La Jornada de Túnez. Y 5 

Por Carlos de Bustamante

(Bombardeo recíproco entre un barco español y uno otomano durante la Jornada de Túnez)

A pesar de la indudable victoria imperial (del emperador español Carlos V), en Túnez, no sé a vosotros mis amigos, cuando lo leáis, pero me ha dejado un regusto de poca dulzura.  Como de victoria incompleta.

Si con mucha imaginación nos trasladamos   a los años de estos acontecimientos, no creo aventurado   deducir que no rematar (con perdón) al enemigo musulmán y a la piratería, trajo como consecuencia acrecentar el odio musulmán hacia el enemigo cristiano, y dejar luego las costas mediterráneas a merced de los corsarios.  En absoluto desmerece, por estas mis consideraciones, la brillantez de la victoria.  Dejo para mis amigos   y probables únicos lectores, la opinión sobre   la actuación de los “franchutes”.

EL SACO DE TÚNEZ

El avance imperial prosiguió hasta situarse a tiro de artillería del lugar donde esperaba Barbarroja con el grueso de sus hombres, en un sitio que las crónicas llaman Cacebemavre. Una tropa de 10.000 jinetes e infantería musulmana atacó a la fuerza cristiana, mientras Barbarroja se mantenía a la expectativa con otro ejército de 30.000 hombres para asestar el golpe definitivo. La táctica era buena para distraer y agotar al enemigo antes del choque con el cuerpo principal, y solo la experiencia guerrera de los veteranos españoles y su superior táctica aseguraron la victoria. Como explica el especialista en historia militar José Ignacio Lago: La experiencia de la guerra de Granada dictaba la táctica española: no se debía entablar combate entre cuerpos de caballería, sino dejar que los jinetes enemigos se estrellaran contra las sólidas líneas de infantería. De esta manera los piqueros formaron una línea impenetrable a la caballería musulmana, mientras los arcabuceros enviaban continuas rociadas de plomo a los atacantes, y las demás unidades, protegidas por esta formidable muralla humana, formaban para preparar el contraataque y evitar que las posiciones pudieran ser flanqueadas.

Carlos V reagrupó a la tropa imperial y presentó batalla, pero al poco Barbarroja mandó retirarse a Túnez y dejó el campo a los cristianos, que pudieron saciar su sed en unos pozos de agua dulce cuando ya estaban exhaustos. «Juro fue tanta la sed que se pasó aquel día que sería casi imposible podella explicar», relata Cerezeda, quien añade que, al mismo emperador, cuando estaba hablando con el maestre de campo Rodrigo de Ripalda, «se le veía sobre sus dientes tanto sarro negro del polvo y de la sed, que era una cosa muy de ver sobre tales dientes. Esto era de verdadera sed; cuando tal persona padecía tal sed, no sé quién no la padeció». Con parcas palabras, Carlos V, en carta que escribió en francés a su hermana María de Hungría, viuda del rey magiar Luis II, que había sido derrotado y muerto en Mohacs por los otomanos, resume así la batalla: Marchábamos con buen orden e hicimos de nuestra batalla y vanguardia toda vanguardia […]. El enemigo disparó contra nosotros su artillería, nosotros le respondimos; nos disparó sus arcabuces, hicimos lo mismo, cargó y nosotros también. Entonces se retiró. La infantería descansó aquella noche entre los olivares, y al día siguiente muy de mañana los escuadrones reemprendieron la marcha hacia Túnez, que estaba a unos tres kilómetros. Cuando ya distinguían la entrada de la ciudad, vieron salir humareda de la alcazaba. Pronto supieron los imperiales que el humo estaba producido por los cristianos cautivos que allí estaban encerrados y que pasaban de 5.000. Barbarroja había mandado quemarlos, pero los prisioneros, avisados por un renegado, consiguieron sublevarse a tiempo y hacerse con la alcazaba. Así lo cuenta Cerezeda: Como los cristianos cautivos supiesen que los querían quemar, determinan de morir antes de ser quemados, y con esta determinación el día que Barbarroja salió de la Alcazaba contra el emperador y con tanto rencor, se pensaron que los querían quemar, y así todos juntamente a un tiempo, rompen las puertas y salen de los vanos; y de ciertas boticas o casas que ellos sabían tener armas se armaron de alfanjes y escopetas y lanzas y de otras armas. Como se viesen armados, todos juntamente se entran en la Alcazaba, matando a los que hallaron de guardia, y se alzaron con ella, defendiéndola de los turcos y moros que en ella querían entrar. Cuando Barbarroja se replegó a Túnez, comprobó que los cautivos se habían alzado y muchos de los habitantes, fieles a Muley Hassan, también se habían revelado. Ante la situación, decidió abandonar la ciudad con los soldados turcos y los alárabes, llevándose todo el dinero que quitó a los moros y judíos que quedaban en Túnez. Luego embarcó hacia Constantina y, desde allí, hacia Bona. Como relata Almirante: Vanamente quiso encerrarse [Barbarroja] en Túnez para hacer necesario otro asedio: cuando la rueda de la fortuna tuerce, suele cambiar del todo la dirección. Enterados de la derrota, los cautivos de la alcazaba rompieron las prisiones, sobreponiéndose a la guarnición, y asestaron los cañones contra la hueste de Barbarroja desbandada.

Tuvo que huir el Argelino [Barbarroja] seguido de los turcos, acompañándole Sinán y Cachidiablo, que a poco murió de las heridas. El emperador dio permiso a sus soldados para poner Túnez a saco el 21 de julio de 1535, a pesar de que Muley Hassan, que estaba en el campamento imperial, le pidió que no lo hiciera. Los cristianos mataron a cuantos se opusieron a su avance, pero obtuvieron del saqueo mucho menos de lo que esperaban porque Barbarroja se había llevado ya la mayor parte de las riquezas que había en la ciudad, y a los habitantes de Túnez, avisados por los moros de Muley Hassan, les dio tiempo a esconder lo de más valor. «Y dio la ciudad a saco —dice el cronista Luis de Ávila y Zúñiga—, la cual se ha saqueado y se han tomado hartos esclavos y esclavas y mucha ropa y poco dinero». Como dice el propio Carlos V: El ejército caminó hasta llegar a los muros de la ciudad, y hallando las puertas cerradas, y visto que, aunque no mostraban los de dentro por tener ánimo para defenderla y no la abrían, permitimos a la gente que la entrasen y saqueasen, y así entró mucha de la que venía en los primeros escuadrones por los muros, sin ninguna o poca resistencia, y abrieron las puertas para que entrase todo el campo, y se saqueó la alcazaba y toda la ciudad.

BARBARROJA ESCAPA

Para impedir que Barbarroja escapara se enviaron 15 galeras genovesas al mando de Joanetín Doria, sobrino de Andrea Doria, que, al llegar a Bona, donde el almirante corsario estaba refugiado y bien protegido, no se atrevieron a atacarle y regresaron a reunirse con el grueso de la Armada. La indecisión permitió a Barbarroja escapar a Argel y continuar repartiendo desgracia en el Mediterráneo. En venganza por la derrota de Túnez, el almirante turco dirigió la escuadra que tenía en Argel contra Menorca, destruyó y saqueó Mahón, llevándose a más de mil de sus habitantes como esclavos, y luego atacó Oropesa y la costa valenciana antes de regresar a su guarida argelina. Como magro desquite por no haberle capturado, la escuadra cristiana atacó y tomó la ciudad de Bona y su castillo, que más adelante fue abandonado tras destruir las fortificaciones. El reino de Túnez fue entregado al destronado Muley Hassan, que quedó vasallo de Carlos V y cedió a España la plaza fuerte de La Goleta, con dos millas de radio, donde quedó una guarnición de cuatro compañías al mando de Bernardino de Mendoza. Además, el rey Hassan se comprometió a pagar un tributo al emperador de 12.000 doblas anuales y 12 caballos con 12 halcones. Entre los documentos de Barbarroja que los españoles capturaron en Túnez se encontraban las cartas que Francisco I de Francia había enviado a Solimán el Magnífico, en las que se estipulaba la alianza franco-otomana para luchar contra la Casa de Austria y España.

El emperador, animado por la victoria en Túnez, quiso proseguir la campaña y apoderarse de Argel, lo que habría supuesto un golpe demoledor a la piratería berberisca, pero la mayoría de sus consejeros, cansados de guerrear y satisfechos con el botín obtenido, se mostraron contrarios. Carlos V desistió de la empresa, y el 17 de agosto embarcó rumbo a Sicilia, mientras el resto de la Armada volvía a sus puertos de procedencia. Después, el emperador se detuvo en Nápoles varios meses, y desde allí marchó a Roma, donde le llegaron noticias de la muerte del duque de Milán que volvieron a encender la guerra con Francia. La armada y el ejército imperiales invadieron de nuevo la Provenza, pero no pudieron conquistar Marsella y la campaña fracasó. Ante los muros marselleses murió Antonio de Leyva, uno de los mejores generales del ejército imperial, y su cadáver fue llevado en galera a Génova y enterrado en un convento agustino para que no quedase en tierra enemiga. Carlos V regresó a Barcelona el 6 de diciembre de 1536 y unos años más tarde emprendería la conquista de Argel, lo que terminó siendo uno de los mayores fiascos de su reinado y costó a España miles de hombres y muchos barcos. Aunque ésa sería otra historia.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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