El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Un aula hay en la esquina de la calle

UN AULA HAY EN LA ESQUINA DE LA CALLE

Otrora le oí argüir a un alfarero que su materia prima para hacer cualquier vasija siempre fue la arcilla. Me llevó a pensar esa idea ajena lo que muchas/os habrán referido antes, que son del literato las palabras su requisito más imprescindible. Probemos si, a partir de equis ideas, podemos alcanzar un ochomil, trenzar una urdidura de impar fuste.

El sexo de los ángeles no importa; sí que cuanto nos causa rabia/miedo barran/borren.

Filósofos existen de carrera, que complementan otros, de mercado, con aula en una esquina de la calle.

Asertos hubo, sí, de pensadores, que quedaron grabados en la mente, porque luego hubo quien nos suministró el ejemplo que dio entidad, validez, vigencia y vigor a esa conjetura filosófica. A mí, al menos, eso es lo que me aconteció con el célebre adagio orteguiano “yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. El dechado o modelo me lo proporcionó, tal vez sin querer, mi padre, Eusebio, quien, haciendo caso a su gracia de pila, ejerció de varón piadoso, que eso significa, precisamente, su nombre, en griego clásico, al narrarme una anécdota, episodio o incidente revelador de su vida.

Mi progenitor, en los primeros años de su mayoridad, una vez hecha la mili, fungió de músico (se ganó el pan con este y otros oficios o menesteres). Iba, con sus hermanos mayores José Luis y Félix, desde Cornago, su lugar de residencia habitual, andando, sí, en el coche de San Fernando, a varios pueblos cercanos de la provincia de Soria a tocar la guitarra, durante los días en que dichas villas celebraban sus fiestas patronales.

Los tres hermanos, “los Patos”, haciendo sonar las notas de sus violines (mis tíos) y guitarra (mi padre) se bastaban para amenizar el local donde los lugareños se juntaban a bailar (quienes supieran y aun sin saber, siempre que se dejaran llevar).

Antes de comenzar la sesión de tarde (al terminar esta, aprovecharían fiesteras/os y músicos para despachar la cena), a una niña que se hallaba, junto al quicio de la puerta de entrada (y salida) del local del baile, llorando, como una Magdalena, mi progenitor (que aún no se había casado con mi madre, Iluminada) le preguntó a qué se debía u obedecía su lloro desconsolador y le cedió su pañuelo, limpio como una patena, para que pudiera secarse las lágrimas. La niña le dijo que su mascota (aunque ella acaso usara la voz “perro”), juguetona, le había empujado y la piruleta, que ella había empezado a saborear, se le había caído, qué mala suerte, en medio de un tramo de la calle que estaba enlodado, con restos de boñigas de burro y mulo, y cagarrutas de cabra y oveja. Qué asco le dio ver, en apenas un par de segundos, el entero proceso, cómo ese barro cochambroso, paulatinamente, la embadurnaba. Él fue a la tienda donde la madre de la niña le había comprado a esta la piruleta, adquirió otra y se la regaló. Esta le dio las gracias y se marchó saltando y riendo, chupando con fruición el dulce achatado.

Rematada la faena, la primera sesión, como en la puerta del baño del baile se había formado cola, guardando la gente de la fila el preceptivo turno para entrar a evacuar lo que fuera, mi padre optó por salir del recinto susodicho y buscar un sitio donde poder defecar, que era la necesidad más perentoria que tenía. Vio abierta la puerta de un corral, echó un vistazo raudo, entró, se bajó los pantalones y los calzoncillos e hizo de vientre. Estaba a punto de usar para limpiarse las dos lascas que había hallado por el camino, cuando, inopinadamente, empujó la puerta y entró dando unos ladridos descomunales un pastor alemán, y mi padre comprobó cuanto no había constatado hasta entonces, que uno puede cagarse de miedo, aun habiendo acabado de deponer. No obstante, las puertas del cielo se le abrieron, cuando, al momento, accedió al corral la niña de la piruleta, que le dio un manotazo en la oreja izquierda a su can, seguido de un empujón, y ambos abandonaron el corral.

Mi padre, en dicho busilis o intríngulis, confirmó la certeza o exactitud de lo consabido y/o dado por obvio, que solo amor con amor se paga; y, asimismo, que, a los dos gestos, el que tuvo él con la niña y el de la susodicha con él, les cuadraba o encajaba, como alianza en el dedo anular, a la perfección, la famosa frase de José Ortega y Gasset.

Nota bene

Hoy, sábado 24 de febrero de 2024, en el supuesto de que mi progenitor aún viviera (que no morirá, de manera definitiva, mientras algún deudo suyo lo recuerde), pues murió a la temprana edad de setenta años, el 29 de septiembre de 2003, hace, por ende, más de veinte, hubiera cumplido noventa y un años. Así que, estés donde estés (además de en mi pensamiento), papá, ahí van, sentidas y sinceras, mis ¡muchas felicidades!

   Ángel Sáez García

   [email protected]

OFERTAS PLATA

¡¡¡ DESCUENTOS ENTRE EL 21 Y EL 40% !!!

Te ofrecemos un amplio catálogo de ofertas, actualizadas diariamente

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

Lo más leído