SE HA INSTALADO EN “EL PISO DE LOS RUIDOS”,
INAGOTABLE FUENTE DE LOS TALES,
UN INQUILINO NUEVO: AÚLLA Y LADRA;
Y A MÍ ME SUBE LA TENSIÓN AL SUMUN
Como al atento, desocupado y habitual lector de las urdiduras y/o “urdiblandas” de Otramotro, ora sea o se sienta ella, él o no binario, le consta, de manera fidedigna, llamo “piso de los ruidos” al inmediatamente superior al mío (y de mis cuatro hermanos; yo solo soy su usufructuario), esto es, al de arriba, donde no lo he colocado o puesto yo, sino que estaba ubicado ahí antes de que a mí me diera por valorarlo, teniendo en cuenta, claro está, el comportamiento o proceder de sus moradores, porque el piso en sí es un ser inanimado.
Bueno, pues, le anuncio al lector asiduo y al esporádico que ignoro si tiene que ver algo la teoría cuántica, o no, en el caso concreto que me dispongo a desentrañar. Ahora bien, lo cierto y verdad es que a la felina o minina, que solía escuchar (sobre todo, quejarse, cuando estaba ella en periodo de celo) lamentarse, triste (falta de cariño y compañía), es un decir, ya no la oigo. Confío, deseo y espero que no le haya tocado en suerte, tras ser lanzada la moneda al aire y caer al suelo, la cruz, esto es, padecer la parte negativa del gato de Schrödinger, o sea, que alguien, movido por una curiosidad malsana, haya procedido a abrir la caja donde estaba encerrado y este haya aparecido cadáver, fiambre. No he hecho más que poner el punto final al párrafo y he comprobado, felizmente, gracias al dios de los gatos, llámese este como se llame, que no había acabado el pretendido parágrafo, pues he vuelto a escuchar maullar a la gata (que desconozco su nombre, cómo la llaman sus dueños, pero yo ya le he bautizado como Ágata).
¿Por qué me ha dado por mencionar el experimento mental o paradoja ideada por el físico austriaco-irlandés Erwin Schrödinger en 1935, que había sido galardonado con el premio Nobel de Física dos años antes, en 1933, que compartió con su colega británico Paul Dirac? Porque, hace dos o tres días, en el amparador y mencionado piso han acogido a otra mascota, un can, que aúlla y ladra como el evidente perro que, sin ninguna duda, es. Y lo hace, en su dulzura innata, tan fieramente, que esta madrugada (me refiero a la del lunes, 7 de octubre de 2024, cuando paso a ordenador las líneas que he escrito esta tarde, hace menos de una hora, en casa) a las seis menos cuarto de la nocturna (aún era noche cerrada) mañana, me ha despertado bruscamente el fementido aullido de un lobo, con un aúllo que me ha puesto el corazón a cien y ha contribuido a que me subiera la tensión, tanto la sistólica como la diastólica, a sus ambos colmos.
Después de llevar a cabo varios trámites (como preguntar a P. —doy cuenta solo de la letra inicial de su nombre, para mantener su anonimato y guardar su intimidad a salvo—, la chica de la limpieza, por la procedencia del aullido y los ladridos del cánido, y confirmarme ella mi intuición, cuanto había barruntado, que venían del piso de arriba; de plantearle la cuestión de si había escuchado otros aúllos o ladridos en otros pisos, llamar al 092, teléfono de la Policía Local, para referirle al agente que me ha atendido lo acaecido y, hechas más gestiones, averiguar la gracia de pila y el número de móvil de la chica, volver a llamar al agente que había tomado nota unos minutos antes, a fin de suministrarle los nuevos datos obtenidos y así pudiera ponerse en contacto con ella, y ella ratificar su criterio al respecto, coincidente con el mío), evidentemente, aunque he vuelto a acostarme en la cama, no he conseguido pegar ojo.
Los dos agentes de la Policía Local, que han llamado con los nudillos de una de sus manos a mi puerta, han podido comprobar, cuando les he abierto la misma, de manera fehaciente, in situ, en el salón de mi casa, que acababa de tomarme la tensión y esta arrojaba unos valores inusitados (para mí), pues bordeaban la zona roja, de peligro: 155 la sistólica o alta, y 105 la diastólica o baja. Luego me he preguntado cómo la tendría antes de proceder a medirla, pues habían transcurrido más de 25 minutos del hecho desencadenante, haber escuchado el inesperado y atronador aullido y los estentóreos ladridos.
A la hora que han hecho acto de presencia los agentes, las seis horas y diez minutos, el perro había dejado de aullar y de ladrar, pero yo seguía sufriendo los rigores de que el can no hubiera sido convenientemente adiestrado por sus dueños a no hacerlo. Me temo, sinceramente, que había sido llevado a “el piso de los ruidos” con ese propósito, para eso, para hacerlos, para que sus aullidos y ladridos acrecieran la colección de los tales, bien surtida de ellos.
Ahora, a las siete y veinte de la tarde del lunes 7 de octubre de 2024, reconozco que me siento defraudado, porque no me ha llamado P. (yo lo he hecho dos veces) ni ningún agente de la Local para darme detalles de si se había logrado solventar el problema, al menos, en parte; pero acaso haya que dar más tiempo. Conjeturo que, en días sucesivos, habrá más episodios del mismo jaez. ¿Los soportaré estoicamente, sin batir el récord de las tensiones? Ahí queda la pregunta, en el aire.
Me ha dado por trenzar endecasílabos: Hoy vivir no consiste en estar vivo, ni tampoco morir en estar muerto. Se puede estar al mismo tiempo vivo y muerto, como el gato de Schrödinger.
Ángel Sáez García