Batalla de las Navas de Tolosa. Memoria histórica. 4 

Por Carlos de Bustamante

(Miniatura de las Cantigas de Santa María del rey Alfonso X el Sabio)

El armamento de los contendientes era similar, aunque los caballeros cristianos iban mejor provistos defensivamente, con escudos, loriga1, o cota de malla, lorigón2 y yelmos de metal, mientras que la mayoría de los combatientes almohades solo llevaba escudo y empleaba arcos y flechas en gran número. Una fuente árabe menciona que los almohades disponían de 10.000 arqueros turcos de la tribu Agzaz, procedentes de Egipto, incorporados por el padre de Al-Nasir tras haberlos hecho prisioneros en Libia durante la guerra de los almohades del Magreb con los ayubíes de Egipto. Pero el historiador Carlos Vara dice que eran kurdos y que habían sido enviados por el califa de Bagdad al miramamolín almohade. De lo que no hay duda es de que disponían de arcos muy potentes y eran capaces de disparar con el caballo al galope en cualquier dirección y alcanzar 300 metros con sus flechas. El cronista y geógrafo almeriense Al-Zuhri dice también que llevaban turbante o grandes gorros dorados de más de un metro de alto y que se dejaban crecer las barbas hasta más abajo de la cintura.

Un contingente importante de la fuerza almohade era el compuesto por mercenarios beduinos, excelentes jinetes que acudían a la guerra acompañados de toda su tribu, incluyendo mujeres y niños. En cuanto al armamento ofensivo, la panoplia abarcaba lanzas, espadas, mazas, hachas, látigos, dagas, alfanjes, alabardas, hondas, azagayas, ballestas, venablos, arcos y flechas. Las tácticas militares de los contendientes diferían bastante. Frente a la caballería pesada cristiana, verdadera fuerza acorazada que cargaba en formación compacta, arrollando cuanto encontraba a su paso, los musulmanes oponían tropas más flexibles y ágiles, que se dispersaban y retrocedían con facilidad para luego volver a reagruparse y tratar de envolver al enemigo, eludiendo la acometida frontal. En sus ataques, los musulmanes utilizaban tambores, pífanos y atabales3 , con los que causaban gran estruendo y solían provocar temor y confusión en la tropa enemiga. Pero Alfonso VIII había aprendido la lección de Alarcos, donde la infantería de su ejército, situada en las alas, fue arrollada por la caballería africana, lo que permitió a los almohades atacar de flanco al cuerpo central de la caballería castellana. Por ello, el rey dispuso en Las Navas que los peones combatieran mezclados con los caballeros, reforzando así sus alas.

Según algunos autores, el plan de combate de los reyes cristianos tuvo muy en cuenta las tácticas empleadas por los cruzados en Siria contra los turcos para impedir el envolvimiento. Se basaban en tres puntos fundamentales: proteger los flancos, conservar la formación cerrada y mantener un cuerpo de reserva para atacar al enemigo en el momento decisivo del combate. El grueso del ejército almohade estaba compuesto por tropas procedentes de kabilas y tribus del Magreb, aunque también eran numerosos los voluntarios andalusíes, en su mayoría con escasa preparación militar. El plan de batalla del bando musulmán, cuyo frente cubría unos 1.700 metros, se basaba en la utilización masiva de tropas ligeras en primera línea para desgastar al enemigo. Cuando los cruzados rechazaran y persiguieran a esta masa combatiente, entrarían en acción los arqueros para sembrar la muerte y el desconcierto en las filas cristianas. Entonces sería el momento en que entrarían en combate las mejores unidades de la caballería almohade para asestar el golpe definitivo.

MOMENTO CRÍTICO

La caballería castellana de vanguardia, siguiendo a Diego López de Haro, cargó pendiente abajo de la Mesa del Rey contra el enemigo a las seis de la mañana. En el choque, la primera línea musulmana se dispersó y los cristianos prosiguieron su galopada hasta los altozanos contiguos, donde estaba apostada una gran muchedumbre enemiga. Aunque el terreno favorecía a los musulmanes, que esperaban la acometida en lo alto de la montaña, los atacantes atravesaron también esta segunda línea y arremetieron contra el grueso del ejército almohade, situado en el collado de los Olivares, en una zona conocida hoy como Llano de las Américas, donde Al-Nasir había levantado su lujosa tienda y esperaba, sentado sobre su escudo, el resultado de la batalla revestido con una capa negra y leyendo el Corán. Los almohades contraatacaron pendiente abajo y rechazaron a los fatigados cruzados, cuya vanguardia empezó a quebrarse entre el desquiciante y monótono repercutir de los tambores musulmanes. Las dos primeras líneas cristianas se vieron envueltas por la caballería bereber y la situación empeoraba por momentos. Amaldo Amalarico, arzobispo de Narbona, escribió: Los serranos, cierta gente del reino de Castilla, vuelven la espalda, lo mismo jinetes que peones, de modo que casi todo el ejército que estaba antes del último haz, excepto algunos nobles españoles y ultramontanos, parece huir. En ese punto crítico, Alfonso VIII creyó llegado el momento de la carga decisiva. Ordenó avanzar a su retaguardia hasta la primera línea y, acompañado del arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada, atacó frontalmente al grueso de la fuerza almohade, es decir, un movimiento ofensivo por el centro sincronizado con la entrada en combate por las alas de las tropas encabezadas por los reyes de Aragón y Navarra. La suerte de la batalla se decidió entonces.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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