De cómo tomarse un clásico a broma: una odisea narrada por un brujo
Si te dicen que sólo consiste en un tipo en el escenario resumiéndote a su bola un texto clásico, que dura dos horas y media, que no pasa nada y que en escena sólo hay un velamen arriado y unas cerámicas, seguro que no te animas. Pero esta versión de La Odisea de Homero que presenta Rafael Álvarez ‘El Brujo’ es eso y mucho más, un despliegue de buen humor, un torrente de simpatía, un trabajo logrado de un ‘showman’ que quiere ser un juglar y es un agudo observador del espectáculo humano, de las gentes comunes y su manera de expresarse.
No ha cambiado en nada este brujo desde que presentara hace dos años ‘El Evangelio de San Juan’ en el Teatro María Guerrero (vea nuestra reseña de entonces). Sus versiones de los textos capitales de la civilización occidental empiezan a ser un clásico en la escena española. Apostamos porque en otro par de años venga con La Divina Comedia de Dante Alighieri. Mientras, esta ‘La Odisea’ es menos trascendente que ‘El Evangelio de San Juan’ y mucho más graciosa, tiene menos pretensiones filosóficas y más referencias a la frívola actualidad, menos del texto original y más de la tele comercial.
Partimos de la Grecia clásica para llegar a la crisis actual, la clase política, los personajes famosos. Bajamos del Olimpo para encontrarnos con un Ulises de carne y hueso que vaga por el Mediterráneo demorándose como un diletante indolente enb su retorno de la guerra de Troya. Rafael Álvarez nos resume este gigantesco poema épico de hace 2.800 años, es un ‘aedo’, un narrador itinerante, un ciego con mucha vista que con los 24 cantos y las decenas de miles de versos del original se monta su propia historia. Que consiste en aclararnos los puntos que él encontró oscuros, en informarnos de contextos, antecedentes y complementos de dioses y hombres, y de echarle gracia cordobesa a las apariciones de diosas y mujeres, bromas ligeras que eran celebradas profusamente por las espectadoras.
‘El Brujo’ se ha subido a un pedestal desde el que se permite ser él mismo, bromear con libertad sobre tirios y troyanos, repartir estopa a los importantes y cantarle las cuarenta a la masa boba. La mitad del espectáculo parecen chistes improvisados. La otra mitad son recitados estupendos de los grandes parrafones de esta obra enorme, con la que juega, a la que ningunea, de la que duda y con la que bromea. El público le sigue porque conecta con la mayoría, la gente normal y corriente, con su cultura de andar por casa y su sentido común encomiable, con sus ganas de pasar un buen rato y sus deseos de olvidar los malos momentos, con sus buenos sentimientos a pesar de todo, con ese buen chaval que todos todavía llevamos dentro. Es ese humor al que en un tiempo se calificaba de sano, que no hace sangre con nada, que no es ácido ni perverso, que ridiculiza sin pasarse, que mantiene un tono amistoso. No es un humor intelectual, sutil, es un humor corpóreo, nada conceptual y muy epidérmico.
En su larga carrera este cómico ha conseguido sabérselas todas. Cuando se dirige al público directamente siempre acierta. Es un gran recitador que domina la dicción, el tono, la inflexión, el ritmo, pero incluso más domina la expresión corporal, en un despliegue de esos gestos corporales que forman la idiosincracia de un pueblo, como pocas veces pueda verse en un escenario. Esta Odisea llega a Ítaca tras surcar el mar Egeo, pero lo hace aquí y ahora con un entramado de sugerencias y alusiones orales y gestuales que conforman un descomunal discurso artístico, el de un buscador solitario que domina el arte de la convivencia, el de un artista especial que sabe conectar con la gente, el del que no sólo sabe sino que sabe contarlo.
Como El Brujo es La Odisea todo lo demás aparece un tanto deslucido. Una música original que queda en subrrayados de tachines. Tres músicos en escena con nula presencia. Una escenografía inmóvil y expositiva. Una iluminación ecléctica. Un vestuario excéntrico. El juglar se mueve desordenadamente de un lado para otro y da igual si se estuviera quieto. Sólo una vez se sienta y es para plantearse retóricamente qué hace ahí y a quién representa. Pero desde las playeras claras a sus blancos cabellos rizados Rafael despliega una gestualidad siempre efectiva y un discurso en clave improvisada pero muy trabajado.
Luego hay un argumento superpuesto más discutible: la diosa Palas Atenea intentando transformar el instinto primario de Ulises que le lleva a la violencia, en una fuerza positiva y civilizadora que conduzca a la paz. Porque Atenea está considerada diosa de la Paz, la Sabiduría, la Misericordia y patrona de la Democracia. Siempre es peliagudo ponerse a interpretar el Olimpo griego. También resulta una duración excesiva por culpa de un intermedio innecesario, como ocurría en su anterior entrega. Y la producción como él reconoce es baratita, demasiado baratita.
Dice Álvarez que ‘ha pretendido extraer los valores simbólicos implícitos en el relato y prodigarlos con un lenguaje asequible a las pretensiones del teatro popular”. Creemos que acierta en su acercamiento al texto clásico y en su empeño digamos divulgador. Pero sobre todo apreciamos lo mucho y bien que nos reimos, el buen rato que pasamos gracias a un despliegue descomunal de humor sano. Hacía mucho, mucho, que no nos reíamos tanto.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 7
Escenografía, 6
Interpretación, 8
Música, 5
Producción, 5
Documentación para los medios, 5
Programa de mano, 4
Teatros del Canal – Sala Verde
La Odisea, de Homero
Dirección y versión: Rafael Álvarez ‘El Brujo’
El Brujo
Del 10 de enero al 10 de febrero
Duración: 2h 20min (descanso incluido).
Actor: Rafael Álvarez ‘El Brujo’
Músicos: Percusión: Daniel Suárez «Sena», Teclado: Javier Alejano, Percusión: Mauricio Loseto
Música original compuesta por Javier Alejano
Escenografía: Roberto García
Diseño de iluminación: Miguel Ángel Camacho
Diseño de Vestuario: Gergonia E. Moustellier
Fotografías: Fran Ferrer.