Por Javier Pardo de Santayana

(Barrena o autorrotación)

Llevaba ya bastante tiempo con dificultades para encontrar, como encontraba antes, temas que justificaran mis artículos. Y no porque no sigan existiendo sino todo lo contrario: porque la abundancia de realidades negativas de tal medida nos abruma, que ya ha llegado a producirnos un insoportable hartazgo que pudiera poner hasta en peligro el futuro de los Foramontanos. Por otra parte, el desastre moral y material en que vivimos resulta tan evidente que debiera ser ya conocido y repudiado por la mayoría de los españoles.

Y en esto estaba un servidor de ustedes sin encontrar qué hacer por el momento, cuando, recordando algunos episodios de mi propia vida, mi mujer me preguntó por qué no hacía participar a mi improbable lector de algunas de las emociones que he vivido según las tengo registradas en mis recuerdos del pasado. He de decir que en este caso se trataba de circunstancias vividas durante un curso de piloto en los Estados Unidos cuando corrían los años 60 y 61 del pasado siglo. El escenario, los cielos de Alabama.

La primera fase del curso consistía en el aprendizaje normal del vuelo, pero iba mucho más allá de lo que cualquier escuela exige para otorgar el título. El programa incluía una introducción al vuelo acrobático, con las limitaciones propias de las características estructurales del avión L19 Cessna. Y los exámenes de vuelo exigían una correcta ejecución de la chandelle y la barrena. Debo decir que se llama ”chandelle” a aquella maniobra típica que realzan los pilotos de caza para escapar de la persecución  de su rival y pasar astutamente a perseguirle situándose en su cola. En cuanto a la “barrena” – de sobra conocida –  es una posible situación de avión en pérdida, por lo cual resulta imprescindible saber salir de ella para escapar de una muerte segura: una muerte que se llevó muchas vidas de aviadores que nos precedieron en el tiempo.

Llegados a este punto me parece indispensable dejar constancia de mi admiración por los sufridos  instructores de vuelo, para quienes al riesgo normal de desplazarse por un medio no habitual para el ser humano se les añade la inexperiencia de acompañar a un aprendiz, pues lo que llamamos “doble mando” le obligara a desenvolverse en una situación desconcertante: ¿Hasta qué punto la maniobra es resultante de la iniciativa del novato, y no de la intervención, desde atrás, del instructor? Esa es la duda que le asalta a uno cuando llega el momento de ensayar una nueva maniobra solo consigo mismo y en la soledad del cielo y la cabina. Muchos pilotos murieron al entrarles el avión en barrena; intentaron salir de la espiral y no lo consiguieron.

Por eso el momento en que se va a iniciar la primera barrena en solitario es un instante de especial emoción. Uno recapacita sobre la secuencia de movimientos que debe realizar y se santigua pidiendo a Dios no cometer errores, ya que caer en ellos suele ser lo norma lo normal en cualquier principiante y en cualquier empeño.

Se eleva entonces el morro del avión después de hacer una cierta reducción de gases, y se le va aguantando para hacerle entrar en pérdida hasta que en un momento determinado se mete uno de los pedales. El avión se desploma y cae hacia el suelo con un movimiento de tornillo. Y no se lucha contra la caída. Entonces la cara se deforma y el cerebro acusa la falta de riesgo sanguíneo, y aún así, uno se mantiene atento a la referencia que tomó antes de que se iniciase la maniobra. La carretera, el ferrocarril o el río han de pasar tres, cuatro veces por delante de nosotros. Una, dos, tres… ya llega la cuarta vuelta. Pedal contrario…parece que deja de girar… que siga cayendo un poco… ya podemos irlo poniendo en vuelo normal… el sol vuelve a estar arriba y el cielo es aún más bello que antes…

Al llegar a tierra, las alas plateadas que lucen en la gorrilla azul de vuelo parecen brillar un poco más, como si la tarde hubiera querido añadir algún destello nuevo para festejar el acontecimiento.

Luego, el curso – que había sido precedido por otro de inglés aeronáutico en San Antonio de Texas – dándome ocasión de asistir en directo a la campaña de los presidentes Nixon y Kennedy frente a la fortaleza de El Álamo, tendría otra fase de empleo táctico en situaciones tácticas y aún una tercera de vuelo estrictamente instrumental que culminaría con un viaje de ida y vuelta  a Chicago.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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