No cabe duda de que Trump ha sido, para China, un oponente con un enfoque errático y confrontacional. La amenaza de nuevos aranceles y restricciones tecnológicas podría tener un impacto devastador sobre la economía china, mermando el crecimiento de un país ya afectado por crisis internas. En este escenario, es comprensible que Beijing esté en alerta.
Sin embargo, hay quienes ven en este regreso una paradoja interesante: el carácter impredecible de Trump, lejos de ser solo una amenaza, también podría abrir oportunidades estratégicas para China.
Su política «Estados Unidos primero» tiende a socavar alianzas globales y muestra una preferencia por la negociación unilateral, dejando espacio para que Beijing se posicione como un líder en el escenario mundial. En lugar de ver a China cercada por alianzas como una “OTAN asiática” liderada por Estados Unidos, podríamos presenciar un debilitamiento de los lazos tradicionales de Washington con Europa y otros aliados. Si esto ocurre, China podría aprovechar para fortalecer sus vínculos en Asia y en el Sur Global, promoviendo un nuevo orden mundial menos dependiente de la influencia estadounidense.
Para Xi Jinping, la incertidumbre que trae Trump no es nueva. La relación de Trump con China ya ha demostrado ser volátil y oscilante, desde elogios personales hacia Xi hasta ataques arancelarios y una dura retórica en tiempos de pandemia.
Es probable que el liderazgo chino esté preparado para maniobrar en este entorno incierto. Más que alarmarse, Beijing podría ver una oportunidad en el desgastado liderazgo global de Estados Unidos bajo Trump, especialmente si el nuevo gobierno estadounidense prioriza políticas internas y descuida compromisos internacionales.
El tema de Taiwán también ocupa un lugar central en esta dinámica. La retórica de Trump insinúa un enfoque transaccional que podría dar a Beijing la esperanza de conseguir concesiones en este ámbito. Si bien la relación de Trump con Xi no necesariamente implica un cambio en el estatus de Taiwán, su actitud pragmática y de negociación podría dar margen a Beijing para intentar reducir el apoyo militar y diplomático de Washington a la isla.
Trump ha demostrado, sin embargo, una preferencia por la confrontación con China, y es razonable pensar que su regreso reabriría la «guerra comercial» que ya libró durante su primer mandato. Los aranceles del 60% que ha propuesto serían un golpe a las exportaciones chinas y pondrían en riesgo las cadenas de suministro globales, con consecuencias económicas no solo para China sino también para el resto del mundo. En última instancia, esta política proteccionista, más allá de dañar la economía china, podría aislar a Estados Unidos y aislar su propio crecimiento económico.
Este juego geopolítico de oportunidades y riesgos coloca a China en una encrucijada, y Beijing probablemente optará por una estrategia paciente y calculada para manejar los impulsos de un Trump en el poder. Al final, el retorno de Trump podría ser tanto un desafío como una oportunidad. La gran incógnita es si este enfrentamiento será manejado como una rivalidad destructiva o si, con la misma volatilidad de Trump, podría abrir caminos inesperados de cooperación y equilibrio global.