El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

El sueño de los otros es sagrado

EL SUEÑO DE LOS OTROS ES SAGRADO

A EMILIO LE HAN ROBADO EL CONTICINIO

No recuerdo quién me lo contó, pero sí que el relato que me dispongo a referir no lo soñé, porque se me narró. En un pequeño pueblo de La Rioja, en la casa de una familia numerosa (de nada menos que de diez hijos, en la que el primogénito, ella o él, ya se había casado y vivía en su propia casa; y el benjamín, hembra o varón, acababa de cumplir tres años) de mediados del siglo XX (al parecer, como entonces no había tele, había más sexo, sin más medida o método anticonceptivo que la básica y clásica marcha atrás, que fallaba más que una carabina de feria), aunque se había estropeado el despertador, este, indefectiblemente, seguía sonando cuando el progenitor de la recua (reconozco que hubiera sido más apropiado haber echado mano de la voz prole) abría uno de sus ojos, porque a esa apertura le seguía, de modo invariable, la de su par y, en ese preciso instante, hubiera cantado el gallo o no, había llegado la hora de levantarse de la cama. El padre organizaba tal alboroto, escándalo o zapatiesta, metía tanto ruido, que en aquel edificio de tres plantas todo quisque se despertaba, quisiera o no, se vestía, se lavaba la cara, para quitarse las legañas, con el agua que previamente había sacado de una tinaja con la ayuda de un cazo y había vertido en una jofaina o palangana, desayunaba un vaso de caliente café negro con pan (si había sobrado del día anterior) y, tras aparejar las acémilas sin olvidar las alforjas que contenían las vituallas para un almuerzo frugal y la comida, subidos en las bestias de carga o a pie, la caravana iniciaba la marcha hacia donde el tío José Leocadio, protagonista del relato, había mandado.

Acababa de trenzar los renglones torcidos que preceden, cuando me ha llamado al teléfono fijo (que ahora también tiene la apariencia de un/o móvil) mi amigo y heterónimo Emilio González, “Metomentodo”, para contarme, enojado, ¡qué casualidad o causalidad!, que, en el edificio de cuatro plantas donde vive, su vecino de arriba sigue, erre que erre, en sus trece, sin respetar el sueño de los demás, que es sagrado, haciendo de su capa un sayo, obrando a su antojo. Al parecer, el vecino de marras, que marra morrocotudamente, sufre de insomnio o duerme poco y, cuando se levanta de la cama, en lugar de ponerse a leer un libro, bien una novela, ora un poemario, ya un ensayo, se dedica a dar por donde la espalda gana su burdo y soez nombre, o sea, a ir de aquí para allá, por todo el piso, recorriendo el largo pasillo del derecho y del revés, haciendo todo el ruido que le viene en gana.

Si Joaquín Sabina se preguntaba, en una canción intuitiva y profética, quién le había robado el mes de abril, “Metomentodo” no se interroga quién le ha hurtado el conticinio (que el Diccionario de la Lengua Española, DLE, define así: “Hora de la noche en que todo está en silencio”), porque ya tiene identificado al causante.

No conocí a José Leocadio ni conozco al ruidoso vecino de “Metomentodo”, pero actitudinal y/o procedimentalmente, como todos tenemos, al menos, un sosia/s, cabe aseverar que el vecino guarda un parecido más que razonable, en lo tocante a su comportamiento, con el del tío José Leocadio. Y punto.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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