Los cuerpos perdidos de Ciudad Juárez

Acercamiento dramático a una sucesión enorme de crímenes nunca resueltos

Los cuerpos perdidos de Ciudad Juárez
Los cuerpos perdidos - Teatro Español

Sobre uno de los mayores misterios de la crónica negra internacional en décadas, José Manuel Mora escribió una ficción dramática y poética que tras una década de espera llega al Teatro Español impulsada por los nuevos vientos municipales. Carlota Ferrer ha preparado una puesta en escena original y efectista, con gran protagonismo musical y toda la estética tópica mexicana. Destaca un reparto con grandes dotes musicales y un vestuario fantástico.

El autor obtuvo una beca oficial para estudiar el tema sobre el terreno. No era el primero tentado por una realidad que superaba una vez más a la ficción. Sobre la larga oleada de asesinatos y violaciones en Ciudad Juárez se han realizado hasta el momento seis películas, nueve documentales, dos teleseries, dos novelas y otras dos obras de teatro. Entre todo ello, destaca la novela ‘2666’, del escritor chileno Roberto Bolaño, publicada tras su muerte en un solo volumen aunque él la concibiera como cinco libros independientes. La cuarta entrega, ‘La parte de los crímenes’, describe los asesinatos de mujeres acontecidos en la ciudad de Santa Teresa (Ciudad Juárez), -eje conductor de toda la novela- y lo hace minuciosamente hasta 1997. De cada víctima da la edad, la estatura, el oficio, la ropa que llevaba puesta, el nombre y la causa de la muerte. Muchos no pudimos llegar al final.

Se supone que el fenómeno comenzaría en enero de 1993 en esta localidad mexicana del Estado de Chihuahua, de crecimiento exponencial -en la actualidad casi millón y medio de habitantes- , y que para 2012, el número de víctimas podría ser de hasta  700, por lo general jóvenes y adolescentes de entre 15 y 25 años de edad, de escasos recursos y que habían abandonado sus estudios secundarios para comenzar a trabajar a temprana edad.

Era el auge de las ‘maquiladoras’ (montaje de productos procedentes de EEUU y destinados a su mercado) por el establecimiento del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, lo que atrajo a muchas jóvenes a sus cadenas de montaje. A pesar de la expansión de la industria, la ciudad tenía una infraestructura subdesarrollada, con zonas enteras carentes de electricidad y caminos pavimentados. Como parte de su trayecto diario desde sus hogares hacia el trabajo, muchas trabajadoras debían atravesar estas zonas inseguras y mal iluminadas para tomar los autobuses que las llevan hacia las empresas, un factor de vulnerabilidad que colaboró a la oleada criminal.

Mora no se preocupa de la complejidad del tema (de lo que hablaremos más adelante) y construye un panorama sensacionalista de -como él dice- ‘una urbe en la que había libertad para violar, torturar y matar. Una urbe en la que los policías encubrían a los asesinos y maquinaban falsos culpables mientras el Gobierno parecía cerrar los ojos, impunidad era especialmente obscena para aquellos que flirteaban con las altas esferas del poder o poseían un nivel adquisitivo que les permitía comprar cualquier tipo de experiencia de cariz sexual. Las muertas de Juárez eran el resultado de esa libertad absoluta comprada a golpe de talón’. 

Pero lo cierto es que existe una gran controversia sobre lo ocurrido, las cifras reales, y sobre todo la autoría. Según estudios serios, los porcentajes de feminicidios nunca han superado en Ciudad Juárez el 18% del total de víctimas, y en los años 2000 y 2010 el promedio ha sido menor al 10%, menos de la mitad del de Estados Unidos, entre el 20 y el 25% de las víctimas.​ La proporción de homicidios de mujeres en Ciudad Juárez parece similar a la de otras ciudades mexicanas no cercanas a la frontera con Estados Unidos. Y el número de muertes de hombres es mucho mayor que el de mujeres. Pero otros estudios afirman que desde la aplicación del TLCAN en 1994 hasta 2001, la tasa de homicidios para los hombres aumentó en un 300 %, mientras que para las mujeres aumentó en un 600 %.

Lo cierto es que la ciudad es la sede del cártel de drogas mexicano que ha producido los mayores índices de violencia directa hacia la población mexicana. Se cree que los feminicidios en Ciudad Juárez pueden estar relacionados con el narcotráfico a lo largo de la frontera. Al menos en el 9,1 % de los asesinatos de mujeres se probó relación con bandas y narcotráfico.

Los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez han atraído la atención mundial desde la década de 1990, siendo cuestionada la inacción de la policía y el Gobierno para prevenir los asesinatos y llevar a los perpetradores ante la justicia. Hasta 2006 solo hubo tres condenas, y en todas con denuncias de tortura y violaciones a los derechos humanos realizadas a los presuntos sospechosos.

Mora dice que ‘más allá del complejo análisis de los parámetros sociales, económicos e históricos que determinaban las causas de tales brutalidades, me permitía como dramaturgo conjeturar sobre la relación del ser humano con el mal supremo, con todo lo que no se deja entrever desde la razón. Una vez decidí escribir sobre el asunto no pude pasar por alto la siguiente cuestión: ¿hasta qué punto era legítimo usar -y, por tanto, manipular- la barbarie y el dolor ajeno como material de creación? Una vez en México, encontré dos palabras claves a la hora de enfrentarme a la escritura: dolor y memoria para levantar una ficción sobre el mal y la locura’.

Aceptemos el planteamiento pero no busquemos en este texto lo realmente ocurrido. Mora levanta una ficción hecha de retazos de realidad, con personajes que existieron pero eran diferentes, y situaciones inventadas. Retrata rectores y jueces demoníacos, homosexuales atrapados como cómplices, muchachitas inocentes sacrificadas en el altar del horror y esas situaciones tan extendidas en la sociedad en las que todo el mundo sabe pero todo el mundo calla.

Carlota Ferrer realiza una notable puesta en escena, llamativa, colorista y cargada de tópicos de un trozo de la sociedad mexicana actual, casi un musical con buenas aportaciones de Sandra Vicente en el diseño sonoro y Ana Erdozain en la asesoría de danza, y un reparto cuya principal virtud es sus dotes musicales. Comete el error de casi todos, alargar la pieza con muchos minutos sobrantes, introducirla de mala manera y cerrarla con dos largas intervenciones musicales que rompen el climax final previamente logrado. Sobre todo, aconsejaríamos suprimir esa ‘Llorona’ redundante. Y esas pililas tan zafias.
  
Carlota Ferrer y José Manuel Mora forman tándem artístico desde su etapa de estudiantes. Su más destacado trabajo anterior es Los nadadores nocturnos (ver nuestra reseña), estrenado en las Naves del Matadero, que les dio mucha fama y a nosotros nos gustó más bien poco. Mora tenía una notable pieza anterior ‘Mi alma en otra parte’ sobre los abusos sexuales en el ámbito familiar, un tema escabroso pero tratado con precaución y solvencia, estrenada en el CDN en 2011 (ver nuestra reseña de entonces). En cuanto a Carlota Ferrer el salto a la dirección propia después de buenas asistencias a la ajena lo considerábamos entonces prematuro. Ahora lo vemos plenamente justificado.
 
Nada nos explican de posibles añadidos y supresiones al texto original, pero existe un personaje, llamémosla la cabaretera reivindicativa, que en sus dos intervenciones con micrófono resulta muy cargante. Y es que el reparto tiene luces y sombras, muchas más las primeras, especialmente hablando de la joven peluquera y su amiga, del señor rector y el acusado inocente. Menos nos gusta el profesor español, sobre todo en su primer intervención ante el micrófono. Verónica Forqué da otro paso adecuado para sacudirse su antiguo moldeado.

Ya hemos destacado antes el vestuario, destaquemos ahora algunos detalles de la escenografía de Mónica Boromello (más la capilla que el cactus) y de la coreografía de la misma Carlota Ferrer, todo ello en una iluminación cuya discreción resulta adecuada.

‘Los cuerpos perdidos’ es una buena producción sobre un texto irregular que no aspira a la coherencia, un fresco de escenas ligeramente hilvanadas con un lirismo a veces excesivo, puesto en escena con delicadeza y convicción. Un teatro que apela a impresionar visual y emocionalmente por encima de todo, aunque sometido a análisis racional pierda consistencia. Representativo de su generación. Y aceptable por la precedente y la posterior.

Más que esta postal de la leyenda negra mexicana nos hubiera interesado una disección penetrante del suceso, aventurar hipótesis más arriesgadas, desmontar la leyenda, acercarse a los hechos desnudos de añadidos politizados y tendenciosos. Pero reconocemos en ella valores estéticos que la hacen recomendable.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 7
Texto, 6
Dirección, 8
Interpretación, 8
Escenografía, 8
Producción, 8
Programa de mano, 7
Documentación para los medios, 7

Teatro Español
LOS CUERPOS PERDIDOS
Dramaturgia José Manuel Mora
Dirección Carlota Ferrer
Del 1 al 25 de noviembre de 2018
 
REPARTO 
Conchi Albiñana  Carlos Beluga  Julia de Castro Verónica Forqué David Picazo  Paula Ruiz Cristóbal Suárez Jorge Suquet José Luis Torrijo Guillermo Weickert 

EQUIPO ARTISTICO 
Dramaturgia   José Manuel Mora
Dirección y coreografía  Carlota Ferrer
Diseño de escenografía Mónica Boromello
Diseño de iluminación  David Picazo
Diseño de vestuario  Leandro Cano 
Diseño sonoro   Sandra Vicente
Asesoría de danza   Ana Erdozain 
Fotografía   Sergio Parra
Ayte. de dirección  Enrique Sastre
Ayte. de escenografía   Miguel Delgado
Ayte. de vestuario  Carol Gamarra           
 
Una producción de Teatro Español en colaboración con el Teatro Calderón de Valladolid. XVIII Premio SGAE de Teatro 2009- Mejor texto teatral.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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