LAS APARIENCIAS, CLARO ESTÁ, EMBELECAN (I)
Si mi memoria no me juega hoy, miércoles 3 de los corrientes mes y año, una mala pasada (acabo de confirmar que no), fue el 29 de marzo de 2023, víspera de mi sexagésimo primer cumpleaños, cuando apareció publicado en mi bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro, el relato dialogado que titulé “¡Qué granuja fue el zote de la villa!”. Hacia la mitad del mismo, yo, Otramotro, le preguntaba a mi amigo del alma y heterónimo Emilio González, “Metomentodo”, esto: “—¿Te suena el dicho castellano/español de que las apariencias engañan?”. Esa misma tarde un espontáneo me mandó el siguiente comentario (yo lo leí al día siguiente, por la mañana, en el sitio de costumbre, la biblioteca “Yanguas y Miranda”, de Tudela, que, por cierto, hace medio mes, estrenó logotipo; ¡enhorabuena!, por ello, Pilar, Teresa y Luis) a mi dirección de correo electrónico más usada: “Otramotro, tu cuento me ha hecho recordar la anécdota del retablo de maese Pedro, en la Segunda parte del inmortal ‘Don Quijote’, de Cervantes”. Bueno, pues debo reconocer lo que considero obvio, evidente, que el maletilla estaba en lo cierto, que tenía razón, al atisbar cuanto avistó, porque en la anécdota del teatro de marionetas, de maese Pedro (luego, al comienzo del capítulo XXVII, conoceremos quién estaba detrás de él, el ingrato Ginés de Pasamonte de la Primera parte de la indeleble obra cervantina, a quien su hacedor llamó otrora Ginesillo de Paropillo y llama ahora Ginesillo de Parapilla) la realidad y la ficción se mudan o truecan sin descanso, sin solución de continuidad.
Mediado el capítulo XXV de la Segunda parte de “El Quijote”, Cervantes nos cuenta, una vez ha dado remate oportuno a la aventura del rebuzno, que cruza el quicio de la puerta de entrada a la venta donde se halla hospedado don Quijote, preguntando si había habitación libre en la posada maese Pedro, que se presenta así: “Que aquí viene el mono adivino y el retablo de la libertad de Melisendra”. No faltará el lector (ella o él) que advierta en esta breve presentación (menuda declaración de principios) un precedente claro, cristalino, del esperpento valleinclanesco; y no le faltará razón, me temo, a quien piense de esa manera, pues el propio maese Pedro, mediante una sinécdoque, se animaliza y cosifica, mencionando al mono, a quien finge interpretar cuanto este le dice (es un decir) al oído y al retablo de marionetas que él maneja, como meros apéndices o tentáculos de sí mismo. Basta recordar los tres canónicos prismas de ver la realidad valleinclanesca (o “modos de ver el mundo artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire”, como reconoció en la entrevista titulada “Hablando con Valle-Inclán de él y su obra”, que le hizo Gregorio Martínez Sierra y fue publicada en el periódico ABC el 7 de diciembre de 1928), para darle verosimilitud a dicho antecedente.
Como el ventero lo conoce (si no ha hecho lo propio don Quijote es porque un parche de tafetán verde le tapa el ojo izquierdo y media cara de dicho lado, como nos recuerda Cervantes con uno de sus latiguillos estilísticos, iniciados por el sintagma “olvidábaseme de decir”; más adelante, en los albores del capítulo XXVII, Cervantes nos aporta cuanto ha eludido contar antes, que detrás de maese Pedro se halla Ginés de Pasamonte, galeote a quien libró don Quijote y fue apedreado por él y quien le hurtó el rucio a Sancho Panza) al instante, adelanta lo que les aguarda o espera, de esta guisa: “Buena noche se nos apareja” y luego añade que no faltará gente que pague por ver su actuación y la del mono.
Le pregunta don Quijote al ventero por mase/maese Pedro y este le da cuenta de su labor, representar en un retablo la historia de la liberación de Melisendra por parte de su prometido y novio (amén de primo) Gaiferos, aunque para Cervantes los amantes ya son marido y mujer, y la rara capacidad adivinatoria del mono que lo acompaña, que es un mero engaño, a quien ha amaestrado para que, tras darse dos palmadas sobre el hombro izquierdo, se pose sobre él y este le acerque la cabeza a su oído, aparentando que le cuenta lo que acaba de presagiar o averiguar, una patraña como un templo, algo que hace tiempo o recientemente le ha pasado a un lugareño (antes maese Pedro ha hecho ciertas averiguaciones o indagaciones sobre los habitantes del lugar, o sea, que se ha buscado un informante, para ir a tiro hecho).
Don Quijote le pregunta por su porvenir, pero maese Pedro, que lo desconoce (el mendaz no miente en todo), le contesta que del futuro no sabe (el mono y, por ende, tampoco él); sí del pretérito y algo del presente. Maese Pedro, a fin de aparentar que es de fiar, decente, a la hora de coronar su tarea, la de un simple “sacaperras”, rehúsa los dos reales que pide al que le pregunta, si la respuesta que da el mono (e interpreta su amo/dueño, maese Pedro), es certera, así:
“—No quiero recebir adelantados los premios, sin que hayan precedido los servicios”.
Así que, en un pispás, procede a demostrar las habilidades del mono augur. Aparejada la tramoya, maquinado el complot, antes de contestar nada, maese Pedro se postra de hinojos ante don Quijote y, abrazando sus piernas (las del caballero manchego, por supuesto), suelta el impostor:
“—Estas piernas abrazo, bien así como si abrazara las dos colunas de Hércules, ¡oh resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería, oh no jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, ánimo de los desmayados, arrimo de los que van a caer, brazo de los caídos, báculo y consuelo de todos los desdichados!”.
O sea, una serie de adulaciones o halagos a don Quijote, remedando acaso la letanía que se reza al final del rosario a la Virgen María.
(Continuará mañana.)
Ángel Sáez García