Memoria histórica. Pavía. 9   

Por Carlos de Bustamante

(La Batalla de Pavía, por Augusto Ferrer-Dalmau)

Decir que me ha gustado esta batalla y guerra, sería motivo de críticas   tanto de propios como de extraños.  Pero si añado que lo afirmo en comparación con la actual de Ucrania, posiblemente “sería menester      alaballo”. En Pavía. aún con los horrores de toda guerra, hubo caballerosidad.  En Ucrania,   barbarie;  fosas comunes   con  civiles, mujeres  ¿y niños!

EL REY PRISIONERO

La batalla de Pavía había durado unas cuatro horas y a las nueve de la mañana podía darse por concluida. La victoria del ejército imperial superaba las mejores previsiones. Los franceses habían perdido unos 10.000 hombres y entre las bajas se contaban jefes afamados, como el almirante Bonnivet —que se suicidó arrojándose contra las picas españolas—, el mariscal de la Tremoille, el señor de La Palice, el mariscal de Foix, el conde de Toulouse-Lautrec, el duque de Suffolk o Francisco de Lorena. El rey de Francia fue llevado a España como prisionero. «Todo está perdido, menos la vida y el honor», escribió a su madre Luisa de Saboya. Al ser apresado, Francisco I pidió que le evitaran la humillación de ser conducido a Pavía, donde había esperado entrar como conquistador, y fue alojado en un convento de las afueras hasta que, días más tarde, el gobernador de Calabria, Hernando de Alarcón, se hizo cargo de él.

El monarca galo llegó a Barcelona en junio y, tras pasar por Valencia y Guadalajara, terminó recluido en la Torre de los Lujanes de Madrid. La espada del rey vencido se depositó en el Alcázar de Toledo y luego en la Armería Real de Madrid, de donde se la llevó el mariscal Murat en 1808, que la trasladó con gran ceremonial a Francia. La armadura fue llevada a Alemania, donde la recuperó Napoleón, que la dejó en el Museo de Artillería de París. La guarnición francesa de Milán emprendió la huida en cuanto conoció la noticia de la derrota. Como señala el cronista Martín Sappia, a los quince días no había en Italia más franceses que los prisioneros. Los despojos de la batalla, en vituallas, acémilas, caballos, armas, vestidos, ropas y vajillas, fue inmenso, y los vencedores se indemnizaron de tantas escaseces y privaciones como habían sufrido. Tras largas negociaciones, el 14 de enero de 1526 el rey francés se vio obligado a firmar el Tratado de Madrid, por el cual, además de renunciar a cualquier reclamación sobre el Milanesado, Nápoles o Génova, y pagar una considerable suma de dinero, cedía Borgoña al emperador y se comprometía a casarse con Leonor de Austria, hermana mayor de Carlos V y viuda del rey Manuel de Portugal. En marzo de ese mismo año, Francisco I regresó a Francia, y sus dos hijos mayores pasaron a España en calidad de rehenes. Pero el monarca francés no mantuvo su palabra y emprendió pronto otra vez el camino de la guerra contra España. Los dos hijos rehenes de Francisco I no volvieron a Francia hasta 1529, tras pagar un rescate de dos millones de ducados.

DESAPROVECHAR LA VICTORIA

Autores como Martyn Rady consideran que Carlos V desaprovechó con el triunfo de Pavía lo que pudo haber sido la mayor de sus victorias. Algunos de los consejeros del emperador, como el confesor Loaysa, pidieron la inmediata liberación de Francisco I, pensando, ingenuamente, que con ese gesto obtendrían la cooperación de Francia. Otros, como el duque de Alba y Gattinara, consideraban, por el contrario, que era momento de exigir al rey de Francia que, a cambio de ser puesto en libertad, abandonara cualquier pretensión sobre Italia y los Países Bajos, y cediera Borgoña a Carlos V. El tratado firmado en Madrid en 1526 recogía estas exigencias, pero no se estipuló garantía alguna para su cumplimiento, excepto dejar a los hijos del monarca francés como rehenes en España, algo que a Francisco I le preocupaba poco. Sabía que la caballerosidad de Carlos V le impediría hacer nada contra ellos y que tarde o temprano los recuperaría, como así fue.

Tan disconforme estaba Gattinara con los términos de este acuerdo que se negó a avalarlo con su firma. De la misma opinión era el virrey de Nápoles, el flamenco Charles de Lannoy, a quien Francisco I se había rendido. «Dios envía a todo hombre —escribió al emperador— en el curso de su vida, un buen otoño; si entonces no cosecha, pierde su oportunidad». También el almirante de Castilla —como señala Fernández Álvarez— consideraba que el rey francés nunca perdonaría tan grave derrota, y que la única solución era «destruirlo completamente». Y lo mismo pensaba Fernando de Austria, hermano de Carlos V que le sucedería en el trono imperial. Insistía este que debía aprovecharse la victoria de tal modo que el rey francés no se pudiera recuperar. Y aconsejaba «quitalle algunas plumas de las alas, porque aunque quisiese volar no pudiese, y desta manera sería el Emperador y sus sucesores seguros de haber después perpetua paz». La mejor manera de conseguirlo —escribe Fernández Álvarez— podría haber sido entrar a saco por el desguarnecido reino de Francia y trocearlo como quien reparte un queso entre varios comensales: ingleses, flamencos y españoles, sin olvidar los apetitos feudales del condestable de Borbón. El hecho es que todo se quedó en vanas palabras. Francisco I dijo que sí a todo mientras estuvo en Madrid, y su lastimera situación movió a compasión a la mayoría de las cortes de Europa, pero en cuanto se vio libre, volvió a la carga en su política contra España y el imperio Habsburgo.

Las guerras con Francia aún durarían mucho tiempo.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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