Obama celebra sus 100 días en el poder con la popularidad casi intacta

(PD).- 100 días de Obama como presidente, y no queda más remedio que hacer el balance de rigor. Las encuestas le dan un aprobado, aunque más de la mitad de los norteamericanos no esperan que logre superar la crisis económica en su primer mandato, habiendo serias dudas sobre la leve mejoría en la bolsa, que nadie sabe si es el inicio de la recuperación o una falsa primavera que nos devolverá al crudo invierno en cualquier momento.

Afirma José María Carrascal en ABC que nadie espera milagros sino tiempos duros, y el país que creía dominar los acontecimientos se siente dominado por ellos.

En la escena exterior, el nuevo presidente ha viajado mucho, mostrándose dispuesto a hablar con todos y a colaborar con los aliados, lejos de los aires imperiales de sus antecesores, lo que le ha traído más aplausos fuera que dentro. La mayor novedad la expuso en la cumbre de las Américas:

«Me opongo rotundamente a todo intento de derribar gobiernos elegidos democráticamente».

Es lo que podríamos llamar «la doctrina Obama». Ahora sólo hace falta que los no democráticos colaboren.

En la escena interior, adelanta como puede sus programas sociales, pero no socialistas. La crisis ha significado un shock para los norteamericanos, pero no les ha hecho cambiar de filosofía, basada en un fiero individualismo y en la desconfianza del Estado.

Resulta significativo que, incluso después del descalabro financiero que acaban de sufrir, el 55 por ciento de ellos siguen considerando su mayor enemigo «the big goverment» y sólo el 32, «the big business».

Es la mejor prueba de que el contrato social norteamericano es muy distinto al europeo. Se desea una mayor intervención estatal en sectores específicos, como la salud, pero se rechaza cualquier recorte de la iniciativa personal y empresarial, considerada el mejor vehículo para la ascensión social.

Resulta también significativo que esta clase media, pese a lo mal que lo está pasando, no esté dispuesta a cambiar impuestos más altos por más servicios públicos. En eso y otras cosas, se nota que éste es un país joven, mientras los europeos son viejos y precisan el cayado del estado.

Otra cosa es que se exijan más y mejores controles del sistema, haciéndolo más transparente y menos propicio a los abusos que le han herido últimamente. Pero cambiarlo, de ninguna manera.

Hasta ahora, Obama ha caminado por esa cuerda floja de conservadurismo económico y avances sociales, sin excederse. La incógnita es si tan cautelosa aproximación sirve en una crisis tan brutal como ésta.

En otras palabras, si su plan de reformar el sistema sin cambiarlo basta para resolver los inmensos problemas que ese mismo sistema ha generado. De momento, no se ha estrellado, como ocurre a otros que, despanzurrados en la cuneta, le invocan como su ángel de la guarda.

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