Amor, sentimentalismo, afectividad. V 

Por Carlos de Bustamante

(Acuarela de David Taylor)

Continúo   con la magistral exposición  del profesor José María Yanguas (Profesor de Teología Moral. Pontificio Ateneo de la Santa Cruz), a la luz, naturalmente cristiana de las enseñanzas de san Josemaría Escrivá de Balaguer de quien fue alumno aventajado.

Poco podía imaginar que, al iniciar esta miniserie al hilo del profesor Yanguas y éste a su vez de san Josemaría, acabaría tan `enganchado´, como ahora se dice. No creo ser muy diferente en cuanto a intimidades relacionadas con el `corazón´ al   resto de ciudadanos; o al menos, de   mis amigos y compañeros de profesión. Normalito y sin aproximación, creo, a lo vulgar, amo, siento, sufro, me alegro, padezco igual o tal vez más que la generalidad.

Cierto que la vida (¿) me ha dado y me ha quitado tanto o más que dado. Recurro a una de mis conclusiones:  lo que en lenguaje convencional llamamos “dar la vuelta a la tortilla”. El significado de la expresión, es lo que ha dado sentido humano primero y sobrenatural luego, para que el amar, sentir, alegrarme o padecer, hayan traspasado la barrera de lo sólo humano. Para que esto fuera así, tuve el especialísimo privilegio del ejemplo vivido en casa, que se completó o complementó luego con el no menor privilegio de conocer desde mi recién estrenada juventud las enseñanzas del muy `santo de lo ordinario´.  Nada de particular, pues, que, en las pocas escapadas a Zaragoza los días de asueto de la Academia General Militar , al asistir a las charlas impartidas en la residencia universitaria Miraflores, comenzara a entender si no con claridad (cortito que es uno), al menos sin confusión, el `valor divino de lo humano´.  Lo que no por casualidad es el nervio de cuanto, con más o menos fortuna, he intentado transmitiros, mis amigos, en éste, artículo, en los que le preceden y en lo muy poco que resta por remitir. Ahora y si me lo permitís, continuo donde bruscamente interrumpí la exposición   del doctor Yanguas.

-Caridad y “cariño”

Se entiende así muy bien el modo de presentar la virtud de la caridad característico de san Josemaría. En sus enseñanzas se subraya fuertemente esa dimensión humana de la virtud teologal —divina en cierto modo— de la caridad. Quizás el ejemplo más frecuente, de una parte, y más logrado y bello, de otra, sea la presentación de la caridad como “cariño”: la caridad es afecto humano, “cariño” elevado al orden sobrenatural. Como se decía en el texto apenas citado: el cariño humano, si está unido al amor de Cristo, es también sobrenatural. Con expresión que no deja lugar a dudas, afirma rotundamente en otro momento:

«Esa dilectio, esa caridad, se llena de matices más entrañables cuando se refiere a los hermanos en la fe, y especialmente a los que, porque así lo ha establecido Dios, trabajan más cerca de nosotros (…). Si no existiese ese cariño, amor humano noble y limpio, ordenado a Dios y fundado en Él, no habría caridad».

El amor cristiano al prójimo, que no es vacío sentimiento, ni chata camaradería, ni simple filantropía, no puede tampoco quedar reducido a una de sus más peligrosas falsificaciones, la de una «caridad oficial, seca y sin alma», muy distinta de «la verdadera caridad de Cristo, que es cariño, calor humano». El desprestigio que en algunas mentes puede tener el concepto mismo de caridad se debe en buena parte a esta mixtificación, contra la que reaccionaba con vehemencia san Josemaría calificándola de “caricatura” e incluso de “aberración”, consistente en privar a la caridad de su linfa vital que es el cariño. Con un ejemplo muy gráfico grababa esta idea en el corazón de quienes lo escuchaban:

«Expresaba bien esta aberración la resignada queja de una enferma: aquí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba con cariño. El amor que nace del Corazón de Cristo no puede dar lugar a esa clase de distinciones».

Es justamente de Dios, del amor de Dios y del amor a Dios, de donde nace esta caridad que es ternura, afecto, cariño. Si no existe este cariño, si no se “mete”, si no se «pone el corazón» en el trato, en el servicio a los demás — como gustaba decir  san Josemaría —, no se podrá hablar de caridad auténtica; de ahí que considere una desgracia «no tener corazón», la incapacidad de «amar con ternura».

– ¿No te conmueve…?»

Frecuentemente invitaba san Josemaría a quienes lo escuchaban a dejarse “invadir”, a acoger sin reservas — mente, voluntad y sentimientos —, verdades de fe o escenas del Evangelio que no pueden ser plenamente creídas, contempladas o pensadas, sin que “toda” la persona se sienta de alguna manera, en mayor o menor grado, afectada. En la medida en que la gracia de Dios vaya transformando la entera existencia del hombre y restableciendo el orden y la unidad rotos por el pecado, se “acompasarán” necesariamente inteligencia, voluntad y afectividad; porque no es índice de perfección moral, sino más bien de lo contrario, que el conocimiento del bien no se vea acompañado por el deseo de realizarlo y por la colaboración del corazón que se complace en el bien.

De ahí que san Josemaría afirmase repetidamente que se sentía “conmovido”, “removido” ante un gesto de Nuestro Señor o ante un episodio de su vida, e interpelase a quien lo escuchaba con frases como ésta: «¿No os conmueve esa caridad ardiente…?», invitando de ese modo a percibir toda la altura, la fuerza o la belleza del motivo de tal conmoción. Conmover significa aquí «tocar el alma», «encender», penetrar hasta lo más hondo de la persona, resultado de haber dejado entrar en nosotros, de no haber opuesto resistencia a la luz de una verdad o a la belleza de un valor, percibidos en sus justas dimensiones.

Junto a esas expresiones, san Josemaría utilizaba otras que tienen más o menos idéntico alcance: «Tanto me enamora, decía, por ejemplo, la imagen de Cristo…», o «¿No os enamora ese modo de proceder de Jesús?».

Y si la caridad está en el centro de la vida cristiana, su inicio viene a ser una especie de “enamoramiento”, y toda la existencia del cristiano una «afirmación de amor»; todo en ella debe estar como impregnado de amor que es también y al mismo tiempo cariño humano: la oración, el apostolado, la perseverancia… Un amor que «embriaga», que se hace «apasionado”, «locura» o «chifladura», «entusiasmo».

Una virtud que permite presentar el auténtico rostro, cálido, humano, “cordial” del cristianismo; que empuja suavemente a vivirlo y termina por resultar un camino fascinante de progreso humano y sobrenatural, aunando así las dimensiones humana y divina de la perfección cristiana.

Caridad, piedad cristiana que es «una actitud viva» que produce frutos de entrega y de cumplimiento de la voluntad de Dios que nada tiene que ver con posturas ritualistas, sin compromiso, con un sentimentalismo centrado en sí mismo, hijo de la concupiscencia, que termina frecuentemente en deformaciones patológicas de la sensibilidad. El amor cristiano auténtico es siempre y necesariamente comprensión, afecto, compasión; reacciona ante la injusticia, se esfuerza por aliviarla, mueve a trabajar por Dios. «Amor significa recomenzar cada día a servir, con obras de cariño».

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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