El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

No le veo ventaja a la ignorancia

NO LE VEO VENTAJA A LA IGNORANCIA

Nada más terminar de leer por primera vez “El Lazarillo”, decidí hacer lo mismo que su presunto protagonista y autor confiesa a Vuestra Merced, destinatario de su extensa carta, al final de la novela: “determiné de arrimarme a los buenos”. Como he vuelto varias veces (entre una decena y una docena) a pasar mi vista por las páginas indelebles, inmarchitables, del episódico relato de su presunta autobiografía, la obra citada me parece hoy todo un novelón. ¡Bendita y menuda obra de arte alumbró su anónimo autor! ¿Fue plenamente consciente de la perdurabilidad de su relato? Lo dudo tanto como lo desconozco. Mas no ignoro que en las mismas he seguido, leyendo a los autores clásicos, sus inmortales obras.

De lo que no tengo un gramo o grano de duda, ni un ápice o pizca de hesitación, es de esto, de que todo aquel ciudadano (ora sea o se sienta ella, ora sea o se sienta él) que quiera aprender en esta vida (¿no es algo que pretendemos todos los seres humanos, sin excepción?) hará lo oportuno si consigue tener en estado de alerta y logra poner la máxima atención de sus sentidos (sobre todo, aguza el oído y despierta o espabila su ojo avizor) en cuanto ocurre a su alrededor y no olvida lo precipuo o principal, arrimarse a los buenos (dará la campanada, esto es, en el blanco o centro de la diana, si, además, son los mejores, los óptimos). Comprobará, de manera fehaciente, que la belleza o fealdad física no se contagia, pero sí lo hacen la actitudinal o comportamental, la intelectual o mental. Quien haya tenido la ocasión, ¡qué suerte!, de leer y/o escuchar a genios/sabios, versados en el ámbito o campo del saber que sea, sabe, a ciencia cierta, a qué me refiero.

El sábado 28 de mayo de 2022, en las páginas 10 y 11 del suplemento BABELIA de EL PAÍS, apareció publicada una interviú que Guillermo Altares le hizo al filósofo nonagenario (94 años, pero ejerciendo o fungiendo, no fingiendo, del genio que es) y sabio Emilio Lledó (me veo impelido a agregar, como tarea inexcusable, que corono con sumo gusto en este paréntesis, que si César vino, vio y venció, Lledó llegó a nuestros oídos y/o nuestros ojos y nos llenó de conocimiento y nos ganó para su causa, la educación, pues “solo el que sabe es libre y más libre el que más sabe”, por aseverarlo con las mismas palabras que pronunció don Miguel de Unamuno y Jugo en una inolvidable conferencia que impartió en el ateneo de Valencia el 24 de abril de 1902).

En un momento de la citada entrevista Altares le hace la siguiente consideración a Lledó: “Ha dicho que nuestra cultura nace con la ‘Ilíada’, concretamente con el momento en que Príamo visita a Aquiles para reclamarle el cadáver de su hijo y dos enemigos se reconcilian y acaban llorando juntos”. A dicha observación Lledó apostilla: “Aquiles ha matado a su hijo, pero acaban entendiéndose, admirándose. Eso está supuestamente escrito, pero no estaba escrito hace 27 siglos. El verso fue una manera de sostener la oralidad, la palabra viva, la palabra que se esfuma”. Unas líneas más bajo Lledó sostiene que “la ignorancia es el origen de la violencia y de la falsificación del mundo”, que me ha llevado a rememorar un axioma de Juan Luis Arsuaga: “El conocimiento tiene sus peligros, pero a la ignorancia no le veo ninguna ventaja”. Me temo que no faltará el botarate (hembra o varón) que intente refutarle al prestigioso antropólogo, arguyendo que conoce a más de media docena de sujetos ignorantes que, ¡mira si derrochan dicha!, parecen vivir en la misma gloria, totalmente despreocupados de cuanto sucede en derredor suyo.

Como le consta a quien haya leído los 24 cantos de la “Ilíada”, sus más de 15.000 hexámetros (a quien no lo haya hecho le recomiendo encarecidamente que lo haga cuantos antes), la tesis de Lledó es acertada, apodíctica.

El ínclito filólogo alemán Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff sostuvo la idea de que Homero modificó el plan de la “Ilíada” y, sobre todo, su fin, al decantarse por un colofón menos cruel que el que había previsto, más humanitario. Los hechos que se narran en el canto XXIV y último parecen darle la razón a Wilamowitz, pues las amenazas que Aquiles había lanzado contra Héctor (asesino de su deudo y amigo Patroclo, a quien “el de los pies ligeros” le cedió sus armas para que echara una mano a los griegos o aqueos y luchara contra los teucros o troyanos), que lo arrastraría vivo, atado a su carro, y clavaría en una pica su cabeza, no se producen. El arrastre tiene lugar, pero con Héctor muerto (cuyo cuerpo protege un escudo divino) y no le corta la cabeza. Esté o no esté en lo cierto Wilamowitz, es innegable que Homero ha cambiado de criterio y, como normal y lógico corolario, le ha hecho mudar de parecer a Aquiles (los dioses también intervienen en dicho proceso); este se apiada de Príamo y le entrega el cadáver de su hijo, se abrazan y, al alimón, lloran por las muertes de sus seres queridos, Patroclo y Héctor.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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