El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

El prodigio impar es incomparable

EL PRODIGIO IMPAR ES INCOMPARABLE

COMO LO FUE EL ORGASMO JUNTO A AMANDA

Iris Gili Gómez, alias Amanda, es, en este mundo nuestro, mayoritariamente inmundo, una de las pocas féminas auténticas que quedan, madre de un nene de dos (acaso pronto cumpla tres) primaveras, presuntamente retiradas del mercado de las miradas lascivas, pecaminosas, pero metidas (introducidas a la fuerza, a empujones, de nuevo) de lleno, ajena e involuntariamente, en él, por un número indeterminado de varones salidos (con abundante apetito venéreo a cualquier hora del día, o sea, asiduamente en celo, porque, en cuanto ven un par de senos, imaginan un monte o triángulo de Venus y, en cuanto catan un perfume femenino que va detrás del deleitoso espectáculo de un redondeado culo de mujer, los ojos suelen salirse de sus respectivas órbitas), entre los que me cuento, extraño extremo que, reconozco (ignoro si eso me honra o me denigra aún más), asevero sin rodeos ni soberbia.

Sus curvas, su embriagador olor corporal, su sonrisa, ese indeleble rayo de luz en su inolvidable cara (que adelantara en el “cronotopo”, ora en el espacio, ora en el tiempo, un siglo y medio, el novelista inglés William Makepeace Thackeray), su figura estilizada,  su talle, sus numerosos atributos, sus tatuajes y, sobre todo, su pelo suelto, al albur de la brisa marina, se siguen ponderando por doquier, menos de lo que se piensa, tal vez, quienes acuden habitualmente al bar de la esquina, al “Pepes” (que algunas mujeres santurronas suelen llamar, despectivamente, “Machos”) y continúan apareciendo, brillando en todos sus esplendores, en los sueños húmedos de un montón de hombres heterosexuales que, cuando se hallan inmersos en el reino que gobierna Hipnos, hacen el amor con ella sin las restricciones que impone la severa realidad, pura y dura como ella sola. Que, de entre el amplio y variopinto elenco conformado por todas las hembras del barrio, la elijan o prefieran a ella le tendría que enorgullecer, pues, así de especial es Amanda, reconozco lo irrefutable, que en su caso no, ni un ápice o una sola pizca.

Me sumo al extenso e intenso duelo que sienten tantos varones por no haber tenido la dicha de gozar en su vida real, terrenal, de un rato de cielo, al no haber podido retozar con ella, acariciar con las yemas de sus dedos cada uno de los poros y recorrer con sus labios y su lengua el atlas completo de su desnuda piel canela, o sea, de estar a solas con ella, aunque solo fuera una sola hora. Esos sesenta susodichos y dichosos minutos harían que nuestras existencias adquirieran, por arte de magia o milagro, un sentido o significado pleno. Porque, aunque no volviéramos a estar otra con Iris, podríamos echar mano de la surtida colección de recuerdos que hubiéramos acopiado o nos hubiera dejado la mágica o milagrosa grabados en nuestra epidermis y, rememorándola, segundo a segundo, minuto a minuto, como haría Ireneo Funes, el proverbial, memorioso y memorable personaje salido del magín de Jorge Luis Borges, podríamos, una y otra vez, un día tras otro, hasta el final de los nuestros, revivirla y vivir ilusionados con volver a repetir el milagro de obtener otro/s orgasmo/s junto a Amanda.

Sé (me consta) que hay varones a los que les pongo de los nervios y me envidian cada vez que me escuchan airear a los cuatro vientos mi aserto optimista de que, en esa hipotética segunda ocasión, el deslumbramiento que acaeció en la primera vez puede verse superado y, por ende, quedarse corto.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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