El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Que el círculo vicioso no se pare

QUE EL CÍRCULO VICIOSO NO SE PARE

(SEPARADO, O SEPARE, TODO JUNTO)

LA PESCADILLA MUÉRDASE LA COLA

   A Javier Marías, de quien aprendí a disertar o discurrir de otra manera, la suya, única, personal e ¿intransferible?

Tal vez nuestra existencia en este mundo una contradicción perpetua sea. Que el hombre una pasión inútil es nos consta, pues lo mismo el universo. Aunque el hombre carece de sentido y otro tanto acontece con el orbe, seguimos preguntándonos por ambos, y los porqués de mil doscientas cosas (acaso la citada cifra escasa le resulte a quien lea estos renglones).

A veces, me preguntan por el sinsentido de la vida, y dónde cabe hallar la solución del tal, la panacea, en el supuesto de que yo la hubiera encontrado en algo o en alguien. Les suelo aducir o referir este adagio o proverbio de Diógenes Laercio: “Callando se aprende a escuchar, escuchando se aprende a hablar y hablando se aprende a callar”.

El dramaturgo, novelista y poeta irlandés Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura en 1969, es uno de los padres del teatro del absurdo. ¿Qué le llevó a reflexionar y escribir sobre el tal? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pues, como cabe leer (y escuchar, mientras se representa su “Esperando a Godot”), “todos estamos locos. Algunos continúan así siempre”. Y es que, como dejó escrito en “Malone muere”, “a decir verdad, Dios no parece necesitar razones para hacer lo que hace y para omitir lo que omite, al igual que sus criaturas”.

A mí me gusta leer, porque así compruebo (si colijo bien, si deduzco lo oportuno, claro) cómo o qué piensan los demás, las personas a las que leo. Y, después de confrontar sus maneras de razonar o de ver las cosas y los casos con la mía, puede y suele brotar, nacer o surgir una nueva forma, tal vez la misma, pero matizada, acaso muy perfilada.

Siguiendo la enseñanza del latinajo que otrora nos enseñó el religioso camilo Daniel Puerto en el seminario menor de Navarrete (La Rioja), adde parvum parvo, magnus acervus erit, “añade un poco a otro poco y (de resultas de ese proceder) el montón será grande”, he logrado agavillar una colección o serie de veintitantos relatos, bajo el rótulo general de “Sucesos que ocurrieron en Algaso”. Dos de ellos los he leído a sendos grupos de amigos en otras tantas celebraciones o reuniones. Los dos encantaron a sus oyentes, pero en mi memoria quedó grabado lo que adujo uno de los presentes, que ahora, en los tiempos de corren, si el maestro Jorge Luis Borges no hubiera muerto y aún siguiera escribiendo sus clásicas piezas, o se autopublicaba sus obras o tal vez estas no vieran jamás la luz.

Dicen (más de dos y de tres y de cuatro) que el amor por la lectura de libros libres es un aprendizaje, no una enseñanza. Estoy plenamente convencido de que, si los hijos comprueban, de manera fehaciente, un día sí y otro también, que sus padres leen o lo hacen con cierta frecuencia en casa, ellos, meros imitadores suyos, harán tres cuartos de lo propio.

Tiendo a creer, a pies juntillas, pero sin descartar ese ápice o pizca de duda, que suele gravitar sobre cualesquiera de mis ideas o pensamientos, que lo mismo que nos ocurre a quienes estamos solteros, que, aun habiendo llegado de esa guisa a la sexta década, confiamos en que haya una fémina que nos espere para emparejarse chistosa o dichosamente con nosotros, para cada uno de los tales debe haber un libro que alguien escribió, escribe o escribirá pronto para que uno de sus párrafos tenga verdadera razón de ser y nos abra definitivamente los ojos, revelándonos una certeza irrefutable.

Acaso algún parágrafo de los que contiene este texto, que me dispongo a rematar o ultimar, a ti, atento y desocupado lector, bien seas ella, bien seas él, te diga lo que necesitabas leer, y te espolee para que tú redactes, a su vez, otro, que diga a otro lector (hembra o varón) lo que quizá le empuje o impulse a agavillar otro a otro; y, así, sucesivamente, hasta el infinito o el fin de los tiempos. ¿¡Quién lo sabe a ciencia cierta!?

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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