El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

No he echado en saco roto tu dictamen

NO HE ECHADO EN SACO ROTO TU DICTAMEN

Dilecta Iris:

Esta pasada noche, mientras dormía, en un sueño (ignoro qué lugar o posición ocupaba entre los que he tenido), he vuelto a estar y hablar contigo. Tengo un recuerdo vivísimo del mismo (de los restantes, empero, ni polvo ha quedado). Había acudido a Madrid a la presentación de una campaña publicitaria solidaria o del recorrido por etapas de la próxima Vuelta Ciclista a España (no estoy seguro). En el hall del hotel donde ambos, al parecer, estábamos hospedados, nada más salir del ascensor, te he visto de espaldas (ese corte de pelo tuyo, tan original, y su color, verde esperanza, son inconfundibles), junto al mostrador de recepción. Iba a acercarme para saludarte, pero he desistido, porque estabas conversando plácidamente con el director del establecimiento, que se ha percatado de mi intención y, ayudándose de dos únicos gestos, dos, que ha coronado con su diestra, en concreto, de la palma abierta, colocada en posición vertical, como dándome el alto, y luego del dedo índice, que ha girado en el aire, semejando una rueda, si no los he malinterpretado, ha pretendido decirme que me esperara unos minutos para culminar mi propósito.

Se ha producido un corte (¿?), porque, a renglón seguido, me he visto en otra habitación del hotel, que no era la mía, ni, al parecer, tampoco la tuya. Antes de abrir la puerta, que tú habías golpeado (supe luego), me he fijado, al mirar el cristal del pasillo de entrada, que yo vestía una guayabera y, tras abrirla (me refiero a la puerta, no a la guayabera), en que tú, con el corte de pelo prístino, el que llevabas cuando te conocí en Tenerife, un vestido azul turquesa. Tras hacerte una reverencia con sombrero imaginario, me he echado a un lado y he dejado expedito el umbral para que accedieras al interior. Has entrado agitada y sudorosa, y me has pedido, cual sedienta, agua, porque tenías la boca seca.

En lugar de hacer lo deseado y previsto, abrazarte y besarte, voy al minibar a por una botellita de agua, cojo un vaso de cristal y te ofrezco la una con la diestra y el otro con la siniestra. Pasas del vaso, que permanece en mi zurda, desenroscas el tapón y te bebes el agua que contiene de un trago. ¿Dónde estabas hace diez minutos?, me preguntas, tras saciarte. En el baño, te contesto como el rayo, porque sé de qué pie cojeas, o sea, para no dar pie a que, si demoro la respuesta, puedas colegir lo errado, que te miento como un bellaco. Compruebas que tengo el pelo casi seco, pero también que hay secador en el baño y que este aún está caliente, por haber sido usado hace poco tiempo.

Seguramente su ruido, has sentenciado con lógica, te ha impedido escuchar que yo picaba con los nudillos la puerta. Me cuentas que has bajado a recepción a cerciorarte de que la habitación 739 era la que era, la acordada, porque el teléfono móvil del director tenía tu llamada en espera.

Me has asustado; parecías alterada, te digo. ¿Te has recompuesto?, me preguntas. Estoy más calmado, te respondo.

Tiene lugar otro corte (¿?). Acaba de amanecer en la capital de España. Tú, Iris, estás despierta, mirando cómo el aire bambolea la cortina de la puerta del balcón y, tras darme un pico, me preguntas si he dormido a gusto. Te contesto que, seguramente, me ha despertado la sensación de tener dormido el brazo izquierdo, debido a que reposaba tu cabeza en él y no me circulaba la sangre como debiera. No he olvidado tu rápido dictamen (Ángel, si no lo veo, no lo creo. ¡Qué honor volver a estar entre tus brazos!), tampoco mi criterio, coincidente (Nada que ver con el primer amaño, aventura o affaire, pues/que fue un desastre).

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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