Por José María Arévalo
(Alejandro Llano)
Tuve ocasión de conocerle hace muchos años y me impresionó su facilidad de expresión y la brillantez de sus ideas, así que cuando me ha llegado la noticia de su muerte he pensado que hemos perdido un gran pensador. Lourdes Flamarique, Catedrática de Filosofía, ha publicado un estupendo artículo en Aceprensa, el pasado 9 de octubre, que titula “Alejandro Llano: tras la ciencia de lo trascendental”, que creo resume de maravilla la trayectoria de este filósofo contemporáneo.
“El pasado 2 de octubre – recoge el artículo- falleció el filósofo Alejandro Llano (n. 1943), referente destacado del pensamiento español de los últimos 50 años. Autor de numerosas monografías (traducidas a distintos idiomas) y artículos, cuya variedad de temas y radicalidad de enfoques testimonian una vida intelectual rica e intensa, siempre atenta a las fuentes de la tradición, a las corrientes filosóficas contemporáneas y, no en menor medida, a los problemas de la actualidad cultural y política.
La filosofía y la fe cristiana abonaron la tierra donde arraigaba su pensamiento. Su hábitat fue, sin duda, la universidad. Ejerció su magisterio principalmente en la Universidad de Navarra y en universidades de América, por lo que sus discípulos están repartidos por todo el mundo.
Alejandro Llano siempre estuvo unido a los que consideraba sus maestros (Millán Puelles, Rodríguez-Rosado, Inciarte), pero nunca cultivó la filosofía de escuela. Sus comienzos le situaban próximo al realismo, pero sus preguntas despertaban un creciente interés por el idealismo y los pensadores contemporáneos. Sabía bien que la oposición entre la filosofía clásica y la moderna no es tan radical como a menudo se propone en los manuales. La lectura temprana de Ser y tiempo le confirma que el concepto del fenómeno plantea el problema de la relación sujeto-objeto, el tema de la representación y la realidad, el enigma de la patencia y la verdad. Reconoce pronto los que serán los motivos filosóficos que le llevaron a desarrollar un estilo abierto de hacer filosofía, en el que tradiciones distintas, pero con muchos puntos de contacto, se complementaran y mutuamente se potenciaran.
Lectura renovadora de Kant
Esto fue posible en gran medida por su lectura renovadora de Kant en Fenómeno y trascendencia en Kant (1973). Frente a las interpretaciones empiristas o idealistas, Llano defendía que el concepto central de la filosofía kantiana es el de la libertad. Al pensar el “ser libre frente a los fenómenos” y determinarlos de acuerdo con los intereses del sujeto, se descubre que lo trascendente, según Kant, es precisamente la libertad. Por eso la acción, decía, ocupa un lugar central en el planteamiento kantiano. En Caminos de la filosofía (2011) confesaba haber aprendido entonces que “la libertad es la raíz y fuente de la propia filosofía, la condición de posibilidad del pensamiento mismo, porque el conocimiento humano sólo es posible desde la libertad. La libertad es el horizonte de lo patente, abre a lo universal”. Por eso, podía concluir que “el kantismo es un humanismo”. En esta afirmación se condensa toda su posterior trayectoria filosófica. Alejandro Llano había reconocido en Kant la tarea de la filosofía desde Grecia: la imbricación de metafísica, teoría del conocimiento y antropología que cultivó más allá de él, sin caer en el especialismo académico, renovando las preguntas de la metafísica, la ética y la cultura con el lenguaje y las preocupaciones de su tiempo.
Su conocimiento de Kant le permitió rescatar en los planteamientos contemporáneos y en los enfoques clásicos una idea de lo trascendental que se refiere al ser y también concierne al pensar. De ahí su defensa en Metafísica y lenguaje (1984) de que con la filosofía analítica se renueva la metafísica, al desempolvar sus temas característicos y recordar su capacidad de rigor. Y se preguntaba: “¿Por qué no utilizar el análisis lógico-lingüístico para abordar problemas metafísicos, como habían hecho los clásicos de la filosofía primera?”.
Alejandro Llano fue un observador de la tardomodernidad y vislumbró en ella “movimientos divergentes” como la solidaridad, la presencia social de la mujer y el ecologismo
En sus libros El enigma de la representación (1999), Sueño y vigilia de la razón (2001), Teoría del conocimiento (2015) abordó de nuevo la relación entre representación y realidad, sueño y vigilia. Sostenía que la distinción entre el sueño y la vigilia se encuentra estrechamente relacionada con la diferencia entre representación y realidad: “Un cierto factor de ensoñación, de ficción, de irrealidad no puede desprenderse nunca totalmente del modo humano de enfrentarse con el mundo y con uno mismo”. Como el gran lector que era, vislumbraba esta problemática en Homero, Cervantes, Calderón, Shakespeare, Proust, Joyce o Magris.
Comprensión de la cultura contemporánea
Otra línea de publicaciones respondía a su fecundo trabajo en la comprensión de las encrucijadas y las posibilidades de la cultura contemporánea. Su libro La nueva sensibilidad (1988, 2017) fue pionero en la reflexión sobre las tendencias de la tardomodernidad. Vislumbró “movimientos divergentes” como la solidaridad, la presencia social de la mujer, el ecologismo; realidades para las que apenas había discurso en español hasta que él les dio voz. También elaboró una propuesta ético-política en Humanismo cívico (2000, 2015), que inspiró estudios en centros académicos de España y América. Con no menos empeño ofreció una “actual ética clásica” en La vida lograda (2002). Y abordó las distintas formas en las que coinciden cristianismo y cultura: El diablo es conservador (2001); Deseo, violencia, sacrificio. El secreto del mito según René Girard (2001); En busca de la trascendencia. Encontrar a Dios en el mundo actual (2007).
A lo largo de su vida mostró abierta y respetuosamente sus discrepancias con las ideas comunes, cuando así lo requería su lealtad con la verdad, con el bien. Lo suyo fue siempre pensar libremente, y esto es una de las cosas más difíciles, pues exige sobre todo fortaleza de corazón: amar por su orden. Confesaba en una ocasión: “Nunca he experimentado una tensión conflictiva entre el cristianismo y mi vida”. Una excelente prueba de ello son sus dos libros de memorias –Olor a yerba seca (2008) y Segunda navegación (2010)–; en ellos puso sus dotes narrativas al servicio de un testimonio de vida filosófica y de vocación universitaria.
Alejandro Llano decía que “no cabe filosofar en una habitación oscura”. Por eso desarrolló una notable actividad organizativa. Con sus colegas del Departamento de filosofía fundó el Instituto Empresa y Humanismo y convirtió las Reuniones Filosóficas en una auténtica ágora por la que pasaron algunos de los pensadores más relevantes de la filosofía española y extranjera. Estaba convencido de que “son imprescindibles interlocutores con quienes dialogar, libros que estudiar, ambientes fértiles en los que el pensamiento no sea algo tan exótico e infrecuente que llegue a estar mal visto”. En los últimos años de su vida intelectual impulsó la Asociación de Filosofía y Ciencia contemporánea y los Simposios Internacionales de Ribadesella.
En Caminos de la filosofía se encuentran estas palabras que resuenan como un legado: “La verdad es lo que más poderosamente une (…). Por eso la filosofía es una práctica amorosa. El propio concepto de sabiduría lleva consigo la querencia, el gusto, el studium, la afición al conocimiento de lo trascendental. Lo cual implica también la amistad con quienes contigo comparten el afán por el descubrimiento de la verdad. Y, en tal sentido, parece que la benevolencia ha de reinar en el cultivo de la filosofía”.”
Descanse en paz. Aunque le encomiendo, creo que el Señor le habrá permitido saltarse a la torera -como decía san Josemaría Escrivá- el purgatorio, como hombre de profunda fe que dio su vida por la Iglesia entregado al celibato apostólico.