El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

El hombre se resiste a no ser hombre

EL HOMBRE SE RESISTE A NO SER HOMBRE

(BIEN SEA POR LO BUENO O POR LO MALO)

Auguran muchos de los sabios (con y sin resabios, que de todo hay en la viña del señor; a los que hoy llamamos algunos “todólogos”, o sea, expertos en toda materia habida o por haber, peritos en todos los campos del saber, que abundan por doquier) que en el ancho mundo son que, a pesar de lo que diga y quepa leer en el bíblico libro del Eclesiastés, que airea que “no hay nada nuevo bajo el sol”, nada volverá a ser como fue.

Quienes antaño estudiamos filosofía y leímos los pensamientos que la tradición le adjudica a Heráclito, “el Oscuro”, sabemos que todo cambia, que todo fluye (“panta rei”), que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río, pero me río, a mandíbula batiente, de quienes pretenden rebautizar dicha corriente de agua para demostrar que en su aserto no cabe hallar una mínima rendija o grieta por la que pueda colarse de rondón la duda más flaca.

Está claro que podemos conciliar a Parménides (el ser permanece) con Heráclito (el ser muda) y acaso es lo que debamos hacer, establecer puentes entre ambos, porque los dos dan de lleno en el blanco o centro de la diana con sus certeras flechas (según otras perspectivas o puntos de vista, ambos también marran).

La naturaleza es sabia. Y si el hombre sigue naciendo con dos ojos, dos oídos y una sola mui es, seguramente, por esta simple razón de peso, que muchos han dado en llamar “la navaja de Ockham”, para que escrutemos, leamos, veamos y escuchemos el doble de lo que hablamos. Qué inobjetable argumento tenía y esgrimía Diógenes Laercio cuando aseveró que “callando se aprende a escuchar, escuchando se aprende a hablar y hablando se aprende a callar”, pues de la boca cerrada de un sujeto, aunque pudieron ser por él pensadas, nunca salieron idioteces, memeces.

El hombre es, al alimón, aunque eso sea contradictorio, el ser que quiere ser otro, mejor del que es, y hasta optimizarse, y el ser que insiste en seguir siendo quien es y, por ende, mira por dónde, a dejar de ser hombre se resiste. El hombre que deja de ser hombre se santifica y gana el cielo o, por el contrario, se corrompe y, al final, se pierde, porque se sataniza y obtiene el erebo; pero el hombre que no se ilusiona con ser otro, para, por ejemplo, poder estar con su amada musa tinerfeña, Iris, que no sueña con compartir con ella la misma cama y no goza imaginando que la observa cómo duerme y respira plácidamente, a diez centímetros de su cara, es un ser muerto.

Alguno de los sabios del primer párrafo, el que da inicio a este escrito, sostiene que no hay que arrepentirse de lo no hecho, sino solo de lo hecho. Es una forma incompleta de ver el asunto doble. Hay que lamentarse de ambos, siempre que, debido a nuestra acción u omisión, tengamos constancia fehaciente de que alguien salió perjudicado por ello.

Tengo para mí por apodíctico que, mientras el mundo siga siendo (in)mundo, y el hombre siga sobre la faz de la Tierra, habrá hombres que protagonizarán hechos dignos de encomio, memorables; y hombres que merecerán, como justo castigo, pena de cárcel por sus crímenes y crueldades. Mientras siga vigente esa doble circunstancia, el hombre será capaz de lo mejor y de lo peor; considerado un héroe, por sus proezas, o un villano, por sus ruindades. Habrá casos en los que, por haberse encumbrado al gozo de las más altas pasiones o, al revés, por haberse abismado en el pozo de las más bajas pulsiones, el autor o hacedor de ellos sea la misma persona, verbigracia, Maradona.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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