la conciencia de que la santidad no es privilegio sólo de algunos, de que la vocación a la plenitud de la vida cristiana es verdaderamente universal, no termina por inducir al desánimo al contemplar la propia debilidad, se debe en buena parte a que el primer requisito y la primera y principal exigencia de la santidad consiste en amar, algo «bien conforme a nuestra naturaleza».

La originalidad de las enseñanzas de san Josemaría sobre la virtud de la caridad aflora en el modo de presentar esta virtud. «Dios mío, te amo, pero… ¡enséñame a amar!», reza un punto de Camino. ¿Cómo ha respondido Dios nuestro Señor a dicha oración? ¿Cuál es la tonalidad peculiar que presenta la caridad en las enseñanzas y en la vida de san Josemaría?

  1. b) Caridad sobrenatural y amor humano

En su doble vertiente, el amor a Dios y el amor al prójimo, la virtud de la caridad, es amor de un corazón humano, elevado, transformado por la gracia, pero siempre corazón humano. Análogamente a como hablamos de acciones “teándricas” en Jesucristo, acciones humano-divinas, porque quien las realiza es, al mismo tiempo, Dios y hombre verdadero; así en el caso del cristiano, del hombre elevado al orden de la gracia, divinizado, “cristificado”, sus acciones son también, en cierto modo, humano-divinas. No se trata de acciones humanas que reciben una especie de barniz externo que las ennoblece, una pátina de gracia externa a la acción misma: tienen como sujeto un hombre nuevo, un principio agente que ha sido transformado en lo más íntimo de su ser y que da por tanto origen a acciones radicalmente nuevas, aunque no lo parezcan si se las contempla sólo en su aspecto exterior. Se trata de una enseñanza que forma parte de lo que podríamos llamar las “constantes” de la predicación del Fundador del Opus Dei:

«(…) este pobre corazón nuestro, de carne, quiere con un cariño humano que, si está unido al amor de Cristo, es también sobrenatural. Esa, y no otra, es la caridad que hemos de cultivar en el alma, la que nos llevará a descubrir en los demás la imagen de nuestro Señor».

Es una consecuencia más de la economía sacramental en la que se desarrolla la vida del cristiano. La elevación del hombre al orden de la gracia, hace que las realidades humanas sean transformadas desde dentro y elevadas a un nivel más alto.

Continuará… si Dios  es servido.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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