El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Las apariencias, claro está, embelecan (II)

LAS APARIENCIAS, CLARO ESTÁ, EMBELECAN (II)

(Sigue y termina el de ayer.)

Evidentemente, como el lector que siga leyendo se enterará y sabrá, maese Pedro, o sea, Ginés de Pasamonte, conoce a don Quijote, que lo liberó de una cuerda de presos que iban a remar forzosamente en galeras, pero este no al farsante, medio oculto tras el parche de tafetán.

Atónito queda don Quijote y epatados los presentes; ahora bien, incrédulo, el caballero manchego arguye una verdad apodíctica: “el que lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho” (de la que cabe colegir esta otra: quien siga leyendo sabrá más y mejor entenderá la cosa o el caso).

Para don Quijote, la rareza adivinatoria del mono debe explicarla un pacto, tácito o expreso, con el diablo, porque no le encuentra otra explicación lógica, racional.

Armado el guiñol, don Quijote le pregunta por lo que le había ocurrido en la cueva de Montesinos y el perito intérprete del mono, maese Pedro, contesta lo esperado y normal, que unas cosas fueron ciertas y otras falsas.

Como don Quijote, cuando está en sus cabales, razona estupendamente, argumenta que “el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no la saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra”.

Comenzó el teatrillo de marionetas, que manejaba maese Pedro, y le echaba una mano un mocete que narraba la historia y sostenía en la mano una varilla con la que señalaba a los personajes que aparecían. La historia que se representa es la liberación, que logró don Gaiferos, sobrino de Carlomagno, de la hija de este, Melisendra, que no es aún su esposa, presa en la ciudad de Sansueña, Zaragoza, sino su prima y prometida o novia.

“Sin querer queriendo”, como solía decir el Chavo del Ocho, Cervantes, por boca de don Quijote, de maese Pedro y su mozuelo, nos deja una breve preceptiva literaria del arte de narrar bien. Veamos los cuatro ejemplos normativos:

1.- “—Niño, niño —dijo con voz alta a esta sazón don Quijote—, seguid vuestra historia línea recta y no os metáis en las curvas o transversales, que para sacar una verdad en limpio menester son muchas pruebas y repruebas”.

2.- “También dijo maese Pedro desde dentro:

“—Muchacho, no te metas en dibujos, sino haz lo que ese señor te manda, que será lo más acertado: sigue tu canto llano y no te metas en contrapuntos, que se suelen quebrar de sotiles”.

3.- Y hasta contribuye el muchacho, que apunta: “las cuales (razones; el paréntesis es nuestro, para que se entienda) no digo yo ahora, porque de la prolijidad se suele engendrar el fastidio” (adelantando algunos años, tres décadas largas, el adagio 105 del “Oráculo manual y arte de prudencia”, 1647, de Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo”).

4.- “Aquí alzó la voz otra vez la voz maese Pedro, y dijo:

“—Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala”.

En su relato el mocete menciona las campanas en las torres de las mezquitas y se ve interrumpido por don Quijote, que considera la referencia impropia, un dislate.

Maese Pedro, en descargo de su ayudante, aduce:

“—No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí casi de ordinario mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera y se escuchan no solo con aplauso, sino con admiración y todo? (…)”. ¿Cabe hallar aquí una crítica velada al Fénix de los Ingenios y Monstruo de la Naturaleza, como llamó el autor alcalaíno a Lope de Vega? ¿O es un simple pellizco de monja?

Don Quijote que, según Cervantes, se está creyendo a pies juntillas la representación del teatrillo, como fautor que es, presta ayuda a los fugitivos Melisendra y Gaiferos, desenvaina la espada y con furia arremete y la emprende contra los perseguidores (que, como le arguye maese Pedro a don Quijote “no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta”.

Tras el desastre, ante las quejas de maese Pedro, razonadas, habiendo recobrado el seso el caballero andante, arguye:

“—Ahora acabo de creer —dijo a este punto don Quijote— lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra: que Melisendra era Melisendra, don Gaiferos don Gaiferos, Marsilio Marsilio, y Carlomagno Carlomagno. Por eso se me alteró la cólera, y por cumplir con mi profesión de caballero andante quise dar ayuda y favor a los que huían, y con este buen propósito hice lo que habéis visto: si me ha salido al revés, no es culpa mía, sino de los malos que me persiguen; y, con todo esto, deste mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas: vea maese Pedro lo que quiere por las figuras deshechas, que yo me ofrezco a pagárselo luego, en buena y corriente moneda castellana”.

Y, como “por el interés te quiero, Andrés”, maese Pedro cambia de opinión, cual veleta, en un pispás, pues de decir que “el caballero de la Triste Figura había de ser aquel que había de desfigurar las mías”, pasa a piropearlo: “verdadero socorredor y amparo de todos los necesitados y menesterosos vagamundos”. ¡Qué bribón! ¡Qué granuja!

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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