El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Es el pasado buen punto de anclaje

ES EL PASADO BUEN PUNTO DE ANCLAJE

Si hoy mi amada musa tinerfeña Iris me llamara por teléfono o me mandara un correo preguntándome cómo estoy, cómo me encuentro, acaso me decidiera por responderle de la guisa que sigue. Actualmente estoy, como suele decir que lleva estando, desde hace un trienio largo, mi heterónimo y amigo del alma Emilio González, “Metomentodo” (que es, entre uno y dos lustros, mayor que yo): retrotrayéndose, un día sí y otro también, a su etapa juvenil, como acostumbra a confesarme él, o volviendo a vivir mi cielo en el planeta Tierra, como asevero aquí yo. Puede que eso ocurra en mi caso por esta concreta razón, porque el presente, un poliedro, rebosando incertidumbre por cada una de sus caras o facetas, con la atrabiliaria rifa que, velis nolis, organiza y corona la covid-19 a diario entre quienes aún estamos vivos, itero, el presente se ve amenazado de continuo por la espada de Damocles, y lo pretérito nos brinda a cuantos, como renacuajos, todavía coleamos, un firme y sólido punto de anclaje.

Hoy, verbigracia, he vuelto a recordar aquella tarde remota en la que, con(tando) catorce años, leía con fruición, medio asombrado y medio escandalizado, las primeras páginas de la novela que había escogido para hacer el trabajo de fin de curso de la asignatura de Lengua y Literatura Española(s), “San Camilo, 1936”, de Camilo José Cela.

Supongo que el padre camilo que, a la sazón, nos cuidaba (mejor, controlaba nuestro comportamiento, para que no nos desmandáramos), durante aquel rato de estudio (aunque haya quien infiera de mi proceder que me autocensuro, callo su nombre y apellidos porque, amén de que cuanto cuento aquí sucedió tal cual, salvo por este episodio o gesto indigesto, de perito censor, que me dispongo a narrar grosso modo, guardo un montón de anécdotas con él gratas), algo debió colegir que dejaban entrever las diversas expresiones de mi rostro, porque se levantó de su silla, se acercó a mi pupitre, me cogió el ejemplar, leyó unas líneas, página y media, como mucho, y decidió, ipso facto, que, aunque él me impartía otra asignatura, no era una lectura apropiada o conveniente para alguien de mi edad y condición, estudiante entonces de Octavo, último curso de la extinta Educación General Básica, más conocida por su acrónimo o sigla, E. G. B.

Una vez resuelto entre los religiosos afectados el incidente, elegí, leí y culminé el susodicho trabajo sobre “La Colmena”, del mismo autor. “San Camilo, 1936” la terminé de leer estando ya en la Universidad. Si no recuerdo mal, el único punto de la novela no lo hallé hasta que llegué a su final.

El que acabo de relatar con brevedad fue uno de los pocos peros (no me refiero con dicho vocablo a perales o manzanos infernales, no) que advertí en el paraíso que viví durante los tres años que pasé en el colegio “San Camilo” (seminario menor, hoy hotel) de Navarrete (La Rioja).

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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