Por Carlos de Bustamante
(Sanatorio de Quintana del Puente)
Por un despiste muy propio del que insiste en relato tras relato, el artículo -IX- de la que se me antoja bella historia jamás contada, quedó inconcluso. Os decía, mis amigos, que, en la correspondencia escrita con papel, tinta y cálamo, mi padre relataba a su hermano Pepe – ¡mi suegro y queridísimo tío Pepe! – cómo empleaba el tiempo en las permitidas escapadas a Ronda.
Después de un breve paseo por las intrincadas calles de este bellísimo pueblo -le escribía- entro en la primera iglesia que me encuentro; y allí, con quietud y silencio exterior, hago la visita al Santísimo y me siento para ` charlar´ un rato con Él. Es tal la cantidad de los asuntos a comentar, que pierdo a veces la noción del tiempo. Y tanta, g. a D., la mejoría experimentada en este bendito centro, que cuando regreso de mis correrías con prisa, no siento la menor fatiga. Las decimillas y tos que tenía al llegar, prácticamente han desaparecido.
En el último reconocimiento que me hicieron hace sólo un par de días, me comunicó el doctor que, de seguir así, pronto me darían el alta para regresar a casa. Te puedes imaginar, querido hermano, la alegría tan grande que me dio la noticia. Me faltó tiempo, para acudir a mi iglesia para dar gracias.
Volver a casa, poder estar con lo que más quiero en este mundo, mi mujer y mis hijos es, querido Pepe, como para volverse loco de alegría.
El “pronto” fueron no menos de diez días, que a mi padre se le hicieron eternos. Insistía e insistía al doctor que si era ya cuando podía regresar a su domicilio. La respuesta era siempre la misma: pronto.
Al fin, llegó el alta.
-Mejor que llame a su mujer-le dijo el doctor- para que le acompañe en el viaje.
– ¿Y por qué no yo solo?
-Hágame caso, que por la falta de costumbre puede marearse, le contestó sonriente.
– ¿Marearme…? ¿Es que acaso sigo enfermo?, preguntó inquieto.
-No, pero en un viaje tan largo, todas las precauciones son pocas.
– ¿Pero en casa con los míos sí podré estar, ¿no? La contestación fue inquietante:
-Sí, don Manuel, pero yo le aconsejo, que, por precaución, estuviera aún una temporada en el sanatorio de Quintana del Puente en Palencia, donde muy cerca de su casa, daría por vencida no solo la enfermedad, sino teniendo la seguridad de convivir luego con su esposa e hijos sin peligro alguno de contagio con la grave enfermedad felizmente pasada.
Aunque preocupado, asintió por argumentos tan contundentes.
(Llegado a este punto de la narración, un fallo con el ordenador me impide continuar, lo que haré otro día, en lo que puede ser el capítulo XI)