El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

El cielo y el infierno aquí suceden

EL CIELO Y EL INFIERNO AQUÍ SUCEDEN

El cielo y el infierno existen, pero están y/o suceden aquí, durante nuestra vida en el planeta azul, La Tierra, no en otro “cronotopo” (al menos, por ahora, no tenemos constancia fehaciente, incontestable, de que los susodichos, que, para algunas personas religiosas, hembras y varones, son, sobre todo, latentes, hayan devenido patentes, ¿de corso?), en otra dimensión espaciotemporal (de la vida de ultratumba, por ejemplo, ya he reflexionado someramente antes, y he dejado apuntado cuanto me ha llamado la atención; un día que me situé en la frontera, línea o muga que separa el País de las Burlas de la Nación de las Veras, reparé en esto, en que en castellano/español existe la misma voz, escatología —consúltese el Diccionario de la Lengua Española, DLE, al objeto de salir de dudas—, para designar dos entidades tan distintas y distantes como son el “conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba” y “coprología”, o sea, “estudio de los excrementos sólidos con diversos fines científicos”, esto es, que si a alguien se le ocurre unir, mezclar y/o  fundir ambas definiciones, puede concluir lo obvio, que la vida post mortem es una mierda), aunque nuestra imaginación nos permita recrearlos, como antes otros (ellas y ellos) fantasearon, al vestir con variopintos paisajes y paisanajes, tanto el uno, el edén, como el otro, el erebo.

Yo (aporto mi parecer al respecto, por si a alguien le sirve), verbigracia, tengo la sensación refractaria de que en el mes de julio de 1974, cuando con doce años acudí al “cursillo” organizado por los padres Camilos en Navarrete (La Rioja), ingresé en el cielo y recibí el aviso de que mi expulsión no se demoraría mucho en el tiempo cuando dejé aquel entorno paradisiaco, al terminar el último curso de la Educación General Básica, EGB, tras el que obtuve la nota de un ¿merecido? sobresaliente en el primer título académico que recibí en mi vida, el graduado escolar, en el estío de 1977.

Me consta que nuestra memoria tiende a ser selectiva y a quedarse normalmente con lo bueno (visto desde diversas perspectivas o un plural punto de vista), mejor y óptimo. Allí, a lo ancho y a lo largo de aquellos tres inolvidables años, ocurrieron hechos desagradables, por supuesto, pero, como fueron tantos y tan frecuentes o reiterativos los agradables, los ásperos cuentan poco o se ven ocultados y aun sepultados por los gratos y, por eso, su peso o rastro es menor, casi insignificante. Allí hice estupendos amigos, de cursos superiores e inferiores, que, por no ser prolijo, aglutinaré en un solo nombre, el del colega con el que compartí litera en Octavo, José Luis Álvarez Santaolalla, tristemente finado (pero vivo aún en mi memoria), a quien rebauticé, cariñosamente, con el alias de “Tisme”.

El paso de Navarrete a Zaragoza (la casa de la Orden estaba situada en el bloque octavo del número 162 del Camino de la Mosquetera, hoy llamado de otra guisa) fue de crecimiento (estudiamos los tres cursos de Bachillerato Unificado Polivalente, BUP, en el seminario; el hoy extinto COU lo hicimos entre jóvenes féminas y adultas —conviene leer bien, no adúlteras— monjas Teresianas, en el colegio “Enrique de Ossó”), sin duda, pero como la vida, en muchos aspectos, es una clara contradicción, en mi caso, el alza intelectual y personal vino aparejada de una rebaja de dicha o felicidad interior.

Tengo la impresión indócil, reacia, de que el accidente de coche que sufrí en diciembre de 1978, en el que, como consecuencia inopinada del tal, ocurrió un hecho luctuoso, pues perdió la vida el único y verdadero mecenas que he tenido en toda mi existencia, mi inmarchitable hermano José Javier, quien lo conducía, supuso mi expulsión definitiva del cielo en La Tierra. Desde entonces, sigo peregrinando por el infierno, ora valle de lágrimas, ora desierto, ora purgatorio, intentando rehusar, si no todas, el grueso de las tentaciones que, sin cejar en su empeño, no deja de plantearme el pertinaz demonio; y si me mantengo vivo, me digo, acaso sea por esta exclusiva e incontrovertible razón de peso, por (eso es lo que me apetece creer a pies juntillas y me agarro a dicha idea como a un clavo ardiendo) que Dios me tiene reservado un pronto reingreso, con estancia definitiva, eviterna, en el cielo; eso sucederá seguramente (me ilusiona un montón fungir de optimista), cuando vuelva a abrazar de nuevo a mi amada musa chicharrera Iris/Amanda. ¿Este verano? A ver si es verdad. Lo deseo con todas mis ganas y fuerzas. Poco importará si, debido a la vacunación, el gozo se retrasa unos días, hasta el mes de octubre.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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