Batalla de la isla Terceira. 1

Por Carlos de Bustamante

(Desembarco de los tercios, fresco de Niccolò Granello en la Sala de las batallas del Monasterio de El Escorial)

Créanme mis amigos, si os digo (y lo hago reconociendo mi poca cultura), que es la primera vez   que   leo -estudio- ésta gran batalla que incluye Fernando Martínez Laínez en su volumen histórico Vientos de Gloria. El mismo que vengo desgranando en `pequeñas diócesis´ para   mis muchos amigos y probables únicos lectores.

Antes  de continuar,  os emito  una opinión  que si se da  con claridad  en este  episodio, se ha  venido repitiendo  en muchos  de los  ya  narrados:  hoy  como  ayer, más  los  mandamases  que el pueblo  a  quien mandan, hasta tal punto  no consienten la hegemonía  de los más poderosos, que sacrifican a  su propios habitantes  y a sus economías por  hacerse con el poder y hegemonía  mundial  arrebatándoselo  al  de turno  con todos los medios disponibles en hombres, armamento y material diverso.

No cejaron en este empeño Francia, Inglaterra, Portugal…  por separado o unidos contra el imperio -España-     donde no se ponía el sol. Una vez más, el pez grande se comió a chico.

«A los franceses les favorecían todo, los vientos, las mareas, el sol y la tierra, pero no el entusiasmo ni esa generosa alegría que prometen las victorias».: (CHARLES DE LA RONCIERE).

La muerte sin descendencia en 1578 del monarca portugués Sebastián de Portugal en la batalla de Alcazalquivir contra el sultán de Marruecos, Felipe II de España —hijo de Carlos V e Isabel de Portugal, y tío del fallecido— reclamó sus derechos dinásticos y fue proclamado rey de Portugal tras un corto interregno del anciano cardenal-infante don Enrique, hermano del rey portugués Juan III. Contra esta proclamación se alzó don Antonio, prior de Crato, hijo natural del infante don Luis (hermano del rey Juan III) y la judía conversa Violante Gómez, que murió siendo monja. Don Antonio recabó apoyos para su causa en el interior de Portugal y en varios países de Europa.

La situación se precipitó con la intervención militar de un ejército español, al mando del duque de Alba, que entró en Lisboa en el verano de 1580 y en pocas semanas estableció firmemente la autoridad del monarca español en todo el territorio portugués continental. Pero el prior de Crato consiguió escapar a Inglaterra y Francia, donde recibió dinero y apoyos para levantar un ejército que siguiera combatiendo contra el rey de España.

REGLAS DEL VIENTO

La flota francesa era numéricamente superior, aunque el promedio de tamaño de sus buques era menor que el de los españoles, pero tenían la ventaja de ser buenos veleros muy maniobrables. A la vista de la situación, Álvaro de Bazán convocó consejo de guerra con sus capitanes y se acordó entablar combate inmediatamente, sin esperar los refuerzos de la escuadra de Recalde que había salido de Cádiz.

El almirante español adoptó el dispositivo de una larga línea que apuntaba frontalmente a la formación francesa, situando en el centro al poderoso galeón San Martín, armado con 48 cañones, y otras seis naos gruesas, con la clara intención de avanzar hasta romper la formación enemiga y resolver la batalla al abordaje, donde la superioridad de la infantería española embarcada era manifiesta.

Frente a esta línea atacante en flecha, los franceses alinearon sus barcos de costado para poder utilizar en masa toda su artillería y cañonear duramente a las naves hispanas antes de que llegaran al choque.

El combate que se iba a librar era la primera gran batalla oceánica de la historia y difería mucho de las que tenían lugar en el Mediterráneo, donde las galeras utilizaban los remos para lanzarse al ataque en cualquier dirección sin tener en cuenta el viento. En el Atlántico, el combate naval presentaba características muy distintas. Las naos y los poderosos galeones podían quedar inmóviles de repente por falta de viento, y eso fue lo que ocurrió tras el avistamiento de las dos flotas frente a Punta Delgada. Los barcos estuvieron condenados varios días a la inmovilidad, sin poder avanzar ni retroceder, porque el viento amainó hasta quedar casi en completa calma, lo que impidió a los adversarios emplearse en un ataque a fondo. Cuando las dos flotas estaban enfrentadas, el viento cesó durante dos días, y en ese lapso de tiempo ambas escuadras permanecieron vigilantes, manteniendo los franceses la ventaja del barlovento —el viento de popa—, lo que les permitía superar en maniobra a los españoles, que tenían el viento en contra. La bonanza reinante solo se rompía con vientos muy ligeros, lo que permitió una serie de escaramuzas contra las alas de la armada española que, con viento contrario, estuvo a punto de ver rota su línea de batalla principal al tener que hacer frente a los intentos franceses de capturar algunos barcos aislados. Por fin, la noche del 25 de julio, aprovechando la oscuridad, Bazán hizo virar a toda su flota para situarse a barlovento y ganar el viento por detrás de la formación francesa. Pero la primera acometida se frustró. Cuando los barcos españoles iniciaban el ataque, se rompió el palo mayor de una de las naos gruesas de vanguardia, que hubo de ser remolcada por el galeón San Martín. La batalla, sin embargo, no había hecho más que empezar y, al amanecer del día 26, con la mar en calma, las dos flotas aparecieron alineadas frente a frente en las proximidades de Vila Franca, en la isla de San Miguel, a unas dieciocho millas de la costa. Al no conseguir ninguna de ellas la posición táctica ventajosa, ambas comenzaron a moverse en paralelo, pero con rumbos opuestos.

LA HAZAÑA DEL SAN MATEO

Durante varias horas, ambas formaciones, separadas por unas tres millas, maniobraron para intentar conseguir ventaja posicional. Pero, de improviso, saltó la sorpresa. Cuando los barcos españoles, que navegaban hacia el este con el viento en contra, se hallaban detenidos, el San Mateo, que capitaneaba Lope de Figueroa, realizó una extraña maniobra. Con gran desconcierto de los franceses, se separó de la formación española y se dirigió resueltamente hacia el enemigo. Pasado el primer momento de extrañeza, la inesperada iniciativa del galeón San Mateo, que desplazaba 750 toneladas y era el segundo más importante de la escuadra hispana, hizo que Strozzi viera la oportunidad de capturarlo, y avanzó resueltamente hacia él para rodearlo con su buque insignia, el Saint Jean Baptiste, y otras cuatro naves. Pero el galeón estaba poderosamente artillado y era un hueso duro de roer. La nave de Strozzi fue la primera en romper el fuego con sus cañones y, tras virar a babor, embistió el bauprés del San Mateo. Los hombres de Lope de Figueroa no respondieron al ataque hasta que el buque insignia francés se colocó junto a su costado, y entonces lanzó una andanada completa a tocapenoles, prácticamente con los cañones rozando la borda. La capitana francesa se colocó a estribor y Figueroa aprovechó para disparar otra andanada con las piezas de ese costado. Entretanto, la nave lugarteniente de Strozzi se situó a babor y se aprestó al abordaje, y el resto de los barcos franceses se situaron detrás del San Mateo y comenzaron a cañonear el castillo de popa. Rodeado por los barcos enemigos, el galeón español recibió un duro castigo. Resultó alcanzado por más de 500 proyectiles antes de que los franceses se lanzaran al abordaje, pero los asaltantes se vieron frenados por el fuego devastador de los arcabuceros y mosqueteros de Lope de Figueroa, que resistieron de forma  numantina los cañonazos y los más de veinte incendios declarados a bordo, que dejaron la nave envuelta en humo. Mientras se desarrollaba la desigual lucha, Álvaro de Bazán decidió acudir en ayuda del San Mateo con el San Martín y otros siete buques. Durante las dos horas que tardó en llegar ese auxilio, el resto de la flota hispana tuvo que trabajar duramente hasta conseguir realizar una maniobra de virada contra el viento. Los primeros barcos en llegar fueron el galeón Juana y un mercante armado de la retaguardia de Oquendo, que descargaron sus cañones contra el Saint Jean Baptiste. Detrás llegó el propio Oquendo, que se lanzó con su buque entre la capitana de Strozzi y el San Mateo, cortando los cables de abordaje que trababan a ambos contendientes. Acto seguido, tras lanzar otra andanada contra el barco francés, ordenó abordaje y encabezó el asalto al castillo de popa, apoderándose de la bandera enemiga.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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