El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

La canción infantil que nunca acaba

LA CANCIÓN INFANTIL QUE NUNCA ACABA

La canción infantil que nunca acaba son varias. No osará negar esto nadie (hembra o varón) que quiera ser tenido por juicioso por servidor, si no lo conocía, o, si sí, seguir siendo reputado de esa guisa hasta que la parca me haga el guiño, señal de que llegó el fin de los tiempos para quien a Otramotro acarreaba.

Había una vez un barquito chiquitito” es la primera canción que me ha venido a la mente, sin haber tenido que dar este menda el paso previo de convocarla, o sea, que el hecho ha sido en sí mismo, una de dos, o resultado de la ciencia infusa, que no descarto (hay casos y cosas para los que reconozco mi incapacidad manifiesta para hallarles una científica explicación lógica), o de la intuición. Salvo error, omisión o ajena objeción pertinente, distintiva y relevante, conjeturo que no hay otra que explique mejor el decurso de la existencia humana. Basta con que hagamos el párvulo esfuerzo de cambiar lo que ha de cambiarse, esto es, con que echemos mano de la expresión latina mutatis mutandis (y, por tanto, mudemos barquito chiquitito por bebé, ella o él, y navegar por andar), para darnos cuenta o reparar y, por ende, constatar que lo aseverado arriba tiene la pinta de ser, a todas luces, apodíctico, porque el hombre (hembra y varón) seguirá evolucionando sobre la faz del planeta Tierra (y viajando por el espacio sideral), mientras sigan naciendo bebés (sea cual sea su sexo). Aunque a estos les siga costando Dios y ayuda lograr andar erguidos equis días o meses, terminarán haciéndolo (si hacemos la salvedad de las lógicas excepciones, que son, precisamente, las que vienen a confirmar la validez y vigencia de dicho axioma).

La segunda canción ha sido “Un elefante se balanceaba (sobre la tela de una araña)”. Sigo considerando incondicionalmente cierto, necesariamente válido, lo que, tras ardua cavilación, concluí otrora, que, aunque me puedo equivocar, seguramente, la compuso una persona que había leído muchos cuentos de hadas y duendes y quiso trenzar un himno que homenajeara a las susodichas narraciones, por los buenos ratos que estas le habían hecho pasar, y que despertaron o espabilaron su imaginación aletargada, y esta, una vez colocadas las alas que los relatos tales le habían obsequiado, echara a volar, a fantasear por su cuenta y riesgo (ideando y narrando, tal vez, otros). ¡Cuántos elefantes, esto es, lectoras/es con ninguna, pocas, algunas o muchas lecturas coronadas, no se habrán balanceado y reído a mandíbula batiente sobre las telas de esas arañas que atrapan a quienes sostienen con sus manos (o pasan las yemas de sus dedos) y leen “El Lazarillo”, “El principito”, “Rayuela”, etc!

La tercera, también certera (con tres tenía los suficientes apoyos para fabricar las trébedes y colocar sobre ellas el perol donde verter y pudieran cocer, dentro de él, mis ideas) ha sido “Salí de La Habana un día (camino de Santander)”. Porque en un hito o mojón del camino o charco, donde daba la vuelta el aire, me di de bruces con Fidel, que, redivivo, me aconsejó que no tuviera fe ni en el comunismo ni en él, sino en la muerte y en mí mismo y en mi circunstancia; y que no olvidara la obligación que tenía de salvarla a ella, único medio y requisito imprescindible para poder salvarme luego a mí.

Nota bene

“La Nena”, mi dilecta hermana María del Pilar, que ha sido la prístina persona a la que le he leído por teléfono la primera versión de este texto, esto es, la escrita (hoy, miércoles 27 de octubre de 2021, pero verá la luz el miércoles 27 de abril del 2022, seis meses después) a bolígrafo sobre las proverbiales medias cuartillas de diversos colores que me suministra mi querido hermano Miguel Ángel y solícito proveedor, “el Chato”, es decir, sin haberlo pasado aún a ordenador en la biblioteca municipal de Tudela, antes de proceder a leerle cuanto había urdido servidor sobre la tercera canción infantil, me ha sugerido la que lleva por título “La tiraron al barranco (toda vestida de blanco)”, que la he descartado al instante, pues, amén de perjudicial y aun deletéreo, el mensaje que canta y cuenta la susodicha es denigrante. No concibo que se pueda tirar a un barranco a nadie, pero menos a una niña (en el supuesto de que la lanzada al despeñadero o precipicio fuera una primera comulgante) o una núbil (en el caso de que se tratara de una recién casada), ya fueran los vestidos que portaban ambas de color blanco o la cal con la que querían hacer desaparecer los agredidos cuerpos de las mencionadas (tal vez, ya interfectas).

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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