La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

La Iglesia ante el peligro de la hipocresía

Soy consciente de que más de un compañero de fe piensa que me estoy echando a perder. Que he cambiado, que solo miro por lo malo, que soy un crítico, un renegado. Sin embargo, aunque no se lo crean, pese a que es cierto que me he adentrado de lleno en el camino más pedregoso y difícil (lo que me causa sinsabores y malos ratos ante todo), creo que ese camino es el único por el que algún día podré sentirme realmente cerca de Dios.

Ese camino es el de cuestionarme absolutamente todo. En primer lugar, los fundamentos de mi fe. Casi cada día me pregunto si creo y en qué creo, si soy coherente o un mediocre. Además, por supuesto, reflexiono sobre la Iglesia a la que pertenezco. Unos días estoy satisfecho y otros días me llevo grandes berrinches. Y, antes de nada, aclaro: sé que la Iglesia católica es universal y está constituida por personas de carne y hueso, cada uno con sus luces y sombras. Todo eso lo tengo muy en cuenta ante cada chasco, que los hay. Decepciones que siento por lo que algunas veces reflejan los católicos en mi entorno, en España y en mi contexto más cercano.

Conozco un modelo de católico, que afortunadamente no es el predominante, muy cerrado en sí mismo. Se cree superior a los demás por el simple hecho de ser católico. Siente que vive en una sociedad “enferma”, que le persigue. Ve fantasmas por todas partes, no dándose cuenta que hoy la fe en los no creyentes genera más indiferencia que odio. Está tan pagado de sí mismo que se atreve a conceder carnés de buen católico. Y, lo que es más importante, no acepta una sola crítica sobre (que ya no contra) la Iglesia. En los casos en que esa crítica nace de su seno, por supuesto, proviene de un “mal católico”.

Para algunos católicos, basta con ser provida y profamilia para ser un buen católico. Lo demás da igual. Quienes, desde dentro de la Iglesia, proponen un mayor protagonismo para las mujeres (y no hablo de sacerdocio) o plantean debates sobre si los curas se deberían poder casar o no, son «unos quintacolumnistas que solo hacen que molestar». A ese modelo de católicos les molestan muchísimo ciertos temas relacionados con el sexo, pero no suelen levantar la voz con tanta fuerza ahora que aparecen muchos casos de abusos sexuales a menores por parte de miembros de la Iglesia. En muchos ámbitos católicos, esos temas se silencian o se tocan casi de tapadillo, como si el hecho si quiera de comentarlos supusiera “alinearse con los que odian a la Iglesia”.

Estos días, mientras aquí debatíamos acaloradamente sobre si era blasfemia el que una modelo posara desnuda en una ermita, se conocía que decenas de miles de niños han sido sometidos a abusos por clérigos en Holanda. A lo mejor muchos ni se han enterado. Y, otros que sí se han enterado, han preferido no rasgarse las vestiduras públicamente. Con lo poco que cuesta escribir en tu perfil de Facebook (no hace falta tener blog): “Soy católico y siento vergüenza por los crímenes cometidos por miembros de mi comunidad en Holanda”. Ahora, leyendo esto, tal vez haya quien diga: “Pues claro que lo condeno, faltaría más”. Pero yo le pregunto: ¿por qué no lo hiciste en un primer momento, sin que nadie te lo cuestionara? ¿No había una rabia en tu corazón que te impulsaba a gritarlo?

Pues sonar cínico este último ejemplo. Pero lo que quiero transmitir es que muchos católicos huyen como sea de la palabra “escándalo”. Cuando éste, el temor a ocasionarlo, ha sido la causa de los mayores errores en la historia de la Iglesia. Me gustan los católicos que, sin que nadie los interpele, hacen autocrítica sobre la Iglesia y exponen públicamente sus decepciones e incomprensiones, generando debates. Pese a las incomprensiones, saben que lo hacen en defensa de algo que sienten propio, luchando porque cada día sea mejor.

A los que me tienen como un renegado, les digo que no se preocupen. Si me meto en algunos “charcos” es por querer ser fiel a mi fe. Tal vez me equivoque en muchísimas ocasiones, pero actúo en coherencia con lo que pienso y siento que debo hacer. Jesús nació en el seno de una comunidad religiosa y denunció el “escándalo” que le producían, no los pecadores, sino los representantes de Dios que ofrecían antitestimonio. Yo les pido a algunos católicos que, más allá de denunciar con tanta falta de caridad los fallos de los pecadores, hagan el esfuerzo de señalar las hipocresías y cinismos de las personas que más dañan a la Iglesia católica hoy: quienes dicen una cosa y hacen la contraria.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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